Sturm se detuvo y se volvió para enfrentarse al mago.
—¿Qué es lo que esperas encontrar en este sitio maldito, Raistlin? ¿Qué es tan importante para que arriesgues la vida de todos nosotros para encontrarlo?
Lo único que el caballero alcanzaba a ver de Raistlin eran las extrañas pupilas en forma de reloj de arena, que relucían a la luz del farol. En realidad no esperaba que le contestara, así que se sobresaltó cuando se oyó la voz del mago, clara y fría, en la oscuridad:
—¿Qué es lo que esperas encontrar tú en el Monte de la Calavera? —Al no responder el caballero, Raistlin continuó:— Desde luego, no fue tu aprecio por mí lo que hizo que te decidieras a acompañarnos. Sabes que tanto Caramon como yo nos valemos por nosotros mismos, de modo que ¿por qué has venido?
—No veo por qué íbamos a intercambiar opiniones tú y yo, Raistlin —replicó Sturm—. Mis motivos sólo me incumben a mí.
—El Mazo de Kharas —dijo Raistlin. La última sílaba la articuló con un siseo sibilante.
Sturm se sorprendió. Sólo le había hablado del Mazo de Kharas a Tanis. Su primer impulso fue dar media vuelta y apartarse del mago, pero fue incapaz de resistir el reto.
—¿Qué sabes tú del Mazo de Kharas? —inquirió en voz baja.
Raistlin hizo un sonido áspero, rasposo, que podría ser una risilla desabrida; o quizá había carraspeado.
—Mientras tú y mi hermano os machacabais la cabeza el uno al otro con las espadas de madera, yo estudiaba, cosa por la que te burlabas de mí. Ahora acudes a mí buscando respuestas.
—Nunca me burlé de ti, Raistlin —respondió Sturm en voz queda—. Pienses lo que pienses de mí, al menos has de reconocerme eso. A menudo te protegí, como cuando esa turba estuvo a punto de quemarte en una hoguera como ofrenda a ese dios serpiente. Si quieres saber la verdad, el desagrado que me inspiras se debe al trato abominable que das a tu hermano.
—Lo que haya entre mi hermano y yo es algo de nuestra exclusiva incumbencia, Sturm Brightblade —replicó el mago—. Tú no lo entiendes.
—Tienes razón, no lo entiendo —contestó Sturm con frialdad—. Caramon te quiere, daría la vida por ti y tú lo tratas como si fuera basura. Ahora tengo que dormir un poco, así que te doy las buenas noches...
—Lo que ahora se conoce como el Mazo de Kharas se llamaba Mazo del Honor —dijo Raistlin—. Lo hicieron para honrar al Martillo de Reorx que el dios utilizó para forjar el mundo. El Mazo del Honor era un símbolo de paz entre los humanos de Ergoth, los elfos de Qualinesti y los enanos de Thorbardin. Durante la Tercera Guerra de los Dragones, el Mazo le fue entregado al legendario caballero, Huma Dragonbane, para que lo utilizara junto con el Brazo de Plata mágico para forjar las primeras Dragonlances, las que forzaron a la Reina Oscura a regresar al Abismo, donde ha permanecido desde entonces o, más bien, hasta ahora.
»En tiempos del Rey Supremo Duncan y de la Guerra de Dwarfgate, el Mazo del Honor se entregó al cuidado del héroe Kharas, un enano tan respetado que el nombre del Mazo se cambió en su honor. El Mazo se vio por última vez durante la guerra, blandido por Kharas, pero éste abandonó pronto el campo de batalla, atribulado por verse obligado a luchar contra sus semejantes. Llevó el Mazo consigo, de vuelta a Thorbardin, y allí se le perdió la pista, porque las puertas del reino de la montaña se cerraron, ocultas para el mundo. —Raistlin hizo un alto para tomar aliento y luego prosiguió.
»Aquel que recupere el Mazo y lo utilice para forjar Dragonlances será aclamado como héroe. Hallará fama y fortuna, honor y gloria.
Sturm dirigió una mirada incómoda al mago. ¿Sus palabras eran meras generalidades o es que había estado husmeando en sus pensamientos más ocultos?
—Tengo que dormir un poco —dijo el caballero y se dirigió hacia Caramon, que roncaba, para despertarlo.
—El Mazo no está en el Monte de la Calavera —le dijo Raistlin—. Si todavía existe, se halla en Thorbardin. Si es el Mazo lo que buscas, deberías haber ido con Tanis y Flint.
—Dijiste que la llave para acceder a Thorbardin está en el Monte de la Calavera.
—En efecto —contestó Raistlin—, pero ¿desde cuándo alguien escucha lo que digo?
—Tanis lo hace —repuso Sturm—. Por eso me envió contigo y con tu hermano, para asegurarnos de que si encuentras la llave, la entregues.
El mago no tenía nada más que decir respecto a eso, de lo que el caballero se congratuló. Las conversaciones con Raistlin lo incomodaban siempre, le dejaban la sensación de que todos sus conceptos puros del mundo estaban en realidad renegridos y deslustrados.
Despertó a Caramon. El hombretón, entre bostezos y estiramientos, lo relevó en la guardia. Sturm estaba cansado y se quedó profundamente dormido casi de inmediato. En sus sueños, usaba el Mazo de Kharas para echar abajo la puerta de bronce de la cripta de su familia.
La noche transcurrió sin acontecimientos dignos de mención incluso para quienes la pasaron al raso. Los que no hicieron guardia —Tika y Tasslehoff— durmieron sin que nada perturbara su descanso. Unos ojos que todo lo veían los guardaron.
El día amaneció despacio, de mala gana. El sol luchó para penetrar a través de las densas y grises nubes, pero acabó fracasando de forma estrepitosa y finalmente se ocultó, malhumorado. El cielo amenazaba con llover o nevar, si bien no hizo ni lo uno ni lo otro.
Cuando un sol débil y desvaído alumbró la entrada del pasadizo, Sturm, Caramon y Raistlin reanudaron la marcha. Hablaron de empujar la puerta de piedra a su sitio para cerrar el acceso tras ellos.
Tras un examen, ninguno de ellos, ni siquiera Raistlin, supo determinar cómo funcionaba el mecanismo para abrir la puerta una vez que estuviera cerrada. Aun en el caso de que acabaran discurriendo cómo hacerlo, el mecanismo ya no había funcionado bien una vez y podría repetirse el fallo. Entonces se encontrarían atrapados y no tenían ni idea de lo que encontrarían más adelante. El túnel podría estar bloqueado y en tal caso no les quedaría otra opción que admitir el fracaso y volver sobre sus pasos. Convinieron en dejar abierta la puerta.
Los tres echaron a andar túnel adelante, con la luz del cristal del bastón de Raistlin alumbrándoles el camino. Sturm llevaba un farol porque le desagradaba sobremanera la idea de que, con sólo pronunciar una palabra, Raistlin pudiera dejarlos totalmente a oscuras.
El túnel, construido por ingenieros enanos, se internaba en la montaña en línea recta. Las paredes estaban labradas con tosquedad y el suelo era relativamente liso. No había señales de que alguien hubiera entrado en él nunca.
—Si los enanos hubiesen huido de la fortaleza asediada, encontraríamos alguna armadura desechada, armas rotas, cadáveres —dijo Caramon—. Este pasadizo no se ha utilizado nunca.
—Lo que avala la teoría de que Fistandantilus no arrasó Zhaman de forma deliberada —apuntó Raistlin—. La explosión fue accidental.
—Entonces ¿qué la causó? —preguntó Caramon, interesado.
—Magia maléfica —afirmó Sturm y el mago negó con la cabeza.
—No sé de ninguna magia, sea del tipo que sea, capaz de arrasar una fortaleza tan enorme. Según Flint la explosión devastó el área colindante a Zhaman en kilómetros a la redonda. Los eruditos llevan mucho tiempo preguntándose qué ocurrió realmente en esa fortaleza. Quizá seamos nosotros quienes descubramos la verdad.
—Sin duda escribirás un tratado sobre el tema y lo leerás en voz alta en el próximo Cónclave de Hechiceros —dijo Sturm.
—Sí, tal vez. ¿Por qué no? —contestó Raistlin con una sonrisa.
Los tres siguieron caminando.
Tasslehoff despertó a Tika recriminándole que se hubiera quedado dormida estando de guardia. Seguro que habían dejado de ver varios fantasmas que los habrían ido a visitar por la noche.
La propia joven se reprochó a sí misma su negligencia, abochornada al imaginar cómo la habría regañado Caramon por dormirse estando de guardia. Irritada, le dijo a Tas en voz alta que se callara y se diera prisa. Volvieron a la vereda por la que los habían precedido los tres hombres y reanudaron la tenaz persecución.