Выбрать главу

De nuevo sonó el ruido y esta vez Tika estaba segura de no haberlo imaginado.

—¿Tasslehoff? ¿Eres tú?

Sería muy propio del kender dejar su puesto e ir tras ella. Seguramente planeaba acercarse con sigilo, saltar sobre ella desde las sombras y partirse de risa por el susto que le había dado.

Si era Tas, el kender no contestó a su llamada.

Volvió a oír el ruido. Sonaba como una respiración áspera y pisadas que raspaban el suelo. Y, quienquiera que fuese, ya no se molestaba en ocultar su presencia.

—Tasslehoff, esto no tiene gracia... —Le falló la voz.

Mientras hablaba, supo que no era el kender. El miedo le provocó retortijones en el estómago y le hizo un nudo en la garganta. Era incapaz de tragar ni de respirar. Se cambió la antorcha a la mano izquierda y casi la dejó caer. La mano derecha se le cerró, temblorosa, sobre la daga que llevaba al cinto. No quería morir sola, en la oscuridad. La idea hizo que se le escapara un débil gimoteo de terror.

No veía nada, pero oía ruido de garras al desplazarse por el suelo de piedra y comprendió de inmediato que su perseguidor era un draconiano. El primer pensamiento, producto del pánico, fue echar a correr, pero aunque el cerebro le gritaba que huyera, las piernas se negaban a obedecer. Además, no tenía dónde ir. Ni dónde huir. Ni dónde ocultarse.

Los ásperos jadeos y los gruñidos se acercaron más y más. El draconiano había abandonado todo sigilo.

Entró en la zona alumbrada por la antorcha delante de ella, corriendo directamente en su dirección. Al verla, la horrenda cara escamosa se desfiguró con una mueca repulsiva. Gorgoteó y le resbaló saliva de las fauces. Llevaba una espada de hoja curva, pero no la había desenvainado. No quería matar a su presa; antes quería divertirse un poco.

Tika dejó que el bestial ser se acercara y no como parte de una estrategia pensada, sino porque estaba demasiado aterrada para moverse. Los ojos rojos del draconiano relucían; las manos, más bien garras, se abrían y se cerraban. Extendió las alas y saltó sobre ella con intención de derribarla al suelo con él encima.

La determinación cobró firmeza en Tika y, trocando el miedo en fortaleza, prestó firmeza a su mano. Moviendo la antorcha en un violento revés, la estrelló contra el lascivo rostro del draconiano. Aunque por casualidad, fue un golpe asestado en el momento justo y alcanzó al baaz en pleno vuelo.

El estacazo torció la cabeza del draconiano hacia un lado mientras los pies seguían hacia el contrario llevados por el impulso, con el resultado de caer patas arriba. Se dio un buen porrazo en el suelo de piedra, con las alas chafadas debajo del cuerpo. Tika arrojó a un lado la antorcha y, sosteniendo la daga con las dos manos, se abalanzó sobre el baaz al instante. Gritando de rabia, lo apuñaló y acuchilló una y otra y otra vez.

El draconiano aulló e intentó sujetarla. La joven no sabía en qué parte del cuerpo le estaba clavando la daga; no veía bien porque un velo rojo le nublaba los ojos. Golpeaba todo lo que se movía. Asestaba patadas, pisotones, cuchilladas y tajos donde fuera, le daba igual; lo único que sabía era que tenía que seguir luchando hasta que la criatura dejara de moverse.

Entonces la hoja del arma chocó contra la piedra y el impacto le ocasionó una dolorosa sacudida en los brazos; la daga se le resbaló de las manos, empapadas de sangre. Aterrada, Tika gateó en busca del arma. La encontró, la asió y la enarboló al tiempo que se giraba; entonces vio a su enemigo muerto a sus pies. La daga no había chocado contra el suelo, sino en el cadáver del draconiano, convertido en piedra.

Temblorosa, jadeante y sacudida por los sollozos, Tika saboreó un líquido repulsivo en la boca. Vomitó y se sintió mejor. Los enloquecidos latidos del corazón empezaron a normalizarse. Ahora respiraba un poco mejor y sólo sentía la quemazón y el escozor de los arañazos que tenía en los brazos y en las piernas. Recogió la antorcha y, sosteniéndola sobre el cadáver del draconiano, esperó a que se deshiciese en polvo. Sólo entonces, cuando por fin se desintegró, la joven se convenció de que estaba muerto.

Tuvo un escalofrío y estaba a punto de dejarse caer pesadamente en el suelo de piedra cuando se le ocurrió la idea de que podía haber más de esos monstruos en el túnel. Se limpió con presteza la sangre que tenía en la mano para asir mejor la empuñadura de la daga y esperó. Los dolorosos arañazos le ardían en los brazos y las piernas y la joven empezó a tiritar.

La mente se le despejó. Si hubiese habido más, ya la habrían atacado a esas alturas. Ese había actuado por su cuenta, con la esperanza de tener la recompensa para él solo.

Tika hizo un repaso de las heridas recibidas. Arañazos largos e irregulares le cruzaban brazos y piernas, pero no había más daños. Su violento ataque había pillado por sorpresa al draconiano. Los arañazos le ardían muchísimo y no dejaban de sangrar, pero eso era positivo. La hemorragia impediría que las heridas se infectaran.

Se los limpió con agua del odre, se limpió la sangre del draconiano de la cara y de las manos y se enjuagó la boca para quitarse el horrible sabor, tras lo cual, la escupió. Tenía miedo de tragarla por si volvía a vomitar.

Estaba exhausta, enferma y temblorosa. Habría querido hacerse un ovillo en el suelo y darse una hartada a llorar, pero no soportaba la idea de pasar un instante más en aquel túnel horrible. Además, tenía que llegar al campamento para advertir a Riverwind y no había tiempo que perder.

Apretando los dientes, Tika se metió la daga en el cinto y echó a andar con resolución.

Tasslehoff condujo a Caramon, Raistlin y al príncipe Sturm, como lo llamaba ahora el kender, por el conducto de ventilación. Al llegar arriba, se asomaron con cautela y albergando cierta esperanza. No habían oído ruidos de draconianos durante la noche y habían confiado en que, tras matar al dragón y saquear el lugar, habrían seguido adelante. En cambio, se encontraron con que los draconianos habían acampado justo debajo de la salida de la fortaleza en ruinas.

Los draconianos dormían al raso, enroscados en el suelo, con las colas alrededor de los pies y las alas plegadas. La mayoría apoyaba la cabeza en sacos en los que se marcaban los bultos de lo que quiera que hubiesen tomado como botín en la fortaleza. Había un draconiano montando guardia, con la espalda apoyada en una roca. De vez en cuando daba una cabezada y entonces se despertaba con una sacudida.

—Creí haberte entendido que era un ejército —increpó Caramon al kender con acritud.

—Eso es casi un ejército —repuso Tas sin inmutarse.

—Ni de lejos —lo contradijo el guerrero.

—Sean quince o mil quinientos tanto da —intervino Raistlin—. El asunto es que tenemos que pasar por su posición.

—A menos que haya otra salida. —Caramon miró a Sturm y éste sacudió la cabeza en un gesto negativo.

—Thorbardin se encuentra en esa dirección. —Señaló al sur—. Al otro lado de las llanuras de Dergoth.

—Sí, lo sé. No haces más que repetirlo —contestó Caramon—. ¿Hay alguna otra salida de la fortaleza? ¿Una ruta secreta?

—Nuestro ejército tomó al asalto las puertas, entramos por delante y arrollamos a los defensores.

—No hay más salida que ésta —informó Raistlin.

—Eso no lo sabes de cierto. Podríamos explorar un poco.

—Hazme caso —repuso el mago en tono monótono—. Sé lo que digo.

Caramon sacudió la cabeza, pero no siguió discutiendo.

—Esperaremos a que se vayan los draconianos, simplemente —decidió Raistlin—. No se quedarán ahí todo el día. Seguramente regresarán a la fortaleza para buscar más botín. Una vez que hayan entrado, podremos irnos.

—Deberíamos matarlos ahora —sugirió Sturm—. Sólo son goblins. Nosotros cuatro podríamos dar buena cuenta de esas sabandijas con facilidad.