—¡Se acerca alguien!
Alarmado, Caramon alzó la vista hacia las tres cuerdas que colgaban desde el agujero del conducto. Visto desde esa posición, el guerrero entendió el nombre dado al monte. Tenía una extraña semejanza con una calavera. El conducto de aire formaba una de las cuencas de los ojos. Un segundo conducto de aire en el lado opuesto formaba la otra. La entrada a la fortaleza era la boca de la calavera, con estalagmitas y estalactitas irregulares como dientes. Las cuerdas, descolgadas desde una de las cuencas de los ojos, eran un anuncio al mundo de su presencia allí. El guerrero se planteó ocultarse entre los densos vapores de la ciénaga, pero los draconianos irían tras ellos y si tal cosa ocurría prefería enfrentarse al enemigo en terreno firme y seco.
Caramon desenvainó la espada. Tasslehoff, pesaroso por no contar con su Mataconejos, enarboló la jupak. También Sturm desenvainó la espada.
Caramon esperaba que el príncipe Grallen fuera un guerrero tan experimentado como Sturm Brightblade. Raistlin, escondido detrás de la roca, preparó sus conjuros.
El bozak y sus cinco escoltas baaz salieron de la fortaleza con la intención de revisar el botín que los baaz habían dejado allí y ver si alguno se había guardado algo sin darle su parte. Con su plan de saquear a los saqueadores, el bozak no estaba preparado para un combate. Él y los otros recibieron un buen susto al encontrarse frente a unos enemigos armados.
Sin embargo, los draconianos habían sido creados para la batalla y el bozak se recobró de la sorpresa con rapidez. Usó su magia en primer lugar y lanzó un encantamiento sobre el guerrero que en su opinión era el más peligroso. Un rayo de luz cegadora salió disparado de la garra del bozak y alcanzó a Sturm, que gritó mientras se llevaba las manos al pecho y después caía encogido al suelo, entre gemidos.
Al ver al caballero tendido en el suelo, el bozak se volvió hacia Caramon. El draconiano extendió las enormes alas que lo hacían parecer aún más grande y cargó sin dejar de gruñir a la par que blandía la espada con poderosos arcos y tajos. Caramon paró el primer golpe con la espada; el brazo acusó la sacudida del violento impacto hasta el codo.
Antes de que el guerrero pudiera recuperarse, el bozak se giró y le golpeó las piernas con la enorme cola, lo que le hizo perder el equilibrio y caer de rodillas. Mientras intentaba ponerse de pie lo antes posible, alzó la vista y se encontró con el bozak volviéndose de nuevo contra él, enarbolada la espada. Caramon alzó la suya y las dos armas entrechocaron con estruendo.
Raistlin, agazapado y oculto en su escondrijo próximo a la entrada, esparció pétalos de rosa a la par que pronunciaba el conjuro de sueño sobre los tres baaz que tenía más cerca. No las tenía todas consigo respecto al resultado del encantamiento, ya que había probado ese y otros conjuros con draconianos en otras ocasiones y habían resistido a los efectos de la magia.
Dos de los baaz dieron un traspiés y el tercero se quedó boquiabierto y bajó la espada, pero sólo durante un momento. Luego consiguió sacudirse el sueño y cargó hacia la refriega. Los otros dos siguieron de pie y, lo que era peor, comprendieron que un hechicero había intentado someterlos a un conjuro. Giraron sobre sus talones, espada en mano, y descubrieron a Raistlin.
El mago estaba a punto de lanzar una mortal bola de fuego contra ellos cuando descubrió con espanto que las palabras mágicas del hechizo lo eludían. Frenético, buscó en su memoria, pero las palabras no estaban allí. Se reprochó amargamente su estupidez. Había estado más pendiente de vigilar a Tika y a su hermano la noche anterior que de estudiar sus conjuros.
Para entonces, uno de los draconianos acometía contra él mientras blandía la espada con ferocidad. Desesperado, rogando que la madera no se quebrara, Raistlin alzó el bastón para detener el golpe.
Cuando la espada tocó el bastón se produjo un destello, una especie de chisporroteo y un aullido. El baaz soltó el arma y se puso a dar saltos a la par que gruñía y se estrujaba la mano con gesto de dolor. Al ver la suerte corrida por su compañero, el otro baaz se aproximó al mago y al bastón con cautela, pero no dejó de avanzar. Raistlin pegó la espalda contra las rocas y sostuvo el bastón ante sí con firmeza.
Ninguno de los draconianos se había tomado la molestia de atacar al kender, a quien habían dejado para el final creyendo que no era peligroso. Uno de los baaz corrió hacia Sturm, ya fuera para rematarlo o para saquearlo si había muerto o ambas cosas.
—¡Eh, cara de lagartija! —gritó Tas, que echó a correr y golpeó al baaz en la parte posterior de la cabeza con la jupak.
El golpe poco daño podía hacer en la dura cabeza del draconiano, como no fuera irritar al baaz. Espada en mano, se dio media vuelta con intención de destripar al kender, pero atraparlo no era tan sencillo. Tasslehoff brincaba primero aquí y después allí y se mofaba del baaz desafiándolo a que intentara golpearlo.
El baaz blandió la espada una y otra vez; pero, hiciera lo que hiciera, el kender siempre estaba en otra parte profiriendo insultos y golpeándolo con la jupak. Entre saltos, agachadas e insultos tan variados como «culo escamoso» y «boñiga de dragón», la rabia cegó al baaz, que se lanzó sobre el kender.
Tasslehoff alejó al baaz de Sturm pero, por desgracia, llevado por el entusiasmo, el kender no miró hacia dónde iba y se encontró peligrosamente cerca de la ciénaga. Dando un último salto para evitar que el enfurecido baaz lo hiciera rodajas, Tas resbaló en una piedra y, tras mucho agitar de brazos y manotear el aire, cayó al agua empantanada con un grito y un chapoteo.
El baaz iba a ir tras él cuando una seca orden del bozak lo hizo entrar en razón. Tras un momentáneo titubeo, el baaz dejó al kender, que había desaparecido en la bruma, y corrió a ayudar a su compañero a rematar al mago.
Caramon y el bozak intercambiaron una serie de golpes violentos que hicieron saltar chispas de los aceros. Los dos estaban igualados como adversarios y puede que Caramon se hubiera alzado con la victoria al final porque el bozak había pasado gran parte de la noche de juerga y no se encontraba en buenas condiciones físicas. El miedo por su hermano y la desesperación por poner fin a esa lucha hicieron que el guerrero actuara con temeridad. Creyó ver un hueco en las defensas del draconiano y cargó sólo para darse cuenta, demasiado tarde, que era una finta. Su espada salió lanzada por el aire y cayó al agua, a su espalda, con un chapoteo descorazonador. Caramon echó un vistazo angustiado a su gemelo y después saltó hacia un lado y rodó por el suelo, perseguido por el bozak.
El guerrero lanzó una patada y acertó a dar al bozak en la rodilla. El draconiano gruñó de dolor y respondió a su vez con otra patada que alcanzó a Caramon en la tripa y que lo dejó sin resuello e indefenso momentáneamente. El bozak alzó la espada y estaba a punto de descargar el golpe mortal cuando un aullido atroz, espantoso, que sonó a su espalda hizo que frenara la cuchillada y mirara hacia atrás.
Caramon alzó la cabeza para mirar. Tanto el bozak como él se quedaron mirando de hito en hito, aterrados.
Unos ojos fríos, pálidos, embozados en los desgarrados jirones de la noche, flotaban cerca de Raistlin. Un draconiano yacía en el suelo y el cuerpo empezaba a deshacerse en polvo. El otro baaz gritaba de un modo horrible mientras una mano tan fría y pálida como los ojos incorpóreos le retorcía un brazo. El baaz se estremeció al contacto letal del espectro y después se desplomó con los estertores de la muerte que lo convirtieron en piedra.
Caramon hizo un esfuerzo para incorporarse, convencido de que su hermano sería la siguiente víctima de los espectros. Para su sorpresa, los escalofriantes entes no hicieron caso de Raistlin, que, pegado contra la roca, sostenía el bastón ante sí. Los ojos sin vida y la oscuridad que flotaba tras ellos como una estela se abatieron sobre el bozak como una nube terrible. Aullando de dolor, el bozak se retorció en el mortífero abrazo. Se debatió y forcejeó para escapar, pero estaba bien sujeto.