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– Para hermanos del todo, sí. Pero en este caso no coincidían ni de lejos, porque ella y Jeremy son sólo medio hermanos.

– ¿Te lo dijo el médico?

– Sí.

Myron sintió cómo el suelo debajo de sus pies empezaba a tambalearse.

– Entonces… ¿lo sabe Greg?

Emily negó con la cabeza.

– Me citó aparte. A raíz del divorcio, yo tengo la custodia principal de Jeremy. Greg tiene también la custodia, pero los niños viven conmigo, y yo soy responsable de las decisiones médicas.

– De modo que Greg sigue pensando…

– Que Jeremy es su hijo, sí.

Myron sentía que se hundía en aguas profundas y sin tierra a la vista.

– Pero me has dicho que tú siempre lo has sabido.

– Sí.

– ¿Por qué no me lo dijiste?

– ¿Estás de broma? Estaba casada con Greg. Le quería. Empezábamos una vida juntos.

– De todos modos, me lo tendrías que haber dicho.

– ¿Cuándo, Myron? ¿Cuándo querías que te lo dijera?

– Nada más nacer el bebé.

– ¿No me estás escuchando? Te acabo de decir que no estaba segura.

– Las madres lo sabéis, has dicho.

– Vamos, Myron. Estaba enamorada de Greg, no de ti. Tú, con tu sentido de la moral tan cursi, habrías insistido en que me divorciara de Greg y me casara contigo y nos fuéramos a vivir una especie de cuento de hadas suburbano.

– Y entonces, ¿decidiste vivir una mentira?

– Era la decisión acertada teniendo en cuenta lo que sabía entonces. Si echo la vista atrás -hizo una pausa, tomó un sorbo largo-, probablemente ahora habría hecho muchas cosas de manera distinta.

Myron trató de dejar que la información se fuera asentando, pero le resultaba imposible. Un nuevo grupo de mamás de esas que llevan los niños a hacer deporte después del cole entró en el café, empujando sillitas. Se sentaron a la mesa del rincón y se pusieron a cotillear sobre los pequeños Brittany, Kyle y Morgan.

– ¿Cuánto tiempo hace que te separaste de Greg?

La voz de Myron sonó más aguda de lo que tenía intención, o tal vez no.

– Hace cuatro años.

– Y ya no estabas enamorada de él, ¿no?

– No.

– Incluso antes -prosiguió-. Quiero decir que probablemente ya llevabas una buena temporada sin estar enamorada de él, ¿no es cierto?

Ella parecía perpleja.

– Cierto.

– Pues me lo podrías haber dicho entonces; al menos, hace cuatro años. ¿Por qué no lo hiciste?

– Deja ya de interrogarme.

– Eres tú quien ha dejado caer la bomba -dijo él-. ¿Cómo esperabas que reaccionara?

– Como un hombre.

– ¿Y eso qué demonios quiere decir?

– Necesito tu ayuda; Jeremy necesita tu ayuda. Ahora deberíamos concentrarnos en eso.

– Primero quiero unas cuantas respuestas. Al menos tengo derecho a eso.

Ella vaciló, puso cara como de querer discutir y luego asintió cansinamente:

– Si te va a ayudar a superarlo…

– ¿A superarlo? ¡Hablas como si se tratara de una piedra en el riñón, o algo así!

– Estoy demasiado cansada para discutir contigo -dijo-. Adelante, pregunta lo que quieras.

– ¿Por qué no me lo dijiste antes?

La mirada de ella se desvió más allá de Myron, por encima de su hombro.

– Una vez estuve a punto de hacerlo.

– ¿Cuándo?

– ¿Te acuerdas de aquella vez que viniste a casa, la primera vez que Greg se esfumó?

Asintió con la cabeza. Justo acababa de pensar en aquel día.

– Le mirabas por la ventana. Jeremy estaba en el jardín con su hermana.

– Lo recuerdo -dijo Myron.

– Greg y yo estábamos en medio de una horrible batalla por la custodia.

– Le acusaste de maltratar a los niños.

– Era mentira, tú te diste cuenta enseguida. No era más que una treta legal.

– Menuda treta -dijo Myron-. La próxima vez, acúsalo directamente de crímenes de guerra.

– ¿Quién eres tú para juzgarme?

– De hecho -respondió Myron-, creo que soy justamente la persona indicada.

Emily le clavó la mirada:

– Las batallas por la custodia son una guerra sin los acuerdos de Ginebra -le dijo-. Greg se puso desagradable, y yo se lo devolví. Para ganar una guerra así haces lo que haga falta.

– ¿Y eso no incluye revelar que Greg no era el padre de Jeremy?

– No.

– ¿Por qué no?

– Porque obtuve la custodia sin necesidad de hacerlo.

– Eso no es una respuesta. Odiabas a Greg.

– Sí.

– ¿Todavía le odias? -preguntó.

– Sí -dijo, sin vacilar.

– Pues, entonces, ¿por qué no se lo dijiste?

– Porque con todo lo que le odio, pesa más mi amor por Jeremy. Podría joder a Greg, y probablemente disfrutaría haciéndolo, pero no le podía hacer eso a mi hijo…, quitarle a su padre de esa manera.

– Pensaba que estabas dispuesta a hacer cualquier cosa para ganar.

– A Greg le haría cualquier cosa -aclaró-, pero no a Jeremy.

Tenía su lógica, pensó Myron, pero sospechaba que le ocultaba algo:

– Así que lo has mantenido en secreto trece años.

– Sí.

– ¿Lo saben tus padres?

– No.

– ¿Nunca se lo has contado a nadie?

– Nunca.

– ¿Y por qué me lo cuentas ahora?

Emily movió la cabeza.

– ¿Eres tan lento aposta, Myron?

Él puso las manos sobre la mesa. No le temblaban. De alguna manera, comprendía que estas preguntas procedían de algo más que de la mera curiosidad. Formaban parte del mecanismo de defensa, eran como una valla y un foso de seguridad que se estaba construyendo cuidadosamente para evitar verse afectado por la revelación de Emily. Sabía que lo que le estaba diciendo era capaz de alterarle la vida de una manera que nada de lo que había oído hasta entonces era capaz de hacer. Las palabras «mi hijo» asomaban por su subconsciente, pero de momento eran tan sólo palabras. En algún momento lo tocarían, supuso, pero ahora mismo la valla y el foso todavía lo protegían.

– ¿Crees que quería decírtelo? Prácticamente te he suplicado que me ayudes, pero no has querido escucharme. Y estoy desesperada.

– ¿Lo bastante desesperada como para mentir?

– Sí -dijo, de nuevo sin vacilar-. Pero no miento, Myron. Tienes que creerme.

Él se encogió de hombros:

– A lo mejor el padre de Jeremy es otro.

– ¿Perdona?

– Un tercero -dijo-. Te acostaste conmigo la noche antes de casarte, y dudo que fuera el único. Podría haber otra docena de tíos.

Ella lo miró:

– ¿Ya no puedes soltar a tu presa, verdad Myron? Pues adelante, puedo soportarlo. Pero tú no eres así.

– Me conoces muy bien, ¿no?

– Incluso cuando te enfadabas, hasta cuando tenías todo el derecho del mundo a odiarme, nunca fuiste cruel. No va contigo.

– Ahora nos movemos en territorio desconocido, Emily.

– Da igual.

Sintió que le crecía como una piedra en el estómago, algo que le dificultaba respirar. Se aferró a la taza, la miró como si pudiera descubrir la respuesta en el fondo y la volvió a dejar. No era capaz de mirar a Emily.

– ¿Cómo puedes hacerme esto?

Emily se inclinó hacia él y le puso una mano en el antebrazo.

– Lo siento -le dijo.

Él se separó.

– No sé qué más decir. Antes me has preguntado por qué no te lo había dicho nunca. Mi primera preocupación ha sido siempre el bienestar de Jeremy, pero tú también eras alguien a tener en cuenta.

– Tonterías.

– Te conozco, Myron. Sé que no podrías dejar este asunto de lado. Pero, de momento, tienes que hacerlo. Tienes que encontrar al donante y salvarle la vida a Jeremy. Luego ya nos preocuparemos de todo lo demás.