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El guerrero hizo una torpe y brusca reverencia.

—Supe de inmediato que el yelmo era mágico —prosiguió Raistlin—. Estaba poseído por el espíritu de su difunto dueño, muerto en batalla. Se llamaba Grallen, hijo de Duncan...

Arman dio un grito y se llevó la mano a la espada al tiempo que retrocedía un paso. Sus hombres se agruparon a su alrededor en medio de un clamor de gritos, y las graves voces resonaron en la cámara.

Caramon llevó la mano a la espada, al igual que Sturm. Miraron a Flint, que parecía tan desconcertado como cualquiera de ellos. Ésa no era la reacción que habían esperado. Habían dado por sentado que serían aclamados como héroes por llevar de vuelta el yelmo del príncipe muerto. En cambio, parecía más probable que se vieran obligados a luchar para salvar la vida.

Arman hizo que cesara el tumulto con un gesto imperioso. Miró fijamente el yelmo con expresión torva, severa, y luego volvió a mirar a Raistlin.

—Un hechicero humano. Debería haberme dado cuenta. ¿Fuiste tú el que trajo aquí el yelmo? —demandó.

—Lo encontré —repuso Raistlin—. El noble caballero —señaló a Sturm— se ofreció a ponérselo, permitiendo así que el espíritu del príncipe enano tomara control de su cuerpo. Bajo el encantamiento del yelmo, el príncipe Grallen nos pidió que lo acompañáramos al hogar de sus antepasados. El espíritu del príncipe abrió la puerta. Nos alegra haber podido satisfacer la petición de su alma, ¿verdad, Sturm? —dijo el mago con mordacidad.

—Soy Sturm, hijo de Angriff Brightblade —se presentó el caballero sin apartar la mano de la espada—. He tenido el honor de poder servir al príncipe caído en batalla.

Arman los miró con detenimiento a todos ellos; los oscuros ojos relucían bajo el entrecejo fruncido.

—Te toca, Tanis —dijo suavemente Raistlin.

Tanis miró a Flint, que se encogió de hombros. Estaba tan desconcertado como los demás.

—Alteza —se dirigió Tanis a Arman Kharas—, Raistlin es diplomático cuando dice que vinimos aquí con el yelmo de forma voluntaria. La verdad es que no tuvimos otra opción. El yelmo había tomado a nuestro amigo, Sturm Brightblade, de rehén, o como si lo fuera, y lo obligó a venir a Thorbardin. Sturm no sabía lo que hacía. Estaba en trance, dominado por un príncipe muerto hace trescientos años. No teníamos idea de quién era ese príncipe, excepto Flint, que conoce la historia de vuestro pueblo.

—Ya lo creo que la conozco. Muy bien. Sé cómo el rey Duncan nos dejó fuera de la montaña, para que muriéramos de hambre...

—Así no estás ayudando —murmuró Tanis.

Flint rezongó algo entre dientes.

Kharas sacudió la cabeza.

—Si doy crédito a lo que contáis y nos trajisteis el yelmo con toda inocencia, entonces es peor aún. —Miró el yelmo y su expresión se ensombreció—. El yelmo del príncipe Grallen está maldito y, si es éste, habéis hecho que la maldición caiga sobre nosotros. ¡Habéis traído la perdición a los enanos!

—Lo siento. —Tanis suspiró—. Era imposible que supiéramos eso. —Su disculpa era poco convincente, pero no se le ocurría otra cosa.

—Tal vez sí o tal vez no —dijo Arman Kharas—. He de informar sobre la destrucción de la puerta al Consejo de Thanes. Tendréis ocasión de contarles vuestra historia. Si la creen...

—¿Qué quieres decir con «si»? —inquirió Flint, encrespado—. ¿Tienes el valor de insinuar en mis propias barbas que mis amigos y yo estamos mintiendo?

—Sólo tenemos vuestra palabra de que ese yelmo es lo que afirmáis que es. Podría ser un fraude, una falsificación.

Flint parecía a punto de reventar de rabia, pero Raistlin se le adelantó antes de que tuviese ocasión de contestar.

—Hay un modo sencillo de comprobar si decimos la verdad, alteza —sugirió con voz fría.

—¿Y cuál sería? —demandó Kharas con desconfianza.

—Que te pongas el yelmo —repuso Raistlin.

—¡Ningún enano se atrevería a hacerlo! —Kharas dirigió al yelmo una mirada de espanto—. Tendrá que ser el Consejo el que determine qué es lo mejor que se puede hacer en este asunto.

—¡Yo me lo pondré! —se ofreció Tasslehoff, pero nadie lo tomó en cuenta.

—¡No tengo por qué demostrar a ese Consejo ni a nadie que no soy un mentiroso! —Flint estaba tan enfadado que casi no podía hablar. Se volvió bruscamente hacia sus amigos—. ¡Os dije a todos que era un error venir aquí! ¡No sé qué pensáis hacer vosotros, pero yo me marcho! ¡Y puesto que veo que aquí no se desea este yelmo, me lo llevo!

Flint se metió el yelmo debajo del brazo y echó a andar por el corredor en dirección a la puerta rota.

—¡Detenedlo! —ordenó Arman Kharas al tiempo que hacía un gesto imperativo—. ¡Apresadlos!

Sus soldados se pusieron en movimiento desde que pronunció la primera orden. Sturm bajó la vista hacia la punta de lanza que le hacía cosquillas en el cuello. Tanis sintió algo puntiagudo que le tocaba la espalda. Caramon alzó los puños, pero Raistlin le susurró algo y el guerrero, asestando una mirada fulminante a los enanos, bajó los brazos y los dejó caídos contra los costados. Tasslehoff dio un golpe con la jupak, pero un enano se la quitó de la mano de una patada y a continuación asió al kender por el copete al tiempo que le ponía un cuchillo al cuello.

Al oír el jaleo a su espalda, Flint giró sobre sus talones. Tenía el rostro congestionado de rabia y se le marcaban las venas de la frente. Dejó el Yelmo de Grallen a sus pies, como para protegerlo, y enarboló el hacha de guerra.

—¡Mandaré con sus antepasados el alma del primer enano que se me acerque y que Reorx me lleve si no lo hago!

Arman Kharas impartió una seca orden y cuatro enanos fueron hacia Flint con las armas enarboladas.

Tanis gritó a Flint que lo dejara, pero el indignado Enano de las Colinas maldecía, juraba mientras blandía el hacha en violentos arcos y, o no lo oyó, o es que hizo caso omiso de la orden de Tanis. Los soldados enanos lo aguijonearon con las lanzas y Flint arremetió contra ellos con el hacha. Mientras tanto, otro soldado se había deslizado detrás de él, le hizo una zancadilla y Flint cayó de espaldas al suelo. Los otros soldados saltaron sobre él y uno le arrebató el hacha. Los demás le sujetaron brazos y piernas.

—¡Traición de Thorbardin! ¡Lo esperaba! ¡Te advertí sobre esto, Tanis! —bramó Flint mientras forcejeaba en vano para soltarse—. ¡Te dije que nos tratarían así!

Una vez que las manos de Flint estuvieron atadas, los soldados lo pusieron de pie, aunque seguía maldiciendo y rabiando. Todos, Kharas incluido, miraron el Yelmo de Grallen que seguía en el suelo, donde Flint lo había dejado. Ninguno hizo la menor intención de acercarse a él y mucho menos tocarlo.

—Lo llevaré yo —se ofreció Raistlin.

Pareció que Kharas estuviera tentado de aceptar, pero luego sacudió la cabeza.

—No —dijo—. Si esta maldición ha venido a Thorbardin, que caiga sobre mí.

Se agachó para recoger el yelmo. Los otros enanos se apartaron de él y observaron con aterrada expectación, convencidos de que algo espantoso iba a suceder.

Kharas asió el yelmo y pareció encogerse en un gesto reflejo cuando tocó el metal.

No ocurrió nada.

Alzó el yelmo y se lo puso debajo del brazo al tiempo que se limpiaba el sudor de la frente. Hizo un gesto a sus compañeros.

—Desarmadlos y atadlos bien.

Los enanos los maniataron a todos excepto a Raistlin, que les prohibió que lo tocaran. Lo miraron de soslayo, intercambiaron una mirada entre ellos y lo dejaron en paz. Arman se paró para ayudar a levantarse al enano enfermo y después encabezó la marcha por el oscuro pasadizo.

Tanis, a quien lo azuzó una lanza para que anduviera, fue tras él.

—Supongo que no es un buen momento para pedirles que den asilo a ochocientos humanos —murmuró Raistlin, que caminaba a continuación.

El semielfo le asestó una dura mirada.