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– Oh.

– El registro nacional ha encontrado sólo tres donantes potenciales. Por potenciales quiero decir que el test HLA inicial los identifica como posibilidades. El A y el B coinciden, pero luego hay que hacer un estudio completo del tejido y de la sangre para ver… -Volvió a detenerse-. Me estoy poniendo muy técnica, no era mi intención. Pero cuando tu hijo está así de enfermo es como si vivieras dentro de una burbuja de jerga médica.

– Lo comprendo.

– En cualquier caso, superar estas primeras pruebas es como ganar un premio de lotería secundario. La posibilidad de encontrar uno que coincida sigue siendo remota. El centro de hematología convoca a los donantes potenciales y lleva a cabo una batería de pruebas, pero las posibilidades de que se ajusten lo suficiente para efectuar el trasplante son más bien bajas, en especial si sólo hay tres donantes potenciales.

Myron asintió con la cabeza, todavía sin tener ni idea de por qué le estaba contando todo aquello.

– Tuvimos suerte, y uno de los tres coincidía con Jeremy.

– Estupendo.

– Hay un problema -aclaró. Otra vez aquella sonrisa retorcida-. El donante ha desaparecido.

– ¿Qué quieres decir con «desaparecido»?

– No conozco los pormenores. El registro es confidencial. Nadie quiere decirme qué está pasando. Parecíamos estar bien encaminados y entonces, de pronto, el donante sencillamente se retiró. Mi médico no nos puede decir nada…; como ya te he dicho, es una información confidencial.

– Tal vez el donante haya cambiado de opinión.

– Pues entonces será mejor que se la volvamos a cambiar -dijo ella-, o Jeremy morirá.

La afirmación era lo bastante clara.

– ¿Y qué crees que ha ocurrido? -le preguntó Myron-. ¿Crees que está desaparecido, o algo así?

– O desaparecida -aclaró Emily-. Sí.

– ¿Es él o ella?

– No sé nada del donante: ni edad, ni sexo, ni localidad, nada. Pero Jeremy no está precisamente mejorando y la verdad es que las probabilidades de encontrar a otro donante a tiempo son casi inexistentes. -Mantenía la expresión impertérrita, pero Myron pudo ver cómo su ánimo empezaba a resquebrajarse un poco-. Tenemos que encontrar a ese donante.

– ¿Has venido a verme por eso? ¿Para que lo encuentre?

– Tú y Win encontrasteis a Greg cuando nadie más podía hacerlo. Cuando desapareció, Clip fue a verte a ti el primero; ¿por qué?

– Es una larga historia.

– No tan larga, Myron. Tú y Win tenéis formación en este tipo de asuntos. Sois buenos.

– No en un caso como éste -dijo Myron-. Greg es un deportista de élite. Puede ponerse ante los micros, ofrecer recompensas. Puede pagar a detectives privados.

– Eso ya lo estamos haciendo. Greg ha convocado una rueda de prensa para mañana.

– Pues que no servirá de nada. Le dije al médico de Jeremy que pagaríamos lo que hiciera falta al donante, aunque sea ilegal. Pero hay algún problema más. Me temo que toda esta publicidad podría acabar perjudicándonos, que podría provocar que el donante se esconda todavía más, o algo así, yo qué sé.

– ¿Qué dice Greg de todo esto?

– Él y yo no hablamos mucho, Myron. Y cuando lo hacemos, normalmente no es para decirnos cosas agradables.

– ¿Sabe Greg que has venido a verme?

Ella lo miró:

– Te odia tanto como tú a él. Tal vez más y todo.

Myron dedujo que eso significaba que no. Emily lo seguía mirando, escrutando su rostro como si en él pudiera encontrar una respuesta.

– No puedo ayudarte, Emily.

Ella puso una expresión como si acabaran de abofetearla.

– Me sabe muy mal -prosiguió-, pero justo estoy empezando a superar algunos problemas importantes.

– ¿Me estás diciendo que no tienes tiempo?

– No es eso. Creo que un detective privado tendría más posibilidades…

– Greg ya ha contratado a cuatro. Ni siquiera son capaces de descubrir el nombre del donante.

– Dudo que yo pueda hacer nada más.

– Te estoy hablando de la vida de mi hijo, Myron.

– Lo entiendo, Emily.

– ¿No puedes dejar de lado tu animosidad hacia mí y hacia Greg?

No estaba seguro de poder.

– Ése no es el problema: soy representante deportivo, no detective.

– Antes no parecía importarte.

– Y mira como acabó todo. Cada vez que me entrometo provoco un desastre.

– Mi hijo tiene trece años, Myron.

– Lo siento…

– No quiero tu compasión, maldita sea. -Ahora sus ojos parecían más pequeños, negros. La mujer se inclinó hacia él hasta que sus rostros quedaron a pocos centímetros-. Quiero que hagas cálculos.

Él puso cara de extrañeza:

– ¿De qué?

– Eres representante; sabes mucho de números, ¿no? Pues haz un pequeño cálculo.

Myron se inclinó hacia atrás, poniendo un poco de distancia.

– ¿De qué coño estás hablando?

– El cumpleaños de Jeremy es el dieciocho de julio -aclaró-. Haz cuentas.

– ¿Qué cuentas?

– Te lo diré otra vez: tiene trece años. Nació el dieciocho de julio. Yo me casé el diez de octubre.

Nada. Durante unos segundos Myron oyó a las madres que charlaban, a un bebé que lloraba, a un camarero que le pasaba un pedido a otro, y entonces ocurrió. Una ráfaga de aire gélido le punzó el corazón. Bandas de acero le oprimieron el pecho y casi le impedían respirar. Abrió la boca pero no fue capaz de articular palabra. Era como si alguien le acabara de golpear el plexo solar con un bate de béisbol. Emily lo observó y asintió:

– Correcto -dijo-. Es tu hijo.

3

– No puedes estar tan segura -dijo Myron.

Emily rezumaba agotamiento por todos los poros.

– Lo estoy.

– También te acostabas con Greg, ¿no?

– Sí.

– Y aquella temporada tú y yo sólo lo hicimos una vez. En cambio, con Greg debiste de hacerlo un montón de veces.

– Cierto.

– Pues entonces, ¿cómo puedes saber…?

– Negación -lo interrumpió ella, con su suspiro-. Siempre es la reacción inicial.

Él la señaló con un dedo:

– No me vengas con esa mierda de psicóloga recién licenciada, Emily.

– Que evoluciona rápidamente hacia la rabia -insistió.

– No puedes saber…

– Siempre lo he sabido -le cortó.

Myron se apoyó en el respaldo de su taburete. Conservó la compostura pero, por dentro, estaba a punto de sentir cómo se le abría una brecha, cómo su base se empezaba a tambalear.

– Cuando me quedé embarazada, pensé, igual que tú: me había acostado más a menudo con Greg, de modo que probablemente era de él. Al menos, eso es lo que me dije. -Cerró los ojos. Myron estaba muy quieto mientras sentía cómo el nudo en su estómago se iba tensando-. Y cuando nació Jeremy, él estuvo a mi lado en todo momento, así que, ¿por qué iba a decir nada? Pero, y sé que eso va a sonar increíblemente estúpido, las madres lo sabemos. No sabría decirte cómo, pero lo sabía. Yo también intenté negarlo. Me dije que tal vez sólo me sentía culpable por lo que habíamos hecho, y que ésta era la manera que tenía Dios de castigarme.

– Muy del Viejo Testamento por tu parte -ironizó Myron.

– El sarcasmo -dijo ella, casi con una sonrisa-, tu defensa favorita.

– Tu intuición maternal no tiene demasiado valor como prueba, Emily.

– Antes me has preguntado por Sara.

– ¿Sara?

– La hermana de Jeremy. Te preguntabas si era válida como donante. No lo es.

– De acuerdo, pero me has dicho que entre hermanos sólo hay una posibilidad entre cuatro.