—El templo de Reorx —dijo Arman.
Los soldados hylars se quitaron el yelmo al entrar, aunque parecía que lo hacían más por costumbre que por verdadero respeto o devoción. Ya dentro, los enanos se relajaron y no dudaron en ponerse cómodos; se tendieron en el suelo, donde se había levantado un altar en otros tiempos, echaron largos tragos de los odres de cerveza y rebuscaron algo de comer en las mochilas.
Arman conferenció con los soldados y después mandó a uno por delante a fin de informar a su padre. Destacó a otro para guardar la puerta y ordenó a otros dos más que vigilaran a los compañeros.
Tanis habría podido hacer la observación de que no era probable que intentaran escapar ya que ninguno de ellos tenía el menor deseo de cruzar el Eco del Yunque por segunda vez. Sin embargo, estaba demasiado cansado para discutir.
—Pasaremos aquí la noche —anunció el príncipe—. Pico no está lo bastante fuerte para viajar. Creo que estaremos bastante seguros. Los theiwars no suelen aventurarse tan lejos, pero por si acaso he enviado a uno de mis hombres para que traiga refuerzos de los Suburbios Oeste.
A Tanis le pareció una idea excelente.
—¿Podríais desatarnos al menos? —le pidió a Arman—. Tenéis nuestras armas y no tenemos intención de atacaros. Queremos hablar ante el Consejo.
El príncipe lo miró inquisitivamente y después asintió con la cabeza.
—Desatadlos —ordenó a los soldados.
A los hylars no pareció gustarles la idea, pero hicieron lo que les mandaba. Volcado con su hermano, Arman se ocupó de que tuviera algo de comer y que estuviera cómodo. Tanis miró a su alrededor con curiosidad. Se preguntó si Reorx se habría presentado ante los enanos como habían hecho los otros dioses. A juzgar por el estado desvencijado del templo y la actitud despreocupada de los enanos mientras disponían el acomodo para pasar la noche, Tanis dedujo que el dios, por las razones que fuera, todavía no había informado a los enanos de su regreso.
Según los estudiosos, la creación del mundo había empezado cuando Reorx, amigo del dios Gilean, el Fiel de la Balanza, golpeó con su martillo el Yunque del Tiempo, lo que forzó a Caos a frenar su ciclo de destrucción. Las chispas que saltaron del martillo del dios se convirtieron en estrellas. La luz de esas estrellas se transformó en espíritus a los que los dioses dieron cuerpos mortales y el mundo de Krynn para que habitaran en él. Aunque la creación de los enanos había sido siempre un tema de controversia (los enanos creían que Reorx los había creado a su imagen mientras que otros mantenían que los enanos habían aparecido como raza al paso de la caótica Gema Gris de Gargath), los enanos creían firmemente que eran el pueblo elegido de Reorx.
Para los enanos fue devastador que Reorx se marchara con los otros dioses después del Cataclismo. La mayoría se negó a creerlo y se aferró a su fe en el dios aun cuando sus plegarias no tenían otra respuesta que el silencio. En consecuencia, mientras que la mayoría de los habitantes de Krynn olvidaron a los dioses, los enanos todavía recordaban y reverenciaban a Reorx y contaban viejas historias sobre él, seguros de que algún día volvería con su pueblo.
Los enanos de Thorbardin aún hacían juramentos en nombre de Reorx; Tanis lo sabía porque había oído soltar muchos juramentos en el puente. Flint también lo había hecho desde que Tanis lo conocía, aunque Reorx llevaba ausente centenares de años. Según Flint, los clérigos de Reorx habían abandonado el mundo justo antes del Cataclismo, marchándose al mismo tiempo que otros clérigos de los dioses verdaderos habían desaparecido de forma misteriosa. Mas ¿habría ahora nuevos clérigos bajo la montaña?
Sus amigos también miraban el templo y Tanis imaginó que estarían pensando más o menos lo mismo que él; o algunos de ellos, al menos. Caramon observaba tristemente la ración de comida que Arman iba ofreciendo a cada uno de ellos.
Los enanos masticaban trozos de algún tipo de carne en salazón. Caramon miró la ración que le ofrecía con cara de hambre y luego desvió la vista hacia Tasslehoff, pensando en gusanos; con un profundo suspiro sacudió la cabeza. Arman se encogió de hombros y le dio una gran porción a Flint, que la aceptó mientras le daba las gracias casi en un murmullo.
Raistlin había rechazado cualquier tipo de alimento y se fue a dormir de inmediato. Tasslehoff estaba sentado con las piernas cruzadas enfrente de uno de los faroles y masticaba el trozo de carne al tiempo que observaba el gusano que había dentro. Flint le había contado que el gusano era la larva de los gusanos gigantes que abrían túneles masticando la roca. Tas estaba fascinado y no dejaba de dar golpecitos en el cristal para ver cómo se retorcía la larva.
—¿Crees que deberíamos hablarles del regreso de los dioses? —preguntó Sturm, que se había acercado para sentarse al lado de Tanis.
El semielfo sacudió la cabeza de forma rotunda.
—Ya tenemos problemas de sobra tal como están las cosas.
—Tendremos que sacar a colación a los dioses cuando preguntemos por el Mazo de Kharas —insistió Sturm.
—No vamos a mencionar el Mazo —dijo Tanis, cortante—. Lo que vamos a hacer es intentar que no nos metan en una mazmorra enana.
—Tienes razón —admitió el caballero tras meditar sobre eso—. Hablar de los dioses resultaría inoportuno, sobre todo cuando Reorx no se ha presentado ante ellos. Aun así, no veo por qué no podemos preguntarle sobre el Mazo a Arman. Demostraríamos tener ciertos conocimientos sobre su historia.
—Déjalo ya, Sturm —espetó Tanis y después se dirigió hacia Flint para hablar con él.
Se sentó al lado del enano y aceptó un poco de su ración.
—¿Qué le pasa a Caramon? Nunca lo había visto rechazar comida.
—El kender le dijo que era carne de gusano.
Tanis escupió la carne que tenía en la boca.
—Es carne de res en salazón —le aclaró Flint con una risita divertida.
—¿Se lo has dicho a Caramon?
—No —contestó el enano con una sonrisa maliciosa—. No le vendrá mal perder un poco de peso.
Tanis fue a apaciguar los recelos de Caramon y lo dejó masticando con voracidad el duro y fibroso tasajo y jurando que le arrancaría al kender las puntiagudas orejas y se las metería en las botas. El semielfo regresó junto a Flint para acabar la conversación.
—¿Has oído a estos enanos mencionar a Reorx, aparte de cuando soltaban juramentos? —le preguntó.
—No. —Flint sostenía el Yelmo de Grallen en el regazo y tenía las manos encima, en un gesto protector—. Y tú tampoco, imagino.
—Entonces ¿no crees que Reorx haya vuelto entre ellos?
—¡Ni que fuera a hacer algo así! —resopló Flint—. Los Enanos de las Montañas dejaron a Reorx fuera de la montaña cuando nos cerraron las puertas a nosotros.
—Sturm me preguntaba si... ¿Crees que deberíamos hablarles del regreso de los dioses?
—¡A un Enano de las Montañas no le diría siquiera cómo encontrarse la barba en medio de una ventisca! —respondió, desdeñoso.
Con las manos encima del yelmo, Flint se recostó en la pared y se dispuso a dormir.
—Manten un ojo abierto, amigo mío —susurró Tanis.
Flint gruñó y asintió con la cabeza.
Tanis hacía la ronda. Sturm se había tumbado en el suelo boca arriba, con la mirada perdida en la oscuridad. Tasslehoff se había quedado dormido al lado del farol del gusano.
—Qué narices con el puñetero kender —dijo Caramon mientras tapaba a Tas con una manta—. ¡Podría haberme muerto de hambre! —Miró en derredor con disimulo—. No confío en estos enanos, Tanis —susurró—. ¿No debería quedarse alguno de nosotros de guardia?
Tanis sacudió la cabeza.
—Estamos todos agotados y hemos de presentarnos ante ese Consejo mañana. Hemos de estar alertas y tener la mente clara.
Se tumbó en el frío suelo de piedra del templo abandonado y pensó que nunca en su vida había estado tan cansado, pero aun así no pudo dormirse. Tenía visiones de todos ellos arrojados a una mazmorra para no volver a ver jamás la luz del día. De hecho, ya empezaba a sentir claustrofobia; era como si los muros de piedra lo estuvieran oprimiendo. Por grande que fuera el templo no lo era lo bastante para contener todo el aire que Tanis necesitaba. Se sentía como si se asfixiara e intentó sacudirse de encima la sensación de pánico que se apoderaba de él cada vez que estaba en sitios oscuros y cerrados.