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Volvió a desaparecer en la oscuridad. Tika recogió la antorcha y miró a su alrededor con nerviosismo; no le gustaba quedarse sola. Caramon no estaba lejos y acudiría si gritaba. Tas regresó poco después.

—¡La encontré! ¡Hay un agujero en el techo que creo que conduce a un conducto que estoy bastante seguro de que lleva al exterior! Apuesto a que podríamos subir por ese conducto. ¿Quieres que lo intentemos?

—Sí —accedió Tika, convencida de que, condujera donde condujera, aquel conducto sería mejor que donde estaba ahora. Cualquier cosa sería mejor que volver con Caramon y su hermano—. ¿Cómo subo a la pasarela?

—Descolgaré una cuerda. Sostén esa antorcha donde pueda ver lo que estoy haciendo.

Tika alzó la antorcha. Trabajando a su luz titilante, Tas ató una punta de la cuerda a un balaustre y después la dejó caer hasta Tika.

—Será mejor que apagues la antorcha —aconsejó—. Así no nos perseguirán draconianos. Yo encenderé una aquí arriba.

La joven hizo lo que le decía y después aferró la cuerda y empezó a subir a pulso. De pequeña le había gustado mucho trepar así por una cuerda; en la ciudad arbórea de Solace, los niños subían y bajaban por cuerdas con la agilidad de una araña. Desde aquel entonces no había practicado mucho lo de subir a pulso, pero la habilidad reapareció en seguida.

—Tienes unos brazos fuertes —comentó el kender, admirado.

—Y caderas anchas —masculló la joven, que se aupó a la pasarela y se encaramó a ella.

—El conducto de aire está por aquí.

Tas y la antorcha la condujeron hasta un agujero en el techo, bastante ancho. Aunque Tika no alcanzó a ver la luz del sol sí que notó el olor a aire fresco que venía desde arriba y le acariciaba la cara con suavidad. Hizo una profunda inhalación.

—Es una salida, no cabe duda —dijo.

—Creo que también es el acceso de entrada —comentó el kender—. Los draconianos utilizan esta vía para acceder a la fortaleza. Sólo tienes que ver las cosas que hay tiradas por aquí.

—¡Eso significa que volverán a recogerlas! —contestó la joven, alarmada.

—En cualquier momento, sí —respondió muy contento el kender—, así que si queremos explorar el conducto, deberíamos hacerlo cuanto antes.

—¿Y si hay guardias draconianos ahí dentro? —flaqueó Tika.

Tas escudriñó el conducto con el semblante arrugado en un gesto pensativo.

—No creo —dijo después—. Si los draconianos hubieran regresado conducto arriba, se habrían llevado sus cosas. No. Tienen que estar en otra parte. Seguramente explorando las ruinas, allí abajo.

—Entonces, subamos —dijo Tika, que temblaba al imaginar un encuentro con esas criaturas.

Los dos treparon por un montón de escombros caídos al final del conducto y desde allí por el conducto propiamente dicho. Una tenue luz grisácea se filtraba desde arriba, así que pudieron dejar la antorcha. El conducto no subía recto, como una chimenea, sino en una pendiente gradual, por lo que ascender no resultó difícil. La brisa que se colaba conducto abajo se hizo más fuerte y más fría, y poco después tenían a la vista un denso manto de nubes grises que parecían estar al alcance de la mano. La abertura era un agujero ovalado de gran tamaño abierto en la roca; los bordes emitían un brillo húmedo con la luz plomiza.

Tas asomó la cabeza por el agujero pero la echó atrás de inmediato.

—¡Draconianos! —susurró el kender—. A montones, justo debajo de nosotros.

Los dos se quedaron muy quietos, sin hacer ruido, y luego Tas volvió a incorporarse para asomarse otra vez.

—¿Qué haces? —increpó Tika en voz baja mientras le tiraba de las calzas—. ¡Te van a ver!

—No, ni hablar —contestó el kender—. Estamos por encima de ellos. Ven, puedes asomarte.

A Tika no le hacía gracia la idea, pero tenía que verlo por sí misma. Se acercó con toda cautela al borde del agujero y se asomó.

Los draconianos estaban agrupados en la base de la fortaleza en ruinas, en uno de los pocos espacios de tierra seca que había. Una hedionda ciénaga de aspecto tenebroso los rodeaba. Las nubes grises que bullían en lo alto resultaron no ser nubes, sino una densa niebla que salía de las aguas pútridas. Los draconianos rodeaban a otro que parecía ser su cabecilla. Era más grande que el resto y tenía las escamas de distinto color; les impartía órdenes en voz alta de timbre grave y lo oían con claridad.

—¡Tika, sé hablar draconiano! —exclamó Tas, entusiasmado—. Entiendo lo que dice.

—Yo también entiendo lo que dice. Está hablando en Común —lo desengañó la joven.

Los dos escucharon y observaron.

»¡Vamos, hemos de contárselo a los otros! —susurró después Tika.

—¿No convendría esperar y enterarnos de algo más?

—Ya hemos oído más que de sobra —repuso Tika.

La muchacha empezó a deslizarse conducto de aire abajo. Tas se quedó escuchando un instante más y después la siguió.

—¿Sabes qué, Tika? Después de todo ha sido una suerte que viniésemos —opinó Tas cuando llegaron a la pasarela.

—Yo estaba pensando lo mismo —convino ella.

14

Malas noticias. ¿Quién va a regresar?

—¡Raistlin! ¡Caramon! ¡Sturm! ¡Hay un ejército de draconianos justo ahí fuera! —anunció Tas, que irrumpió en la armería a todo correr.

—¡Los draconianos planean atacar a los nuestros en el valle! —dijo Tika al mismo tiempo—. ¡Oímos al grandullón decírselo a sus soldados! El ataque llegará desde Pax Tharkas.

—Nos enteramos porque ahora entiendo el draconiano. —El kender alzó la voz para hacerse oír por encima de lo que hablaba Tika—. Oye ¿por qué lleva Sturm ese yelmo de aspecto raro?

Raistlin los miró colérico.

—No entiendo una palabra de lo que decís. ¡Hablad de uno en uno, por partes!

—Tas, ve a vigilar el corredor —ordenó la chica.

—Pero, Tika...

Ella lo fulminó con la mirada y Tasslehoff salió. La joven repitió lo que había dicho antes y continuó.

—Esa tropa de draconianos es parte de una fuerza mayor. Los han apostado aquí para asegurarse de que los nuestros no vienen por esta ruta. Ha sido una suerte que Tas y yo viniésemos —añadió con una mirada desafiante a Raistlin—. En caso contrario no habríamos descubierto el peligro que corren los refugiados.

Raistlin miró a Caramon, que suspiró y sacudió la cabeza.

—Esto dificulta las cosas —dijo el mago.

—¿Qué? ¿Cómo? No entiendo. —Tika estaba desconcertada. No era ésa la reacción que esperaba.

Había confiado en que Caramon estuviese contento con ella. Bueno, contento tal vez no, porque les llevaba malas noticias, las peores que podía haber, pero al menos podría haberse mostrado contento porque Tas y ella habían descubierto el ataque a tiempo de tomar medidas.

Sin embargo, Caramon se limitó a quedarse plantado allí con aire preocupado e infeliz mientras Raistlin apretaba los labios con fuerza. No habría sabido decir la expresión que tenía Sturm porque el caballero llevaba puesto una especie de yelmo extraño que le tapaba la cara. En resumen, que todos actuaban de forma rara.

—¿Qué os pasa? Deberíamos ponernos en marcha de inmediato. Ahora mismo. ¿Y por qué lleva Sturm ese yelmo tan raro?

—Tiene razón, Raist —intervino Caramon—. Deberíamos regresar.

—¿Qué harán los refugiados una vez que les hayamos advertido? —demandó el mago—. ¿Dónde irán que estén a salvo? —Miró de soslayo al caballero—. A Thorbardin.

—Por supuesto que hemos de ir a Thorbardin —afirmó Sturm con un viso de impaciencia en la voz—. Ya nos hemos demorado demasiado. Yo me marcho. Si vais a acompañarme, humanos, venid pues.

Echó a andar hacia la puerta, pero Raistlin reaccionó con prontitud y se interpuso en su camino, tras lo cual posó la mano en el brazo del caballero.