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—Flint, no puedes hacer esto —dijo.

El cuchillo del enano se deslizó por la madera y una astilla bastante grande salió disparada por el aire y estuvo a punto de dar a Tas, que se entretenía en hurgar con una ganzúa el cerrojo de un arcón grande para forzarlo.

—No puedes salir en una misión de tanta importancia con ese Arman Kharas. Para empezar, albergo ciertas dudas sobre que esté en su sano juicio. En segundo lugar, es demasiado peligroso. Deberías negarte a ir a menos que uno de nosotros te acompañe.

Pequeñas virutas salían enroscadas del filo del cuchillo de Flint e iban a caer a sus pies. El rostro de Sturm enrojeció.

—Los thanes no pueden negarte eso, Flint. ¡Sólo tienes que decirles que no irás a buscar el mazo sin llevar la debida protección! Yo estaré encantado de servirte de escolta.

Flint alzó la vista hacia él.

—¡Bah! —dijo y bajó la vista de nuevo al tarugo. Otra astilla salió volando—. ¡Lo que escoltarías sería el Mazo fuera de Thorbardin hasta Solamnia!

Sturm golpeó la mesa con el puño y los platos tintinearon; Tas se sobresaltó y dejó caer la ganzúa.

—¡Eh! —increpó el kender, serio—. No hagáis ruido. Raistlin y yo intentamos concentrarnos.

—¡El Mazo es vital para nuestra causa! —reprochó el caballero, furioso.

—Baja la voz, Sturm —lo previno Tanis—. Las paredes son gruesas, pero la puerta no, y los guardias están justo al otro lado.

—Sólo hablan enano —replicó el caballero, aunque bajó el tono. Dio un par de vueltas por el salón con intención de calmarse y después volvió junto a Flint.

»Me disculpo por gritar, pero no creo que entiendas la importancia de tu empresa. La Dragonlance es la única arma que sepamos que puede matar a esos dragones del mal y el Mazo de Kharas es el único que se puede utilizar en la creación de las Dragonlances. Si llevas el Mazo a los caballeros serás un héroe, Flint. Se te honrará en leyendas y cantos por siempre. ¡Lo que es más importante, salvarás miles de vidas!

Flint no lo miró, aunque parecía interesado en lo que decía el caballero. El cuchillo se deslizó más despacio sobre la madera; ahora sólo caían unas pocas virutas. A Tanis no le gustó el rumbo que estaba tomando la conversación.

—¿Acaso has olvidado la razón por la que vinimos aquí, Sturm? —le preguntó Tanis—. Vinimos a buscar un refugio seguro para ochocientos hombres, mujeres y niños. Flint ha prometido entregar el Mazo a los enanos si lo encuentra. A cambio, Hornfel ha prometido que los refugiados podrán entrar en Thorbardin. No lo hará si intentamos irnos con el sagrado Mazo de los enanos. De hecho, probablemente no saldríamos vivos de aquí. Afronta los hechos, Sturm. La Dragonlance es una quimera, una leyenda, un mito. Ni siquiera estamos seguros de que tal arma haya existido.

—Algunos sí lo estamos —repuso el caballero.

—Los refugiados son reales y el peligro que corren es real —replicó el semielfo—. Convengo con Sturm en que no deberías ir solo mañana, Flint, pero debería ser yo el que te acompañara.

—Así que no te fías de mí, ¿es eso, semielfo? —Sturm se había puesto lívido.

—Me fío de ti, Sturm —contestó Tanis con un suspiro—. Sé que darías la vida por mí, por Flint o por cualquiera de nosotros. No dudo de tu valor, de tu honor ni de tu amistad. Pero es que... ¡Me preocupa que estés siendo poco práctico! Has trocado el sentido común por un sueño ilusorio de salvar al género humano.

Sturm sacudió la cabeza.

—Te respeto, Tanis, como habría respetado al padre que apenas conocí. En este asunto, sin embargo, no puedo ceder. ¿Y si salvamos a ochocientos ahora, sólo para perder a miles cuando la maligna reina caiga sobre Ansalon para conquistarlo y esclavizarlo? ¡Puede que la Dragonlance sea un sueño ahora, pero está en nuestras manos convertir ese sueño en realidad! Los dioses me trajeron aquí para buscar el Mazo de Kharas, Tanis. Lo creo de todo corazón.

—Los dioses me dijeron a mí dónde encontrarlo, Sturm Brightblade —intervino Flint mientras se guardaba el cuchillo en el cinto, se ponía de pie y echaba al fuego el tarugo que había estado tallando—. Me voy a acostar.

—Sturm tiene razón en una cosa, Flint —insistió Tanis—. Deberías decirles a los thanes que quieres que uno de nosotros te acompañe. Me da igual quién sea. Lleva a Sturm, a Caramon. ¡Pero lleva a alguien! ¿Lo harás?

—No. —Flint se dirigió hacia una cama que tenía el tamaño adecuado para un enano y que había encontrado en otro rincón del salón.

—Sé lógico, amigo mío. —Tanis empezaba a exasperarse con la tozudez del enano—. ¡No debes ir solo con Arman Kharas! No puedes fiarte de él.

—De hecho, Flint, si quieres un compañero que te sea realmente útil deberías escogerme a mí —dijo Raistlin desde su sitio junto al hogar.

—¡Como si alguien se fiara de ti! —Sturm asestó al mago una mirada torva—. Yo tendría que ir.

Flint se paró en seco en mitad de la estancia y se giró para mirarlos. Tenía el semblante lívido de rabia.

—Antes me llevaría al kender que a cualquiera de vosotros. ¡Ya lo sabéis! —Echó a andar hacia la cama mientras Tasslehoff se incorporaba de un brinco.

—¿Yo? ¿Vas a llevarme contigo, Flint? —gritó con entusiasmo.

—No voy a llevar a nadie —bramó.

Llegó junto a la cama, se tumbó, se tapó con la manta hasta la cabeza y se dio media vuelta, de espaldas al grupo.

—Pero Flint, acabas de decir que... —gimió el kender.

—Tas, déjalo en paz —ordenó Tanis.

—¡Dijo que me llevaba! —discutió Tasslehoff.

—Flint está cansado. Todos lo estamos. Creo que deberíamos acostarnos. A lo mejor vemos las cosas con más claridad por la mañana.

—Flint dijo que iba a llevarme —masculló el kender—. Debería afilar mi daga.

Se puso a hurgar en los saquillos para buscarla. Encontró la piedra de amolar, pero no daba con Mataconejos. Como se fue topando con un montón de cosas, a cual más interesante, se olvidó completamente de la daga.

Raistlin cerró su libro con un golpe seco.

—Espero que los dos estéis satisfechos —dijo el mago, cuando pasó junto a Sturm y Tanis, de camino a su lecho.

—Cambiará de parecer por la mañana —contestó el caballero.

—Yo no estoy tan seguro. —Tanis miró la espalda del enano—. Ya sabes lo testarudo que puede llegar a ser.

—Lo haremos entrar en razón —manifestó Sturm.

El semielfo, que de vez en cuando había intentado razonar con el viejo e irascible enano, no albergaba muchas esperanzas.

Flint yacía con la mirada prendida en la oscuridad. Sturm tenía razón. Tanis tenía razón. ¡Hasta Raistlin tenía razón! La lógica dictaba que uno de ellos lo acompañara al día siguiente. Hornfel se lo permitiría si hacía de ello un problema. Los thanes no tendrían elección.

Sin embargo, siguió dándole vueltas al asunto y acabó cayendo en la cuenta de que había tomado la decisión correcta. Que la hubiese tomado por razones equivocadas no la hacía menos acertada.

«El Mazo del Honor no les pertenece a los caballeros y sus sueños de gloria —se dijo para sus adentros—. Tampoco les pertenece a los elfos. Ni a los humanos, por muchos problemas que tengan. Han de ser los enanos los que decidan qué hacer con él, y si eso significa utilizarlo para salvarnos, que así sea.»

Ésa era una buena razón y sonaba estupendamente, pero no era la única por la que Flint quería ir solo. «Esta vez, el héroe seré yo.»

Claro que siempre cabía la posibilidad de que el héroe fuese Arman Kharas, pero Flint no lo creía probable. Reorx le había prometido que, si se ponía el yelmo, el Mazo sería su recompensa.

Flint Fireforge, Salvador del Pueblo, Unificador de las Naciones Enanas. Puede que incluso Flint, Rey Supremo.