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Flint sacó velozmente el mazo del correaje y, en su precipitación, olvidó que se suponía que tenía que fingir que pesaba mucho.

—Acércate a la luz, donde te pueda ver —dijo Flint.

—Desde luego. No necesitas tu arma —contestó el enano, que entró en el círculo de luz del farol.

Tenía la barba larga y tan blanca como el cabello y la cara tan arrugada como una manzana seca. Los ojos eran oscuros y penetrantes, tan límpidos como los de un recién nacido. Su voz sonaba firme, profunda y juvenil.

—Un extraordinario martillo de guerra el que sostienes. —El anciano lo observó con los ojos entrecerrados por la brillante luz—. Creo recordar uno igual a ése.

—Pues vas a sentirlo en la cabeza si te acercas más —advirtió Flint—. ¿Quién eres?

—¡Es otro Kharas, como el que estaba en la tumba con Arman! —dijo Tas—. ¿Cuántos son ya con éste? ¿Tres o cuatro?

El anciano adelantó otro paso y Flint enarboló el mazo.

—Quédate donde estás.

—No estoy armado —manifestó suavemente Kharas.

—Los fantasmas no necesitan armas —repuso Flint.

—Para ser un fantasma se lo ve muy, pero que muy sólido, Flint —susurró Tas.

—El kender tiene razón. ¿Qué te hace pensar que no soy quien digo ser?

—¡Bah! —resopló Flint con desdén—. ¿Por quién me tomas? ¿Por un enano gully?

—No, te tomo por un neidar que se llama Flint Fireforge. Sé mucho sobre ti. He tenido una charla con un amigo tuyo.

—Arman no es mi amigo —replicó el viejo enano, malhumorado—. Ningún Enano de la Montaña es amigo mío. ¡Y tampoco soy su sirviente!

—Nunca pensé tal cosa. Y no me refería a Arman.

Flint volvió a resoplar.

—Dejemos eso ahora —sugirió el más reciente Kharas. Una sonrisa hizo que la cara se le llenara de arrugas—. Me interesa saber por qué vas a buscar a Arman. Viniste aquí para hallar el Mazo de Kharas.

—Y me iré de aquí con el Mazo de Kharas y con el joven Arman —manifestó en tono decidido Flint—. Así que vas a decirme qué has hecho con él.

—No le he hecho nada. —Kharas se encogió de hombros—. Le dije dónde podía encontrar el Mazo. Sin embargo, puede que tarde un poco en dar con él. Por lo visto ha perdido su mapa.

—Lo dejó caer —aclaró Tas con aire apesadumbrado.

—Sí, es lo que imaginé que podía haber pasado —comentó Kharas con un atisbo de sonrisa—. ¿Y si te dijera, Flint Fireforge, que está en mis manos conducirte directamente al Mazo?

—¿Y arrojarnos a un pozo o empujarnos desde lo alto de una torre? No, gracias. —Flint sacudió el martillo de guerra en dirección al otro enano—. Si de verdad no pretendes hacernos daño, ocúpate de tus asuntos y déjanos en paz. Y deja en paz también a Arman. No es un mal chico, sólo está ofuscado.

—Necesita que se le dé una lección —dijo Kharas—. Todos los Enanos de la Montaña merecen que se les dé una lección, ¿verdad? ¿No era eso lo que siempre has pensado?

—¡No es asunto tuyo lo que piense yo! —increpó Flint, ceñudo—. Sal de aquí y ve a ocuparte de lo que quiera que te ocupes en este lugar.

—Lo haré, pero antes te propongo una apuesta. Te apuesto tu alma a que Arman acaba con el Mazo en su poder.

—Acepto la apuesta —dijo Flint—. De todas maneras, todo esto es una majadería.

—Ya veremos —contestó Kharas, cuya sonrisa se ensanchó—. Recuerda que te ofrecí mostrarte dónde hallar el Mazo y rechazaste mi ayuda.

El anciano enano retrocedió hacia la arremolinada neblina rojiza y desapareció. Flint se estremeció de pies a cabeza.

—¿Se ha ido?

Tas se acercó donde había estado el enano y agitó las manos entre la niebla.

—No lo veo. Oye, si se llevara tu alma, Flint, ¿puedo verlo?

—¡Menudo amigo eres! —Flint bajó el martillo de guerra, pero siguió con él en las manos, por si acaso.

—Espero que no lo haga —aclaró cortésmente el kender, y lo decía de verdad. Bueno, lo decía casi de verdad—. Pero si se la lleva...

—Oh, cierra el pico de una vez. Ya hemos perdido mucho tiempo parloteando con eso, fuera lo que fuera. Hemos de encontrar a Arman.

—No, tenemos que encontrar el Mazo —lo contradijo Tas—. O en caso contrario Kharas ganará la apuesta y se quedará con tu alma.

Flint sacudió la cabeza y echó a andar, de nuevo en dirección a la escalera.

—¿Volvemos a ese pasadizo secreto? —preguntó el kender mientras subían los peldaños—. Oye, ¿sabes una cosa? No llegamos al final de la escalera. ¿Dónde conducirá? ¿Qué crees que habrá allá arriba? ¿Dónde está el mapa?

Flint se paró en un peldaño, se giró y alzó un puño.

—Si vuelves a hacerme otra pregunta, te... ¡Te amordazo con tu propia jupak!

A continuación reanudó el ascenso por la escalera; ahogó un gemido al tiempo que lo hacía. Era muy empinada y, como le había recordado Raistlin, ya no era un enano joven.

Tas le iba pisando los talones y se preguntaba cómo lo podían amordazar a uno con una jupak. Tenía que acordarse de preguntárselo después.

Llegaron al punto donde había estado el pasadizo secreto, pero ahora ya no había nada allí. Los peldaños tras los que había estado oculto se habían colocado en su sitio y, por más que lo intentó, Flint fue incapaz de volver a retirarlos. Se preguntó cómo habría encontrado Arman el pasadizo. El enano anciano que decía ser Kharas probablemente tenía algo que ver en ello. Encorajinado y farfullando entre dientes, Flint subió la escalera hasta el final.

Una vez allí, consultó el mapa. Había llegado al segundo nivel de la tumba. Allí había galerías, antesalas, el Paseo de los Nobles y un salón de banquetes.

—Los thanes tendrían que haber asistido a un gran banquete en honor al rey fallecido —murmuró Flint—. Al menos, ésa era la intención de Duncan, sólo que el banquete de su funeral nunca se celebró. Los thanes peleaban por la corona y Kharas fue el único asistente al funeral. —El enano echó un vistazo a la oscuridad y añadió en tono sombrío—: Y quienquiera que levantara en el aire la tumba y la dejara flotando entre las nubes.

—Pues si no celebraron el banquete, a lo mejor queda algo de comida —comentó Tas—. Me muero de hambre. ¿Por dónde está el salón de banquetes? ¿Por aquí?

Antes de que Flint tuviese tiempo de contestar, el kender salió corriendo por el corredor.

—¡Espera! ¡Tas! ¡Cabeza de chorlito! ¡Que te llevas el farol! —gritó Flint a la penumbra envuelta en niebla, pero el kender había desaparecido.

Con un suspiro, el viejo enano fue tras él pisando con fuerza en el suelo.

—¡Qué rabia! —exclamó Tas al ver que en la mesa de banquetes no había nada excepto una gruesa capa de polvo—. No queda nada. Supongo que los ratones se lo comerían o tal vez se lo zampó Kharas. En fin. De todos modos, al cabo de trescientos años no creo que la comida supiera muy bien.

Tas deseó de nuevo haber llevado consigo sus saquillos. Por lo general siempre encontraba en ellos algo que le servía de tentempié, como una empanada de carne, pastelillos o uvas que no estaban tan mal una vez que uno les quitaba las pelusillas pegadas. Sin embargo, pensar en comida le daba más hambre, así que apartó esa idea de su mente.

La mesa de banquetes no tenía nada interesante. Tas paseó alrededor por si habían quedado algunas miguitas de algo. Oyó a Flint chillar a los lejos.

—¡Estoy aquí, en el salón de banquetes! —respondió a voces—. ¡No hay comida, así que no hace falta que corras!

Eso provocó más gritos del enano, pero Tas no entendió lo que su amigo decía. Algo sobre Arman.

—Supongo que lo está buscando —musitó el kender, así que gritó el nombre del enano joven un par de veces, para llamarlo, aunque sin mucho entusiasmo. Se asomó debajo de la mesa y curioseó en uno o dos rincones.

No encontró a Arman, pero sí halló algo y eso era mucho más interesante que un arrogante enano joven que siempre pronunciaba la palabra «kender» como si hubiese mordido un higo pocho. En un rincón de la sala había una silla y al lado de la silla, una mesa. En la mesa había un libro, pluma y tinta, así como unos anteojos.