—Venga, dejadlo ya los dos —intervino Caramon.
Se quedaron inmóviles y callados, atentos a los ruidos de lucha que sonaban a lo lejos, muy distantes.
—Parece que alguien más está interesado en los secretos del Monte de la Calavera —dijo Sturm al cabo.
Esas palabras parecieron actuar como un acicate en Raistlin.
—Voy a ver qué pasa. Vosotros dos podéis quedaros aquí.
—No, iremos los tres —se opuso Sturm.
Moviéndose cautelosamente, con la antorcha en una mano y la espada en la otra, el caballero cruzó el umbral. Raistlin iba a continuación y Caramon, echando ojeadas atrás, cerraba la marcha.
Avanzando por el oscuro túnel, Tasslehoff Burrfoot llegó a la conclusión de que no quería volver a ver una sola roca en toda su vida. Al principio, recorrer un pasadizo secreto a través de una montaña resultó excitante. Cabía la posibilidad de que un esqueleto guerrero estuviera acechando a la vuelta de un recodo, listo para saltar sobre ellos y estrangularlos. Alguna criatura espectral podría intentar absorberles el alma o lo que quiera que hicieran esos seres a la gente.
Por otro lado, Tika, que no encontraba el túnel excitante en absoluto, parecía estar nerviosa y sentirse desdichada.
Tas consideraba que era su obligación conseguir que no perdiera el ánimo, así que amenizó la marcha relatándole todas las historias horripilantes, espeluznantes y pavorosas que había oído contar sobre cosas que pululaban en túneles secretos bajo las montañas. En lugar de conseguir el efecto deseado, sus relatos parecieron sumir a Tika en un mayor desánimo. De hecho, hubo un momento en el que se giró con intención de sacudirle un tortazo. Acostumbrado a esa clase de comportamiento en sus compañeros, Tas se agachó a tiempo y decidió cambiar de tema.
—¿Cuánto tiempo crees que llevamos andando, Tika?
—Yo diría que semanas —repuso ella, hosca.
—Pues yo creo que sólo han sido unas pocas horas —dijo Tas.
—Vaya ¿y qué sabes tú? —espetó la joven.
—Sé que es muy, pero que muy aburrido —contestó el kender, que dio una patada a una piedra que lanzó rodando por el suelo—. ¿Nos queda algo de comida?
—¡Pero si acabas de comer!
—¡Pues me parece que hace días ya! —Tas agitó los brazos—. Tú misma has dicho que llevamos semanas caminando.
—Oh, cierra el pico... —empezó Tika, pero entonces enmudeció, petrificada en el sitio.
Un ruido horrible —un prolongado estruendo acompañado de un chirrido estridente— resonó en el pasadizo. El suelo tembló y se desprendió polvo de las paredes. El retumbo y los chirridos se prolongaron durante varios segundos angustiosos y después cesaron de repente.
—¿Qué...? ¿Qué ha sido eso? —preguntó Tika con voz temblorosa.
—Creo que ha sido una escalamita —contestó Tas en susurros, tras reflexionar.
—¿Una escala qué? —musitó la joven, a quien le temblaban las manos tanto que la luz de la antorcha brincaba por todo el pasadizo.
—Escalamita —repitió el kender con gesto solemne—. He oído contar algunas cosas sobre ellas. Crecen en las cuevas y son bestias enormes y bastante feroces. Siento tener que decirte esto, Tika, pero deberías prepararte para lo peor. Ese ruido que hemos oído seguramente era una escalamita devorando a Caramon.
—¡No! —gritó Tika, como loca—. No creo que... —Hizo una pausa para mirar al kender—. Espera un momento. Nunca he oído hablar de esas escalamitas.
—En serio, Tika, deberías salir más a menudo.
—¡Lo que quieres decir es estalagmita!
—Eso es lo que he dicho. —Tas estaba dolido—. Una escalamita, que sólo hay en las cavernas.
—¡Una estalagmita es una formación rocosa que se forma en algunas cavernas, cabeza hueca! —Tika se enjugó el sudor de la frente.
—¿Estás segura? —Tas odiaba renunciar a la idea de una feroz escalamita devoradora de hombres.
—Sí, lo estoy. —La joven parecía muy enojada.
—Bueno, pues si ese ruido no lo hizo una escalamita al devorar a Caramon, entonces ¿qué fue? —preguntó el kender en plan realista.
Tika no tenía respuesta para eso y deseó no haberlo sacado a colación. Se dio media vuelta.
—Creo que deberíamos regresar...
—Ya hemos estado allí, Tika —señaló el kender—. Sabemos lo que hay en ese lado: un montón de oscuridad muy, muy oscura. Y no sabemos lo que hay más adelante. A lo mejor a Caramon no se lo ha comido una formación rocosa, pero él y su hermano aún podrían estar en apuros y necesitar nuestra ayuda. ¿No sería maravilloso que los dos, tú y yo, rescatáramos a Raistlin y a Caramon? Entonces nos respetarían. Se acabarían los tirones del copete y los cachetazos en las manos cuando lo único que quiero hacer es tocar ese viejo bastón birrioso.
Tika imaginó un Raistlin humilde y apocado que le agradecía efusivamente haberle salvado la vida y a Caramon estrechándola en un fuerte abrazo y repitiendo una y otra vez lo orgulloso que estaba de ella.
Tas tenía razón. Detrás sólo había oscuridad.
Temerosa pero resuelta, la joven reanudó la marcha a lo largo del túnel acompañada por Tasslehoff, que albergaba la esperanza de que su amiga se hubiera equivocado respecto a la escalamita.
12
Muerte en la oscuridad. Un mensajero espeluznante
Sturm sólo había dado unos pocos pasos en la estancia que había al otro lado del umbral cuando topó con una pesada viga que se había precipitado desde el techo y que le cerraba el paso. En el pequeño círculo de luz que arrojaba la antorcha vio que había tropezado con una destrucción tan absoluta que apenas distinguía detalles de lo que quiera que estuviera mirando. El fuego había arrasado la estancia. Los escombros, en su mayoría renegridos y abrasados, se amontonaban en el suelo más arriba del tobillo, así como bultos calcinados que quizás alguna vez habían sido muebles.
Apartando los escombros a patadas, el caballero rodeó la pesada viga y encontró otra puerta.
—Los ruidos vienen de ahí —informó en susurros a sus compañeros.
—De la armería —dijo Raistlin—. Ahora sé dónde estamos. Ésta era la biblioteca. ¡Lástima que no escapara indemne!
Se agachó para recoger los restos de un libro. Las páginas se deshicieron en una lluvia de cenizas. Todo cuanto quedaba era la cubierta de cuero y también estaba quemada, con las esquinas ennegrecidas y enroscadas.
—Qué lástima —repitió en voz queda el mago.
Soltó el libro y al alzar los ojos encontró a Sturm observándolo con intensidad.
—¿Armería? ¿Biblioteca? ¿Cómo sabes tanto sobre este sitio maldito? —inquirió el caballero.
—Caramon y yo vivimos aquí hace mucho tiempo —respondió Raistlin con sarcasmo—. ¿No es cierto, hermano? Tenemos que habértelo contado, estoy seguro.
—Venga, Raist —murmuró el guerrero—. Déjalo ya.
Sturm siguió mirando al mago con desconfianza; casi parecía que le hubiese creído.
—¡Oh, por lo que más quieras! —espetó Raistlin—. ¿Hasta qué punto puede llegar tu necedad, Sturm Brightblade? Hay una explicación perfectamente lógica. He visto mapas de Zhaman. Ya está. Resuelto el misterio.
Raistlin se agachó para recoger otro libro, pero se le deshizo en la mano. Dejó caer las cenizas entre los dedos. Sturm y Caramon habían llegado hasta la puerta, llevándose la antorcha con ellos. Agachado en el suelo, Raistlin agradeció quedarse a oscuras porque así no se veía que le temblaban las manos ni la cara perlada de un sudor frío que le resbalaba por el cuello. Estaba medio muerto de miedo y deseó con toda su alma haber hecho caso a los que le habían advertido que no fuera a ese lugar. Había mentido a Sturm y había mentido a su hermano. Jamás había visto un mapa de Zhaman. Ni siquiera sabía con certeza que existiese tal mapa. No tenía ni idea de por qué sabía dónde encontrar la runa en la falda de la montaña. Nunca había oído hablar de alguien llamado Pheragas. Ignoraba cómo sabía que los ruidos procedían de la armería o que esa estancia era la biblioteca. Desconocía por qué sabía que bastante más abajo de ese nivel de la fortaleza había un laboratorio...