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Tas cruzó rápidamente las puertas y el sol le dio de lleno en la cara. La luz del astro era brillante e inesperada por completo. Llevándose las manos a los ojos, el kender reculó a través de las grandes puertas. El resplandor parecía haberle entrado directamente al cerebro, y lo único que veía era una gran salpicadura roja veteada con trazos azules y adornada con pequeñas motas amarillas. Cuando aquel fenómeno ciertamente ameno e interesante pasó, Tas abrió los ojos y vio, para su consternación, que la doble puerta de bronce se había cerrado sola y lo había dejado tirado en la oscuridad, que ahora era peor que nunca.

—Estoy teniendo un montón de problemas —rezongó el kender al tiempo que se frotaba los ojos—. Espero que Flint sepa apreciarlo.

El Valle de los Thanes había sido una caverna que se había desplomado miles de años atrás y había dejado el área al aire libre. Los muertos yacían en pequeños túmulos que asomaban entre la alta y susurrante hierba mustia o bajo grandes montículos con una puerta de piedra o, en los casos de enanos ricos y poderosos, descansaban dentro de mausoleos. Cada lugar de enterramiento estaba indicado con una estela que llevaba el nombre de la familia cincelado arriba y los nombres de cada miembro enterrado añadido debajo, en filas. Algunas familias tenían varias de esas estelas ya que las generaciones se remontaban muy atrás en el tiempo. Flint iba ojo avizor a nombres neidars, incluido el suyo, Fireforge. Otro punto de enfrentamiento entre clanes cuando Duncan clausuró la montaña, era que los neidars que quisieran volver a Thorbardin para ser enterrados se hallaban excluidos de su última morada tradicional.

Alrededor de las tumbas no había caminos ni veredas. Los pies de mortales rara vez caminaban por allí. Flint y Arman dirigieron sus pasos entre túmulos y mausoleos hacia su punto de destino, visible para ellos desde el instante en el que los ojos se les acostumbraron a la luz: la Tumba de Duncan.

La compleja y ornamentada construcción, más una fortaleza pequeña que una tumba, flotaba majestuosamente a muchas decenas de metros sobre un tranquilo lago azul en el centro del valle. El lago se había formado por la escorrentía de la nieve de la montaña al verterse en el agujero dejado cuando la tumba se desgarró de la tierra y se elevó en el aire.

Flint no podía apartar los ojos de la maravillosa vista. Contemplaba la tumba de hito en hito, pasmado. Había visto muchos monumentos construidos por enanos con anterioridad, pero ninguno igualaba a aquél. Con toneladas y toneladas de peso, la tumba flotaba entre las nubes como si fuese tan liviana como ellas. Torres y torreones de mármol blanco adornados con tejas de un intenso color rojo resplandecían al sol. Ventanas de cristales de colores se abrían a balconadas. Escaleras empinadas conducían de un piso a otro, se entrecruzaban, subían y bajaban en círculo en torno al edificio.

Una nota musical grave resonó en la tumba y levantó ecos en el valle. La nota sonó una vez y luego la música se perdió en la distancia.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Flint, atónito.

Arman Kharas miraba hacia arriba, al milagro de la tumba flotante.

—Algunos cuentan que es Kharas manejando el mazo. Nadie lo sabe con certeza.

La nota sonó de nuevo y Flint no tuvo más remedio que admitir que el sonido era muy parecido al de un martillo golpeando metal. Pensó en lo que podría estar aguardándoles en esa tumba —si es que conseguían llegar hasta ella— y deseó haber hecho caso del consejo de Sturm e insistir a Hornfel para que permitiera que sus amigos lo acompañaran.

—La tumba del rey Duncan se empezó a construir cuando él aún vivía —indicó Arman—. Tenía que ser un gran monumento donde sus hijos y los hijos de sus hijos y todos los que vinieran después de él fueran enterrados. Pero ¡ay!, su visión de una dinastía hylar no se cumpliría. Mandó enterrar a sus dos hijos en un túmulo sencillo, sin nombres. La tumba de su tercer hijo permanecerá vacía para siempre.

»Cuando el rey murió, Kharas, asqueado de la lucha entre clanes, llevó personalmente el cadáver a la tumba. Temiendo que el funeral del rey se malograra por el comportamiento impropio de los thanes enemistados, prohibió a todos que asistieran a la ceremonia. Se dice que intentaron entrar, pero las grandes puertas de bronce se cerraron ante ellos. Kharas no regresó jamás. Los thanes aporrearon las puertas en un intento de abrirlas a la fuerza. La tierra empezó a sacudirse con tal violencia que se derrumbaron edificios, se abrió una grieta en el Árbol de la Vida y el lago se desbordó e inundó la tierra que lo rodeaba.

»Cuando la montaña dejó de moverse, las puertas de bronce se abrieron. Deseosos todos ellos de hallar el mazo y reclamarlo como suyo, los thanes lucharon para ver quién entraba antes en el valle. Sangrantes y vapuleados, irrumpieron en tropel por las puertas y entonces, para su horror, descubrieron que la tumba del rey había sido desgajada de la tierra por alguna fuerza pavorosa y flotaba a gran altura sobre sus cabezas.

»A lo largo de los años, muchos buscaron los medios para tener acceso a ella, pero hasta el día de hoy nadie ha encontrado la forma de entrar y ahora... —Arman desvió la vista de la tumba para dirigir una mirada sombría a Flint—. Ahora, tú, un neidar, afirma conocer el secreto. —Arman se atusó la larga y negra barba—. Yo, al menos, lo dudo.

Flint picó en el anzuelo.

—¿Dónde está la tumba del príncipe Grallen? —De repente tenía ganas de acabar de una vez con todo aquello.

—No muy lejos. —Arman señaló—. Aquel obelisco de mármol negro que se ve junto al lago. Hubo un tiempo en el que se encontraba delante de la Tumba de Duncan, pero eso fue antes de que fuera arrancada de la tierra. Allí hay una estatua del príncipe y detrás se hallan las ruinas de un arco de mármol que se desmoronó cuando la montaña tembló. —Arman miró a Flint de soslayo.

»¿Qué haremos cuando lleguemos a la tumba del príncipe? A no ser que prefieras no decírmelo —añadió con aire estirado.

Flint creyó que al menos le debía eso al joven enano. Después de todo, Arman le había entregado su mazo.

—He de llevar el yelmo a su tumba —contestó.

Arman se quedó mirándolo de hito en hito, estupefacto.

—¿Eso es todo? ¿Nada sobre el Mazo?

—No exactamente —repuso Flint, evasivo.

Había habido una sensación, una impresión, pero nada específico. Ésa era la principal razón por la que no les había dicho nada más a sus amigos y, al mismo tiempo, una razón más para que decidiera ir solo.

—Pero accediste a hacer la apuesta con Realgar...

—Ah, eso —dijo Flint mientras sorteaba montículos y túmulos—. ¿Y qué enano que se tenga por tal ha rechazado nunca una apuesta?

Tasslehoff observó las puertas de bronce y después se acercó y dio una patada a una de las hojas, no porque creyera que podría abrirla de esa forma, sino porque estaba muy enfadado con ella. Le entró un hormigueo por los dedos del pie que le fue subiendo por el cuerpo hasta los hombros y se enfadó aún más.

Tas tiró la jupak al suelo, apoyó las dos manos en una de las puertas y empujó. Empujó y empujó y no ocurrió nada. Hizo un alto para limpiarse el sudor de la cara mientras pensaba que no se tomaría tantas molestias por nadie excepto por Flint. También pensó que había notado como si la puerta cediera un poco, así que volvió a empujar y esta vez cargando con todo su peso contra la hoja.

«¿Sabes quién te vendría ahora muy bien? —se dijo para sus adentros al tiempo que empujaba con todas sus fuerzas—. Fizban. Si estuviera aquí, lanzaría una de sus bolas de fuego a la puerta y así se abriría de golpe.»