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—¿Qué le pasa? —preguntó Laurana, alarmada.

—Fíjate en esos arañazos. Algún animal salvaje la ha atacado —respondió Goldmoon, que refrescó la frente de Tika con un paño mojado en agua fría—. Un oso o un puma, quizá.

—No —dijo Riverwind—. Un draconiano.

Su esposa alzó la cabeza y lo miró, consternada.

—¿Por qué lo sabes?

Riverwind señaló varias manchas de polvo gris en el coselete de cuero de la joven.

—Sólo tiene marcas de garras en los brazos y las piernas, cuando un animal salvaje se las habría dejado por todo el cuerpo. El draconiano intentaba reducirla para abusar de ella...

Laurana se estremeció. Riverwind tenía el gesto sombrío y a su esposa se la notaba muy preocupada.

—¿Qué pasa? —inquirió la elfa—. Se pondrá bien, ¿verdad? Puedes sanarla...

—Sí, Laurana, sí —le aseguró Goldmoon con voz tranquilizadora—. Dejadla sola conmigo, todos. —Acarició los rizos pelirrojos de la joven, húmedos de sudor, y posó la mano en el medallón de Mishakal que llevaba colgado al cuello— Deberías convocar una asamblea con el consejo, esposo.

—Antes tengo que hablar con Tika.

—De acuerdo —accedió Goldmoon tras una breve vacilación—. Te mandaré llamar cuando haya vuelto en sí, pero para hablar sólo un poco. Necesita descanso y alimentos.

—Deja que me quede —pidió Laurana—. Esto es culpa mía.

—Tienes que ir a buscar a Elistan —respondió Goldmoon al tiempo que sacudía la cabeza.

Laurana no entendía, pero se daba cuenta de que a los dos les preocupaba algo. Laurana salió del refugio detrás del Hombre de las Llanuras.

—¿Qué ocurre? ¿Qué os tiene alarmados?

—A Tika la atacó un draconiano —contestó Riverwind—. Ese ataque tiene que haber ocurrido aquí o muy cerca.

De repente Laurana comprendió las terribles implicaciones.

—¡Que los dioses se apiaden de nosotros! ¡Eso significa que nuestros enemigos han hallado una forma de entrar en el valle! Goldmoon tiene razón, he de decírselo a Elistan.

—Hazlo con discreción —advirtió Riverwind—. Tráelo aquí contigo. Y no digas una palabra de esto a nadie más, al menos de momento. Sólo nos faltaba que cundiera el pánico entre la gente.

—No, claro que no —convino la elfa, que se alejó a buen paso.

La gente se había reunido a una distancia discreta de la cueva y esperaba noticias. Tika, con su risa pronta y su temperamento alegre, era muy apreciada por toda la gente del campamento, aparte del Sumo Teócrata.

Maritta paró a Laurana cuando la elfa salió de la cueva y le preguntó, preocupada, qué tal estaba Tika. Laurana comprendió que sería más fácil hacer un comunicado sucinto del estado de su amiga.

—Ahora está muy enferma, pero Goldmoon se encuentra con ella y Tika se recuperará —les dijo a los reunidos—. Necesita descanso y tranquilidad.

—¿Qué le ha pasado? —preguntó Maritta.

—No lo sabremos hasta que vuelva en sí —fue la respuesta evasiva de la elfa, que se las ingenió para escabullirse del grupo y fue en busca de Elistan. Se cruzó con él cuando iba de camino a la cueva de Goldmoon.

—Me he enterado de lo de Tika —dijo el hombre—. ¿Cómo está?

—Se pondrá bien, gracias a los dioses —contestó Laurana—. Riverwind quiere hablar contigo.

Elistan la miró con aire escrutador. Advirtió la preocupación y el temor plasmados en su semblante e iba a preguntarle qué ocurría, pero lo pensó mejor.

—Iré de inmediato.

Cuando llegaron a la cueva todavía quedaban unas cuantas personas en los alrededores. De nuevo, Laurana les aseguró que Tika se pondría bien y añadió que lo mejor que podían hacer para ayudarla era pedir por ella en sus plegarias.

Riverwind se encontraba en la boca de la cueva. Cuando Laurana y Elistan se acercaron para hablar con él, Goldmoon apartó a un lado la manta y les pidió que entraran.

—Se le ha cortado la fiebre y las heridas se le están curando, pero aún está conmocionada por la terrible experiencia que le ha tocado pasar. Sin embargo, quiere hablar contigo, esposo. Ha insistido.

Tika yacía envuelta en mantas delante de la lumbre. Aún estaba tan pálida que las pecas, que eran su pesadilla, resaltaban en un fuerte contraste con la blancura de la tez. Con todo, intentó sentarse cuando los otros entraron.

—¡Riverwind, tengo que hablar contigo! —dijo en tono urgente, tendiéndole una mano temblorosa—. Por favor, escúchame...

—Lo haré —le dijo Riverwind, que se arrodilló a su lado—, pero antes tienes que tomarte este caldo y después te tumbas o mi esposa nos arrojará a los dos al crudo frío del exterior.

Tika se bebió el caldo y su cara recuperó algo de color. Laurana se arrodilló al lado de su amiga.

—Estaba muy preocupada por ti.

—Lo siento —se disculpó Tika con pesadumbre—. Goldmoon me ha contado que todo el mundo salió a buscarnos a Tas y a mí. No era mi intención... No creí que... —Soltó un profundo suspiro y dejó el cuenco a un lado. En su rostro se plasmó una expresión decidida—. Al final fue una suerte que nos marcháramos.

—Espera un momento —pidió Riverwind—. Antes de que nos cuentes lo que te ha pasado, ¿dónde está el kender? ¿Se encuentra a salvo Tasslehoff?

—Supongo que tan a salvo como se pueda estar —respondió tristemente la joven—. Se ha quedado con Raistlin, Caramon y Sturm. Si es que aún se lo puede seguir llamando Sturm

Al ver la expresión preocupada en sus caras, Tika suspiró.

—Empezaré por el principio.

Relató lo ocurrido, que había decidido seguir a Caramon para intentar hacerle entrar en razón.

—Fui una tonta, ahora lo sé —añadió, apesadumbrada.

Siguió con el relato de cómo el kender y ella habían entrado en el túnel que discurría por debajo de la montaña y cómo habían salido en la otra punta del pasadizo para encontrarse en el Monte de la Calavera con un dragón muerto, hordas de draconianos y Grallen, príncipe de Thorbardin, antes Sturm Brightblade.

—El yelmo que se puso estaba encantado o maldito o algo así. No lo entendí y Raistlin no quería hablar de ello —comentó Tika.

Elistan tenía el gesto serio, el semblante de Riverwind denotaba dudas y Goldmoon parecía inquieta. Le puso un paño frío en la frente a Tika al tiempo que decía que debería descansar. La joven se quitó el paño de la frente.

—Sé que no me creéis. Yo tampoco lo creería de no haberlo visto con mis propios ojos. Incluso hablé con ese... príncipe Grallen. Caramon dijo que el yelmo había estado esperando a que llegara alguien y se lo pusiera para así obligar a esa persona a ir a Thorbardin a informar al rey que habían perdido la batalla.

—Con trescientos años de retraso —susurró Laurana.

—Pero ahora han encontrado un modo de entrar a Thorbardin, ¿comprendéis? —apuntó Tika—. Ese príncipe Grallen va a conducirlos hasta allí.

Hubo un intercambio de miradas entre todos. Riverwind sacudió la cabeza. El Hombre de las Llanuras sentía una desconfianza innata hacia la magia y aquello parecía demasiado extraño para ser cierto. Se centró en lo que era una amenaza más inmediata.

—Oíste que los draconianos decían que un ejército estaba en marcha, que venía hacia aquí, al valle.

—Sí. Por eso regresé, para advertiros.

—¿Por qué no ha venido Caramon contigo? —inquirió Riverwind en tono desaprobador—. ¿Por qué te mandó sola de vuelta?

—Caramon quería acompañarme —lo siguió defendiendo resueltamente—. Yo le dije que no, que debía quedarse con Sturm, su hermano y Tas porque Sturm se creía un enano y todo eso. Le dije que podía apañármelas bien yo sola. Y lo hice. —La expresión de sus ojos se endureció y la joven apretó los puños—. Maté a ese monstruo cuando me atacó. ¡Lo liquidé!

No le pasaron por alto las expresiones preocupadas de sus amigos, y rompió a llorar.

—¡Caramon no sabía que había un draconiano escondido en ese pasadizo! ¡Nadie lo sabía! —Se dejó caer pesadamente en la camilla, sacudida por los sollozos.