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—¡Pero si hasta ronca diferente de como lo hace Sturm! —informó Tas cuando Caramon se acercó para comprobar cómo le iba al caballero.

El hombretón miró a su hermano y después se agachó y aferró el yelmo.

—¿Vas a quitárselo de un tirón? ¡Eh, déjame ayudarte! —se ofreció Tas, entusiasmado—. ¿Puedo ponérmelo yo después? ¿Puedo ser el príncipe?

La única respuesta de Caramon fue un quedo gruñido. Tiró del yelmo, lo retorció y, cuando eso no funcionó, le dio un porrazo para ver si conseguía aflojarlo.

El yelmo aguantó firme, sin ceder un ápice.

—No vas a conseguir sacarlo como no le arranques la cabeza a Sturm y supongo que no es una posible alternativa, ¿verdad? —comentó el kender.

—No, no lo es.

—Qué pena —dijo Tas, decepcionado pero resignado—. En fin, si no puedo ser un enano, al menos tengo la diversión de ver a Sturm actuar como uno de ellos.

—Diversión —resopló Caramon.

Se recostó en la pared, cruzado de brazos, y buscó una postura cómoda en el duro suelo. Se había ofrecido a hacer la primera guardia. Tika se puso de pie, se sacudió las manos y se encaminó hacia él. El guerrero gimió para sus adentros y se preparó para lo que se avecinaba.

—¿Has cenado bien? —preguntó mientras se ponía de pie, nervioso.

Tika miró de soslayo a Raistlin y, al verlo absorto en la lectura, habló en voz baja:

—Ya has tomado una decisión. Te irás con tu hermano, ¿verdad?

—Mira, Tika, he estado pensando —empezó Caramon—. ¿Y si mañana nos dirigimos todos a Thorbardin? Nos reuniremos con Flint y Tanis y entonces Raistlin podrá quedarse con ellos y tú y yo regresaremos para advertir a los demás...

—Querrás decir que regresaremos para enterrarlos —lo interrumpió la joven, que después giró sobre sus talones y volvió a su sitio junto a la pared.

«No lo entiende —se dijo el guerrero para sus adentros—. No se da cuenta de lo débil que es Raistlin, de lo enfermo que se pone. Me necesita. No puedo dejarlo solo. A los refugiados no les pasará nada. Riverwind es listo y sabrá lo que tiene que hacer.»

Raistlin, que sólo había fingido estar estudiando sus conjuros, sonrió para sí con satisfacción al ver que Tika se daba media vuelta. Cerró el libro de hechizos, lo guardó en la mochila que siempre le llevaba su hermano y, sintiéndose de pronto muy débil tras los grandes esfuerzos hechos ese día, apagó la luz del bastón y se durmió.

La noche avanzaba. La oscuridad en el túnel era impenetrable. Sentada contra la pared, Tika estaba despierta y escuchaba los distintos sonidos: los ronquidos sonoros de Sturm, el arrastrar de pies de Caramon, las vueltas y sacudidas en sueños de Tas y otros ruidos que quizás los hacían ratas o tal vez no.

Caramon soltó un descomunal bostezo y, tanteando en la oscuridad, encontró al kender y lo sacudió.

—No puedo seguir despierto más tiempo —susurró—. Sustituyeme.

—Claro, Caramon —contestó Tas con voz adormilada—. ¿Te parece bien que me siente al lado de Sturm? A lo mejor se despierta y entonces podré preguntarle al príncipe si me deja que me ponga el yelmo aunque sólo sea un rato.

Caramon masculló algo sobre que el príncipe y el yelmo podían irse derechos al Abismo por lo que a él concernía. Al oír que se acercaba donde estaba ella, Tika se tumbó rápidamente y cerró los ojos, aunque probablemente él no la vería en la oscuridad.

El guerrero la llamó.

—Tika —susurró, vacilante.

Ella no contestó.

»Tika, intenta entenderlo —pidió, quejumbroso—. Tengo que ir con Raist, me necesita.

Siguió callada. Entonces Caramon soltó un sonoro suspiro y, tropezando con los pies de Sturm, avanzó a tientas hasta encontrar su petate y se tumbó en él. Cuando empezó a roncar, Tika se puso de pie. Encontró la mochila y la antorcha y se acercó con sigilo a donde Tasslehoff se entretenía empujando con la punta de la jupak a Sturm con el propósito de despertarlo.

—Tas, necesito que me enciendas esta antorcha —pidió Tika en voz queda.

Siempre dispuesto a hacer un favor, el kender rebuscó en uno de sus saquillos. Sacó un yesquero y en un santiamén la antorcha ardía con fuerza. Tika contuvo la respiración, casi esperando que la luz despertara a los durmientes. Raistlin masculló algo, se echó la capucha sobre los ojos y se dio la vuelta. Sturm ni se movió. Caramon, que en cierta ocasión había seguido dormido durante el ataque de un ogro, siguió roncando.

La joven soltó un suspiro suave. No era su intención despertarlo, pero en parte se sintió decepcionada.

—¿Recuerdas tú que he hecho con mi espada? —le preguntó a Tas.

El kender se quedó pensativo un momento.

—Te la quitaste cuando trepamos a la pasarela. Supongo que te la olvidaste allí con todo el jaleo. Seguramente aún sigue tirada en esa columna caída, en la fortaleza.

Tika suspiró para sus adentros. Ningún guerrero de verdad habría olvidado dónde había dejado su espada.

—¿Quieres que vaya a buscarla? —preguntó Tas, anhelante.

—¡Desde luego que no! —contestó la joven—. Quién sabe qué cosas espantosas merodean por allí de noche. Fíjate lo que le ha pasado a Sturm.

Ahora le llegó el turno a Tas de suspirar para sus adentros. Había gente que tenía más suerte que nadie. No era justo.

—Préstame Mataconejos —pidió Tika.

Tas dio una palmadita afectuosa a la daga que llevaba al cinto antes de pasársela a Tika.

—No la pierdas. ¿Dónde vas? —preguntó el kender.

—Vuelvo al campamento para advertir a los otros.

—¡Voy contigo! —Tas se levantó de un salto.

—No. —Tika sacudió los pelirrojos rizos—. Estás de guardia, ¿recuerdas? No puedes marcharte.

—Ah, sí, tienes razón —convino el kender y Tika, que esperaba más oposición, se sorprendió. Había temido que surgiría una discusión por ese asunto.

—Iré si realmente me necesitas —le dijo Tas—. Pero si no, prefiero quedarme. No me quiero perder lo de Sturm siendo un enano. Es algo que no se ve todos los días. Despertaré a Caramon.

—No, ni hablar —se negó la joven, muy seria—. Intentaría detenerme.

Se metió la daga en el cinturón y se colgó la mochila al hombro.

—¿De verdad vas a ir sola? —preguntó el kender, impresionado.

—Sí. Y no le digas nada a nadie, ¿entendido? Hasta mañana, ni media palabra. ¿Lo prometes?

—Lo prometo —contestó Tas, rápido y locuaz.

Tika conocía a Tasslehoff y sabía que para el kender las promesas eran como pelusas, fáciles de quitar sacudiéndolas con la mano. Lo miró muy seria.

—Tienes que jurarlo por todos los objetos que guardas en los saquillos —dijo—. Que todos se vuelvan cucarachas y se escapen de noche si rompes tu juramento.

A Tas se le abrieron los ojos como platos ante una posibilidad tan espantosa.

—¿Tengo que hacerlo? —preguntó mientras se retorcía—. Ya lo he prometido...

—¡Júralo! —espetó Tika con voz terrible.

—Lo juro. —Tas tragó saliva.

Bastante segura de que aquel juramento tremendo lo mantendría al menos durante unas horas, las suficientes para darle una buena ventaja, Tika echó a anclar túnel adelante. Sin embargo, sólo había recorrido unos pasos cuando se acordó de algo y dio media vuelta.

—Tas, dale un recado a Caramon de mi parte, ¿quieres?

Tasslehoff asintió con la cabeza.

—Dile que lo entiendo. En serio.

—Se lo diré. Adiós, Tika. —Tas agitó la mano.

El kender tenía la impresión de que ese asunto de irse ella sola no estaba bien. Debería despertar a alguien; entonces pensó en todas las cosas maravillosas que guardaba en sus saquillos y las imaginó convirtiéndose en cucarachas y escabullándose, y ya no supo qué hacer. Volvió a sentarse al lado de Sturm e intentó encontrar un modo de soslayar el juramento. La luz que llevaba Tika fue disminuyendo en la distancia más y más hasta que el kender dejó de verla y él aún no había discurrido una forma de salir del apuro.