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La luz del cristal del bastón brilló en un yelmo. Y no en un yelmo cualquiera, por cierto. El draconiano había sabido ver su valor bajo la capa de polvo y mugre que lo cubría y, aunque Raistlin no era un entendido para juzgar los detalles que hacían excelente una pieza de armadura, hasta él se daba cuenta de que el yelmo era obra de un experto, diseñado tanto para proteger a quien lo llevara puesto como de adorno.

El mago lo frotó con la bocamanga para quitar un poco de polvo. Destacando de las otras gemas engastadas, un gran rubí centelleó al reflejar la luz.

Raistlin miró dentro del saco, no vio nada más de interés y de nuevo centró su atención en el yelmo. Pasando la mano sobre él, murmuró unas palabras y el yelmo empezó a irradiar un fulgor tenue.

—Ah, de modo que eres mágico... Me pregunto...

El vello de la nuca se le erizó y un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Había alguien con él en la estancia. Alguien se acercaba a hurtadillas, a su espalda. Con lentitud, Raistlin soltó el yelmo; en el mismo movimiento asió el bastón y giró sobre los pies.

Unos ojos fríos, pálidos, envueltos en sombras, lo contemplaban desde la oscuridad. Los ojos no tenían sustancia ni cabeza ni cuerpo. No eran los ojos de un ser vivo. Raistlin reconoció en aquella mirada cruel el odio y el dolor de un alma obligada a morar en el Abismo, prisionera del Dios de la Muerte, incapaz de hallar reposo ni alivio del atroz tormento de su terrible existencia.

Los ojos se deslizaron en el aire hacia él, con la agitada negrura abismal que lo envolvía siguiéndolo como una estela.

Raistlin alzó el bastón y lo sostuvo ante sí. El cayado era su única protección, pues estaba demasiado débil para lanzar otro hechizo aun en el caso de que hubiese sido capaz de recordar algún conjuro eficaz contra el aterrador espectro. Consideró la idea de gritar pidiendo ayuda, pero temió que hacer tal cosa indujera al espectro a atacarlo. Ante todo debía impedir que el espectro lo tocara, ya que el tacto mortífero le consumiría el calor, la energía y la vida.

El espectro se aproximó más y, de repente, la luz del bastón irradió con repentina intensidad, tan blanca, tan deslumbrante que casi cegó a Raistlin y lo obligó a resguardarse los ojos con la mano. El espectro se detuvo.

Una voz habló. Era una voz seca como hueso y suave como ceniza que provenía de una boca invisible.

—El Amo me pide que te dé este mensaje, Raistlin Majere. Has encontrado lo que buscas.

El joven mago estaba tan estupefacto que casi dejó caer el bastón. La mano le tembló y la luz titiló, vacilante. El espectro se acercó más y Raistlin aferró el cayado con fuerza y lo adelantó ante sí. La luz brilló firmemente y el espectro retrocedió.

—No... entiendo. —Raistlin tenía la boca muy seca. Tuvo que intentarlo dos veces antes de conseguir hablar y, cuando le salieron las palabras, sonaron como un graznido.

—Ni lo entenderás. Ni debes entenderlo. Al menos durante mucho tiempo. Sabe que ahora estás al cuidado del Amo.

Los ojos espectrales se cerraron. La oscuridad se disipó. El brazo de Raistlin empezó a temblar de forma incontrolada y se vio obligado a soltar el bastón. Tenía los nervios de punta y cuando una voz habló a su espalda se dio un susto de muerte. Era Sturm.

—¿Con quién hablabas? —El tono del caballero sonaba desagradable y desconfiado—. Te oí hablar con alguien.

—Hablaba conmigo mismo —replicó Raistlin. Metió el yelmo en el saco con la esperanza de que el caballero no lo hubiera visto. Luego inquirió con voz cortante:— ¿Qué eran esas voces que había oído mi hermano? ¿Dónde está Caramon?

Sturm no estaba dispuesto a que lo distrajera. Había visto el brillo metálico.

—¿Qué guardas ahí? —demandó— ¿Por qué intentas esconderlo? ¡Déjame verlo!

—No intento esconder nada —dijo Raistlin con un suspiro—. Encontré un antiguo yelmo enano dentro de este saco. Sé poco sobre piezas de armadura, pero parece tener cierto valor. Puedes juzgar por ti mismo. —Le tendió el saco—. ¿Dónde está Caramon?

—Recibiendo invitados —repuso Sturm.

El caballero abrió el saco, sacó el yelmo y lo sostuvo a la luz. Soltó un suave suspiro.

—Excelente manufactura. Nunca había visto nada igual. —Lanzó una mirada feroz al mago—. ¡«Cierto» valor! Esto vale el rescate de un rey. Un yelmo así sólo lo llevaría puesto alguien de sangre real, un príncipe o tal vez el propio rey.

—Eso lo explicaría... —musitó Raistlin, que añadió con tono despreocupado:— Deberías manejarlo con cuidado. Creo que podría estar encantado.

Estaba pensando en lo que el espectro le había dicho: «Has encontrado lo que buscas.» ¿Qué había ido a buscar allí? Raistlin no lo sabía en realidad. Le había dicho a Tanis que buscaba la llave que les abriría las puertas de Thorbardin. ¿Era cierto o sólo había sido una excusa? ¿O quizá la verdad se encontraba en medio, entre lo uno y lo otro...?

—¿Recibiendo invitados? —repitió el mago cuando el extraño comentario del caballero penetró en la bruma que le enturbiaba la mente—. ¿Qué quieres decir? No estará en peligro...

—Eso depende de lo que entiendas por peligro —contestó Sturm, que soltó una corta carcajada.

Preocupado, Raistlin hizo intención de ir en ayuda de su hermano, pero encontró a Caramon en el umbral de la armería. El guerrero tenía el rostro encendido.

—Eh, Raist, fíjate quién ha venido —dijo con una sonrisa tímida.

Tika apareció junto a Caramon. Le dirigió a Raistlin una sonrisa que se disipó rápidamente ante la mirada fría del mago. Éste se disponía a decir algo, pero se lo impidió Tasslehoff al entrar en la estancia dando saltos y hablando de forma atropellada por la excitación.

—¡Hola, Raistlin! Vinimos a rescataros pero supongo que no hacía falta. Caramon creía que éramos draconianos y casi nos ensartó con la espada. ¡Guau! ¿Eso es un dragón? ¿Está muerto? ¡Pobre! ¿Puedo tocarlo?

Raistlin asestó a su gemelo una mirada penetrante.

—Caramon, tenemos que hablar —dijo en tono gélido.

13

Invitado real. La salida. Un descubrimiento pavoroso

Sturm pasó la mano por el yelmo, maravillado por la destreza de su artífice. Era vagamente consciente de la tensión que flotaba en el ambiente, de la reprimenda de Raistlin a su hermano con voz baja e irritada, del ruido que hacía Caramon con los pies al apoyar el peso ora en uno ora en otro y de sus respuestas apenadas sobre que aquello no era culpa suya, de que Tika agarraba al kender por el cuello de la camisa y lo sacaba de la estancia a la fuerza mientras mascullaba algo sobre buscar la salida de aquel sitio horrible. El caballero era consciente de todo lo que pasaba, pero no prestaba atención a nada de aquello. No podía apartar los ojos ni la mente del yelmo.

Con las yemas de los dedos quitó la mugre de las gemas para que brillaran con más intensidad. Una en particular atrajo su mirada: un rubí tan grande como el puño de un niño que iba engastado en el centro del yelmo. Sturm imaginó el aspecto que tendría ese yelmo cuando estuviese bruñido, reluciente. De repente sintió la tentación de ponérselo.

No sabía de dónde le había venido la idea. Ni que decir tiene que no cambiaría su propio yelmo —que había llevado su padre y antes su abuelo— ni por todas las monedas de acero de Krynn; de todos modos, ese yelmo no le quedaría bien. Se había hecho para un enano y, en consecuencia, era demasiado grande para un humano. La cabeza le repicaría dentro igual que un guisante en una cáscara de nuez, pero a pesar de todo Sturm deseaba probárselo. A lo mejor era sólo para ver qué se sentía al lucir un objeto que valía el rescate de un rey o quizás era para juzgar la calidad de aquella pieza artesanal o tal vez era que el yelmo le estaba hablando y lo instaba a ponérselo en la cabeza y cubrirse con él el largo y oscuro cabello, en el que empezaban a menudear las canas a pesar de que sólo tenía veintinueve años.