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—No —lo interrumpió el semielfo, que puso las manos en los hombros de su amigo—. No es ridículo en absoluto. Que Reorx te acompañe.

—No invoques a dioses en los que no crees, semielfo —repuso Flint iracundo—. Trae mala suerte.

Irguiendo los hombros, Flint salió para reunirse con Arman Kharas, que le dijo en un tono que no admitía discusión que era hora de emprender la marcha. Los dos echaron a andar, escoltados por soldados hylars. Dos de los guardias hylars se quedaron y ocuparon sus puestos a uno y otro lado de la puerta de la posada.

—Espero que no hayan olvidado el desayuno —suspiró Caramon mientras se sentaba en la cama.

—Creía que te sentías mal —increpó Raistlin en tono hiriente.

—Me siento mejor ahora que he vomitado. ¡Eh! —Caramon cruzó la sala, abrió la puerta y asomó la cabeza fuera—. ¿Cuándo comemos?

Tasslehoff se quedó mirando por la ventana hasta que Flint desapareció al girar en la esquina de un edificio. Entonces el kender se sentó pesadamente en una silla.

—Flint me prometió que podría ir con él a la tumba flotante —dijo Tas al tiempo que daba pataditas a los travesaños de la silla.

Tanis sabía que sería inútil intentar convencer al kender de que Flint no había hecho semejante promesa, así que lo dejó en paz, seguro de que habría olvidado todo al cabo de cinco minutos, cuando hubiera encontrado alguna otra cosa interesante. Sturm también miraba por la ventana.

—Podríamos ocuparnos de los guardias de la entrada, Tanis. Sólo son dos.

—Y luego ¿qué? —demandó Raistlin, mordaz—. ¿Cómo recorremos Thorbardin sin llamar la atención? ¿Nos hacemos pasar por enanos? Puede que el kender lo consiguiera, pero el resto de nosotros tendríamos que ponernos barbas falsas y caminar de rodillas.

El rostro de Sturm enrojeció por el sarcasmo del mago.

—Al menos podríamos intentar hablar con Hornfel, decirle lo preocupados que estamos por nuestro amigo. A lo mejor cambiaba de opinión.

—Bueno, supongo que podríamos pedir audiencia, pero dudo que tengamos éxito —comentó Tanis—. Dejó bien claro que sólo podían entrar enanos en la tumba sagrada.

Sturm siguió mirando por la ventana con aire sombrío.

—Flint va camino del Valle de los Thanes, el reino de los muertos, con un enano chiflado para protegerle las espaldas y el espíritu de un príncipe muerto para guiarlo —dijo el semielfo—. Preocuparse por él no servirá de nada.

—Pero rezar por él sí —repuso el caballero y acto seguido se arrodilló en el suelo.

—Me vuelvo a la cama —dijo Raistlin tras encogerse de hombros. No había nada más que hacer. Tanis también se metió en su cama y se quedó tendido boca arriba, mirando el techo. Mientras Sturm rezaba para sus adentros.

«Sé que lo que hice estuvo mal, pero lo hice por el bien de muchos —oró a Paladine. Entrelazó las manos con fuerza ante sí—. Como siempre he hecho...»

Tasslehoff dejó de dar pataditas a los travesaños de la silla. Esperó hasta que Sturm se quedó absorto en su comunión con el dios, hasta que Tanis cerró los ojos y su respiración se tornó regular y acompasada, hasta que oyó los ronquidos de Caramon y cesó la tos rasposa de Raistlin.

—Flint prometió que yo podría ir —murmuró Tas—. «Antes me llevaría al kender.» Eso fue lo que dijo. Tanis está preocupado por él y no lo estaría ni la mitad si yo lo acompañara y cuidara de él.

Tasslehoff se despojó de sus saquillos. Separarse de ellos le causaba un gran dolor, pues sin ellos se sentía como si estuviese desnudo, pero haría ese sacrificio por su amigo. Se bajó de la silla y, moviéndose tan en silencio como sólo un kender era capaz cuando se lo proponía, abrió la puerta y salió sigilosamente.

Los dos soldados le daban la espalda. Estaban charlando y no lo habían oído.

—¡Hola! —dijo en voz alta.

Los guardias desenvainaron las espadas y giraron sobre sus talones más de prisa de lo que Tasslehoff habría creído capaces a unos enanos. No sabía que los enanos fueran tan ágiles, sobre todo si iban cargados con tanto metal.

—¿Qué quieres? —gruñó uno de ellos.

—¡Vuelve ahí dentro! —dijo su compañero, que señaló la posada.

Tas hablaba unas cuantas palabras del lenguaje enano. Hablaba unas cuantas de cualquier lenguaje, ya que siempre era útil saber decir «¡Pero si lo dejaste caer tú!» a desconocidos con los que uno se encontraba en el camino.

—Quiero mi jupak —pidió amablemente Tasslehoff. Los enanos lo miraron de hito en hito y uno hizo un gesto amenazador con su arma.

—Espada no —aclaró Tas, que malinterpretó la intención del gesto del soldado—. Jupak. Se pronuncia «ju», «pak», que se escribe «j, u, p, a, k» y en kender significa «jupak».

Los soldados seguían sin entender y empezaban a estar enfadados. Claro que Tasslehoff también empezaba a estarlo.

—¡Jupak! —repitió en voz alta—. Es eso que tenéis ahí, a ese lado.

Señaló la espada de Sturm y los soldados se volvieron para mirar.

—¡Ups! Me equivoqué —exclamó Tasslehoff—. Me refería a esto. —Un salto, un brinco y tuvo la jupak en las manos. Un salto, un golpe seco y atizó a uno de los soldados en la cara con el extremo romo del palo, tras lo cual utilizó la parte ahorquillada para asestar otro golpe seco en la tripa al segundo guardia.

Les propinó a ambos varios golpetazos en la cabeza para asegurarse de que no se levantaran demasiado pronto y fueran un incordio. Luego, eligiendo al más pequeño de los dos enanos, le quitó el yelmo.

—Qué buena idea la de Raistlin. ¡Me disfrazaré como un enano!

El yelmo le quedaba muy grande y le bailaba en la cabeza. La cota de malla enana le sobraba de ancho y de largo y pesaba seis toneladas por lo menos. La descartó y en su lugar se puso el coselete de cuero que el enano llevaba debajo. Consideraba buena la idea de una barba postiza y observó la del enano con aire pensativo, pero no tenía nada con lo que cortársela. Tas se quitó el casco, aflojó el copete, se echó el cabello por delante de la cara y luego volvió a encasquetarse el yelmo. Por debajo del casco le asomaba el largo cabello.

Lo malo era que todo el pelo le caía por delante de los ojos. Resultaba muy molesto porque no le dejaba ver bien y además no paraba de hacerle cosquillas en la nariz y lo hizo estornudar varias veces. Sin embargo, por un amigo se hacía cualquier sacrificio.

Tasslehoff se detuvo para echarse un vistazo en una ventana rota. Los resultados lo dejaron pasmado. Le pareció imposible que alguien notara la diferencia entre él y un enano. Echó a andar calle adelante a buen paso. Flint y Arman Kharas le llevaban bastante ventaja, pero Tas estaba convencido de que los alcanzaría.

Después de todo, Flint lo había prometido.

32

Trescientos años de odio. El Valle de los Thanes

Flint había albergado la esperanza de poder ir a Kalil S'rith, el Valle de los Thanes, de prisa y discretamente, evitando jaleos, molestias y multitudes boquiabiertas. Pero los thanes no habían mantenido la boca cerrada. Se había corrido la voz por el reino enano de que un neidar iba en busca del Mazo de Kharas.

Flint, Arman y sus escoltas dejaron atrás la ciudad de los Altos y se internaron entre la muchedumbre hostil. Al ver a Flint, los enanos agitaban los puños y lanzaban insultos, le gritaban que volviera a sus colinas o que se fuera a otros sitios no tan agradables. Arman no escapó de ser blanco de los ultrajes; lo llamaban traidor y el viejo mote insultante «Marman Arman».

A Flint le ardían las orejas y lo abrasaba el odio. De repente se alegró de que a Raistlin se le hubiera ocurrido la idea de escamotear el verdadero Mazo y sacarlo de Thorbardin, dejándoles el falso a los enanos. Se lo llevaría y que sus despreciables parientes se quedaran encerrados para siempre en la montaña.