– Qué gracia -comentó Emily-, yo siempre había encontrado a Myron útil pero rápido.
– Ja, ja -exclamó Myron.
En unas pocas horas Emily se encontraba tendida en una cama de hospital. La doctora Dittrick le sonrió mientras le insertaba lo que parecía una jeringuilla gigante y apretaba el émbolo. Myron le tomó la mano y Emily sonrió.
– Es romántico -dijo.
Myron le respondió con una mueca.
– ¿Qué?
– ¿Y útil? -dijo él.
Ella se rió:
– Pero rápido.
Dittrick acabó su trabajo. Emily se quedó tumbada durante una hora más. Myron esperó con ella. Lo estaban haciendo para salvarle la vida a Jeremy, eso era todo. Él no dejaba que el futuro entrara dentro de la ecuación, no sopesaba los efectos a largo plazo o lo que eso pudiera un día significar. Era irresponsable, desde luego, pero ahora había que pensar en las prioridades.
Tenían que salvar a Jeremy, al cuerno todo lo demás.
Aquella tarde lo llamó Terese Collins desde Atlanta.
– ¿Puedo venir a verte? -le preguntó.
– ¿En la tele te dan más vacaciones?
– De hecho, mi productor me ha animado a tomarme unos días.
– ¿Ah, sí?
– Tú, mi atractivo amigo, formas parte de una noticia enorme -dijo Terese.
– Has utilizado las palabras «atractivo» y «enorme» en la misma frase.
– ¿Y eso te ha puesto cachondo?
– Bueno, podría causarle ese efecto a un hombrecito.
– Y tú eres ese hombrecito.
– Oh, gracias.
– Y también eres el único de toda esta historia que no piensa hablar con los periodistas.
– De modo que sólo me quieres por mi inteligencia -dijo Myron-. Me siento tan utilizado.
– Sigue soñando, culo estupendo. Lo que quiero es tu cuerpo. Es mi productor el que desea tu cerebro.
– ¿Y está bueno, tu productor?
– No.
– ¿Terese?
– ¿Sí?
– No quiero hablar de lo que ha ocurrido.
– Perfecto -dijo ella-, porque yo tampoco quiero oírlo.
Hubo un breve silencio.
– Sí -dijo Myron-. Me gustaría mucho que vinieras a verme.
Al cabo de diez días, Karen Singh lo llamó a casa. -El embarazo no ha cuajado. Myron cerró los ojos.
– Lo podemos volver a intentar el mes que viene -añadió ella.
– Gracias por llamar, Karen.
– De nada.
Hubo un momento de silencio.
– ¿Hay algo más? -preguntó Myron.
– Se han hecho varias campañas de recogida de médula ósea -dijo.
– Lo sé.
– Hay un donante que parece compatible con una paciente de leucemia mieloide aguda de Maryland. Es una madre joven que probablemente habría muerto de no ser por estas campañas.
– Es una buena noticia.
– Pero no hemos encontrado a nadie compatible con Jeremy.
– Ya.
– ¿Myron?
– ¿Sí?
– No creo que dispongamos de mucho tiempo más.
Terese regresó a Atlanta a última hora. Win invitó a Esperanza a su apartamento para pasar una velada de pensar poco y ver la tele. Tomaron los tres sus posiciones habituales, armados con bolsas de Fritos y con comida india para llevar. Myron tenía el mando. Se detuvo cuando advirtió una cara conocida en la CNN. Una estrella del baloncesto conocida por todos por sus iniciales TC, uno de los jugadores más polémicos y compañero de equipo de Greg, participaba en el programa Larry King Live. Se había afeitado el pelo con las letras «J-E-R-E-M-Y» y llevaba unos pendientes de oro también con el nombre de Jeremy. Llevaba una camiseta rasgada en la que ponía Ayuda o Jeremy morirá. Myron sonrió. TC era un tipo raro, pero conseguiría arrastrar a mucha gente.
Más zapping. Stan Gibbs participaba en un programa de entrevistas por el canal MSNBC. Nada nuevo. Lo único que a la prensa le gusta tanto como destrozar a alguien son las historias de redención. Bruce Taylor había conseguido la exclusiva, como le habían prometido, y había marcado el tono. El público se encontraba dividido ante lo que Stan había hecho, pero la mayoría simpatizaba con él. Al final, Stan había arriesgado su propia vida para atrapar a un asesino, había salvado a Jeremy Downing de una muerte segura y había sido acusado en falso por una prensa con demasiado afán condenatorio. El hecho de que Stan se hubiera mostrado indeciso ante el hecho de denunciar a su padre jugaba a favor de él, en especial porque la prensa estaba ansiosa por limpiar la terrible acusación de plagio que había sido tan rápida en tatuarle en la frente. Stan recuperó su columna. Corrían rumores de que también recuperaría su programa de televisión, pero en una franja horaria mejor. Myron no sabía muy bien qué pensar. Para él, Stan no era ningún héroe. Pero había tan poca gente que lo fuera…
Stan también tocaba las teclas de la campaña de donación de médula ósea:
– Hay un niño que necesita nuestra ayuda -dijo, mirando directamente a la cámara-. Por favor, vengan a ayudar. Estaremos aquí toda la noche.
Una presentadora rubia le preguntó a Stan sobre su propio papel en el drama, sobre cuando saltó encima de su padre para protegerle, sobre cuando corrió hacia la cabaña. Stan adoptó una postura modesta. Era listo y conocía bien los medios de comunicación.
– Qué aburrido -comentó Esperanza.
– Totalmente de acuerdo -dijo Win.
– ¿No hay una maratón de La Familia Adams en TV Land?
De pronto Myron se quedó quieto.
– ¿Myron? -dijo Win.
No respondió.
– Hola, tío -exclamó Esperanza, chascando los dedos delante de la cara de Myron-. Estamos cantando una canción. Vamos, alégrate…
Myron apagó el televisor. Miró a Win, luego a Esperanza.
– «Despídete del chico por última vez.»
Esperanza y Win se miraron.
– Tenías razón, Win.
– ¿Sobre qué?
– Sobre la naturaleza humana -dijo Myron.
40
Myron llamó a Kimberly Green a su oficina. Respondió ella y dijo:
– Green.
– Necesito un favor -dijo Myron.
– Mierda, pensaba que habías desaparecido de mi vida.
– Pero nunca de tus fantasías. ¿Quieres ayudarme o no?
– No.
– Necesito dos cosas.
– No, he dicho que no.
– Eric Ford dijo que la novela supuestamente plagiada te la enviaron directamente.
– ¿Y?
– ¿Quién te la envió?
– Ya lo oíste, Myron. Fue enviada anónimamente.
– No tienen ni idea.
– Ninguna.
– ¿Dónde está, ahora?
– ¿El libro?
– Sí.
– En un armario de pruebas.
– ¿Alguna vez hacéis algo con él?
– ¿Tipo qué?
Myron esperó.
– ¿Myron?
– Sabía que me ocultabais algo -dijo.
– Escúchame un momento…
– El autor de esa novela era Edwin Gibbs. La escribió con un seudónimo cuando murió su esposa. Ahora cuadra todo perfectamente. Lo estáis buscando desde el primer momento. Lo sabíais, maldita sea. Lo habéis sabido desde el principio.
– Lo sospechábamos -matizó ella-, no lo sabíamos.
– Y todo ese rollo de pensar que Stan había sido su primera víctima…
– No era un rollo. Sabíamos que era uno de ellos; sencillamente, no sabíamos quién. No pudimos encontrar a Edwin Gibbs hasta que tú nos dijiste lo de la dirección de Waterbury. Pero cuando llegamos allí, él ya estaba de camino al secuestro de Jeremy Downings. Tal vez si tú hubieras sido más claro…
– Me mentisteis.