—Ahora tiene que descansar —ordenó Goldmoon con firmeza—. Creo que sabéis todo lo que necesitáis saber, esposo.
Los hizo salir y volvió para estrechar a Tika entre los brazos y dejarla que llorara lo que quisiera.
—¿Qué hacemos, Hijo Venerable? —preguntó Riverwind.
—La decisión es tuya —contestó Elistan—. Tanis te puso al frente de todos nosotros.
Riverwind suspiró hondo y dirigió la vista al sur, taciturno.
—Si se da crédito a lo que ha contado Tika...
—¡Pues claro que lo damos! —intervino Laurana, enfadada—. Arriesgó la vida para advertirnos del peligro.
—Hederick y los demás no le creerán —observó Riverwind.
Laurana guardó silencio. Tenía razón, por supuesto. El Sumo Teócrata y sus compinches no querían marcharse y buscarían cualquier excusa para quedarse. Casi podía oír a Hederick diciéndole a la gente que no podía fiarse de Tika. Ladrona en el pasado y ahora camarera y los dioses sabían qué más cosas, había huido para estar con su amante y se había inventado ese cuento para ocultar sus pecados.
—Hay pocos a los que les cae bien Hederick —indicó la elfa—, pero sí aprecian a Tika.
—Y, lo que es más importante —añadió Elistan—, es que tú les caes bien y te admiran, Riverwind. Si les dices que se acerca un peligro y que tienen que irse, te harán caso.
—¿Crees que deberíamos irnos? —preguntó Laurana.
—Sí —contestó él, convencido—. Lo he estado pensando desde el día que el dragón nos sobrevoló. Deberíamos dirigirnos al sur antes de que las grandes nevadas bloqueen los pasos de montaña. Este valle ya no es un refugio seguro. La historia de Tika simplemente confirma lo que llevo temiéndome mucho tiempo. —Hizo una pausa y luego añadió en voz baja:
»Pero ¿y si me equivoco? Un viaje así está lleno de peligros e incertidumbre. ¿Y si llegamos a Thorbardin y encontramos cerradas las puertas? Lo que es peor ¿y si nunca encontramos Thorbardin? Podríamos andar deambulando por las montañas hasta morir de hambre o de frío. Le estaría pidiendo a toda esta gente que abandonara un sitio seguro y fuera de cabeza hacia el peligro. No tiene sentido.
—Acabas de afirmar que el valle no es un sitio seguro —observó Elistan—. Desde que apareció el dragón, la gente ha estado inquieta, asustada. Sabe que los dragones nos vigilan, aunque no se los vea.
—Es una pesada carga tener a mi cargo la vida de cientos de personas —se lamentó Riverwind.
—No sólo a tu cargo, amigo mío —le dijo suavemente Elistan—. Paladine está contigo. Acude a él con tus temores y preocupaciones.
—¿Me dará una señal, Hijo Venerable? ¿Me dirá el dios qué tengo que hacer?
—Nunca te dirá lo que tienes que hacer —repuso el clérigo—. Te concederá la sabiduría de tomar la decisión correcta y la fortaleza para llevarla a cabo.
—Sabiduría. —Riverwind sonrió y sacudió la cabeza—. No soy un sabio. Fui pastor...
—Y como pastor utilizabas tus conocimientos y tu instinto para guardar a tu rebaño a salvo del lobo. Ésa es la sabiduría que Paladine te ha dado, una sabiduría en la que debes confiar.
Riverwind meditó sobre aquello.
—Convocad a la gente para una reunión a mediodía —dijo después—. Anunciaré mi decisión entonces.
Cuando se marchaban, Laurana miró hacia atrás y vio que Riverwind se encaminaba hacia la gruta donde habían construido un pequeño altar en honor a los dioses.
—Es un buen hombre. Su fe es firme y sólida —dijo la elfa—. Tanis hizo una buena elección. Ojalá que...
Se calló. No había sido su intención expresar en voz alta lo que pensaba.
—¿Ojalá, qué, querida? —preguntó Elistan.
—Ojalá Tanis encontrara una fe igual —contestó por fin Laurana—. Él no cree en los dioses.
—Tanis no encontrará la fe. Más bien será la fe la que lo encuentre a él, como me ocurrió a mí —comentó Elistan con una sonrisa.
—No entiendo.
—Tampoco estoy seguro de entenderlo yo —admitió Elistan—. Mi corazón está afligido por él, pero Paladine me asegura que puedo dejar tranquilamente esas preocupaciones en sus manos.
—Espero que las tenga muy grandes —dijo Laurana con un suspiro.
—Tan grandes como el cielo —contestó el clérigo.
Si Riverwind se dirigió a Paladine no pareció haber encontrado mucho alivio o sosiego en la comunión con el dios. Tenía sombrío el gesto cuando ocupó su sitio frente a la multitud. Sus palabras no eran para tranquilizar ni consolar. Les contó el viaje de Tika. Dijo que el caballero, Sturm Brightblade, había descubierto una forma de llegar a Thorbardin (fue vago en los detalles). Les contó que Tika había oído a hurtadillas hablar a los draconianos sobre un ejército que se preparaba para asaltar el valle y la forma en la que la había atacado una de esas criaturas cuando volvía para advertirles.
Hederick frunció los labios, puso los ojos en blanco y soltó un resoplido despectivo.
—Tika Waylan es una buena chica, pero como algunos de vosotros recordaréis antes era camarera...
—Yo le creo —lo interrumpió Riverwind, y su voz firme acalló incluso a Hederick, al menos temporalmente—. Creo que este valle, que hasta ahora ha sido un refugio de paz, puede convertirse dentro de poco en un campo de batalla. Si nos atacan aquí no tendremos dónde huir ni dónde resguardarnos. Nos habrán acorralado como ratas y acabaremos capturados o masacrados. Los dioses nos envían este aviso y cometeremos un error si no hacemos caso. Propongo que nos marchemos en los próximos días y viajemos hacia el sur, a Thorbardin, para reunimos allí con nuestros amigos.
—Oh, venga ya, sé razonable —dijo Hederick, que se volvió hacia la muchedumbre y alzó las manos para pedir silencio—. ¿No os parece extraño a vosotros que los dioses hayan elegido dar ese aviso a una camarera en lugar de alguien honrado y respetado...?
—¿Alguien como tú? —lo interrumpió de nuevo Riverwind.
—Iba a decir como el Hijo Venerable Elistan —contestó Hederick con fingida humildad—, pero sí, creo que los dioses podrían haberme utilizado como receptáculo de su voluntad.
—Si hubiesen querido un recipiente para cerveza, tal vez —le susurró al oído Gilthanas a Laurana.
—Chitón, hermano —le regañó ella—. ¡Esto es serio!
—Pues claro que lo es, pero no harán caso a Riverwind. Para ellos es un forastero, igual que nosotros. —Miró a Laurana—. ¿Sabes? Por primera vez en la vida empiezo a entender lo solo y aislado que Tanis debió de sentirse entre nosotros.
—Yo no me siento sola con estas personas —protestó la elfa.
—Desde luego que no —repuso Gilthanas, fruncido el entrecejo—. Tú tienes a Elistan.
—Oh, Gil, tú también —empezó Laurana, pero su hermano se había alejado para reunirse con los Hombres de las Llanuras. Estos no le dijeron nada, pero le hicieron sitio entre sus filas.
Los forasteros juntos.
Laurana lo habría seguido, pero estaba enfadada con él, con Tanis, con Tika, con todo aquel que pareciera estar empeñado en malinterpretar su relación con Elistan. Trabajaba para el clérigo del mismo modo que lo había hecho para su padre: actuando como diplomática y mediadora. Tenía el don de saber tratar con la gente, de calmarla, de ayudarla a superar la ira y el temor y entrar en razón. Elistan y ella formaban un buen equipo. No había nada romántico en eso. Si acaso, el clérigo era como un padre para ella.
O un hermano.
Miró a Gilthanas y su ira se diluyó en el remordimiento. Hubo un tiempo en el que los dos habían estado muy unidos. Apenas le había dirigido la palabra desde que había empezado a trabajar para Elistan. No, la falta de comunicación venía de antes, desde que Tanis había vuelto a entrar en su vida.
Quizá ni siquiera se trataba de Tanis. Su hermano era tan opuesto a su relación con el semielfo como lo era antaño. Sin embargo, era la relación que mantenía con todos los humanos lo que se le atragantaba. En su opinión, debería mostrarse distante con ellos, mantenerse aparte.