—¿Por qué estás tan seguro de que serás tú quien encuentre ese martillo de guerra? —inquirió Flint.
Arman irguió la cabeza y alzó la voz de modo que sus palabras reverberaron en la caverna.
—Así habló Kharas: «Sólo cuando llegue un enano bueno y honesto a unir las naciones, reaparecerá el Mazo de Kharas. Será el símbolo de su rectitud.» —Se llevó la mano al pecho—. Yo soy ese enano.
Un sonido grosero llegó de la oscuridad. Alguno de los soldados rió con disimulo, entre dientes. Si Kharas lo oyó, fingió lo contrario.
—Hazle más preguntas sobre el Mazo de Kharas —apremió Sturm a Tanis, pero el semielfo sacudió la cabeza.
Flint se había sumido de nuevo en el silencio. El viejo enano jamás admitiría que empezaba a estar cansado, pero a Tanis no le pasaba inadvertido que le costaba un gran esfuerzo caminar.
—¿Cuánto queda para salir de territorio theiwar? —preguntó.
—Tenemos que cruzar aquel puente —contestó Arman al tiempo que señalaba hacia adelante—. Una vez que nos encontremos al otro lado, en Suburbios Oeste, estaremos a salvo. Entonces podremos darnos un descanso.
Una vasta caverna se abría ante ellos y la cruzaba un puente de piedra de extraña construcción. Unas estatuas de enanos talladas en la piedra flanqueaban el puente a ambos lados. Los enanos de piedra medían alrededor de metro y medio de altura y formaban un parapeto para evitar que cayeran al vacío quienes cruzaran el puente. Por el centro de éste había raíles y, a uno y otro lado, aceras para los peatones. El puente, como todo lo demás en esa parte de Thorbardin, mostraba señales de deterioro. A algunas de las estatuas de enanos les faltaban la cabeza o los brazos, en tanto que otras estaban completamente destruidas de manera que dejaban brechas en sus filas.
—Esta caverna se conoce como Eco del Yunque porque se dice que el sonido de un martillo enano golpeando un yunque en esta cueva resonaría por toda la eternidad —les contó Arman.
—Una excelente construcción defensiva —dijo Sturm, que miraba el puente con aprobación. Miró a lo alto, pero la oscuridad no le permitía ver nada—. ¿Me equivoco al suponer que hay buhederas en el techo?
Arman Kharas parecía complacido por los elogios del caballero.
—Las hay, aunque aquí se las llama pozos de la muerte. El enemigo nunca pasó este puente. Los defensores de la Puerta Norte arrojaron por esas buhederas rocas, plomo derretido y aceite hirviendo sobre los que intentaron cruzarlo. Pocos lo consiguieron y sus esqueletos todavía yacen en el fondo de la cueva.
Flint se encrespó al oír aquello. Se paró, fruncido el entrecejo.
—No pienso cruzar —anunció.
—Ahora ya nadie sube ahí arriba —dijo Arman que malinterpretó el comentario de Flint—. No hay por qué tener miedo... —empezó en tono prepotente.
—¿Miedo? —La sangre se le agolpó en la cara a Flint—. ¡De miedo nada! Es respeto. Los míos murieron en este puente y tú dices que sus restos yacen ahí abajo sin recibir sepultura mientras sus almas vagan perdidas sin rumbo.
—También mi gente yace ahí abajo —dijo Arman—. Cuando llegue el bendito día en el que unifique los reinos, daré órdenes para que los muertos de ambos bandos sean enterrados con el respeto debido.
Esa manifestación dejó tan desconcertado a Flint que el viejo enano pareció quedarse sin palabras. Masculló algo sobre que suponía que podía cruzar, si bien no dejó de echar miradas raras a Arman.
El hylar ordenó a varios de sus soldados que se adelantaran para asegurarse de que la travesía por el puente era segura. A continuación fue él con los prisioneros, y el resto de los soldados cerró la larga marcha a través de un extremo al otro de Eco del Yunque.
—Chiflado como una marmota —masculló Flint.
—Sí que es largo este puente —exclamó Tasslehoff con un borrascoso suspiro. Caramon gruñó en señal de conformidad.
El kender no se había metido en jaleos principalmente debido al hecho de que los enanos lo habían atado con tanta eficacia que le había sido imposible soltarse. Cada vez que Tas veía algo interesante y hacía intención de desviarse, el soldado lo azuzaba en la espalda con la lanza. Caramon se preguntó cuánto duraría ese tira y afloja antes de que el kender encontrara la forma de escapar o de que el enano se sintiera tan frustrado que lo ensartara.
—Pensé que cruzar un puente con buhederas que se llaman pozos de la muerte sería muy interesante, pero no lo es. Es aburrido.
—Y en ningún momento se ha hablado de comer —rezongó Caramon—. Tengo el estómago tan vacío que está sacudiéndose alrededor de la columna vertebral. Por cierto, ¿qué comen los enanos de Thorbardin?
—Gusanos —aseguró Tasslehoff—. Como los que hay dentro de los faroles.
—¡No! —exclamó el guerrero, conmocionado.
—Oh, sí —insistió Tas—. Los enanos tienen enormes granjas donde crían unos gusanos gigantes y tienen carnicerías donde cortan filetes de gusano y chuletas de gusano y carne para guisar de gusano...
Caramon estaba horrorizado.
—Raist, Tas dice que los enanos comen gusanos. ¿Es verdad?
Su hermano, que estaba atento a la conversación de Tanis con Arman, lanzó una mirada a Caramon que dejó tan claro como si lo hubiese dicho con palabras que no lo molestara con preguntas tontas.
El guerrero se dio cuenta de pronto que ya no tenía tanta hambre como un momento antes. El kender se había pegado al parapeto e intentaba divisar el fondo.
—Si me caigo, ¿estaría cayendo hasta que saliera al otro lado del mundo? —preguntó Tas.
—Si te caes, caerás hasta que te estrelles y acabes salpicado en todas las rocas de abajo —le dijo Caramon.
—Supongo que tienes razón. —Tas miró hacia adelante, donde Flint, Tanis y Arman Kharas caminaban juntos—. ¿Oyes lo que dicen?
—Quiá —contestó Caramon—. Es imposible oír nada con todo ese pataleo de botas y golpeteo de armaduras. ¡Estos enanos hacen tanto ruido como un festival ogro!
—Y no hablemos ya del trueno —abundó Tas.
—¿Qué trueno? —preguntó Caramon, que lo miró desconcertado.
—Hace un momento se oyó un trueno. Debe de acercarse una tormenta —contestó el kender.
—Si la hubiera no se oiría desde aquí. —Caramon frunció el entrecejo—. ¿Te lo estás inventando?
—No, Caramon. ¿Por qué iba a hacerlo? He oído tronar y noté en los pies lo mismo que se siente cuando cae un rayo...
Ahora también lo oyó Caramon. El guerrero alzó la vista hacia la oscuridad.
—Eso no son truenos... ¡Raistlin, cuidado!
Arrojándose hacia adelante, Caramon derribó a su hermano y lo cubrió con su cuerpo para protegerlo justo cuando un enorme pedrusco se estrellaba en el sitio donde antes se encontraba el mago. La piedra aplastó dos estatuas de enanos y abrió una gran brecha en el parapeto antes de precipitarse en la oscuridad.
Los hylars se dispersaron cuando otro pedrusco salió lanzado detrás el primero. Ese salió desviado y pasó lejos del puente. Oyeron al primero llegar con un fuerte impacto al fondo y romperse en pedazos.
—¡Raistlin, apaga esa luz! —gritó Tanis—. ¡Que todo el mundo se eche pegado al suelo!
—¡Dulak! —dijo Raistlin, y la luz del cristal del bastón se apagó. Los enanos hicieron lo mismo con los faroles y quedaron inmersos en la oscuridad.
—Tampoco es que vaya a servir esto de mucho —gruñó Flint—. Los theiwars ven mejor a oscuras que con luz. Sólo es cuestión de apuntar para dar en el blanco.
—Creía que habías comentado que el acceso a las buhederas era infranqueable —le dijo Tanis a Arman.
—Lo era. —El cabecilla enano era el único que seguía de pie y miraba hacia arriba con estupefacta indignación—. Los theiwars tienen que haberlo reparado, aunque eso es raro...
Se calló cuando otra enorme piedra cayó sobre el puente, un trecho por delante de donde él se encontraba. La piedra se rompió e hizo que el puente se sacudiera de manera alarmante.