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Greg volvió a la cama.

– Estoy cansado, Myron.

– ¿No crees que deberíamos hablar de esto?

– Sí -dijo Greg. Se tumbó y cerró los ojos un poco demasiado fuerte-. Tal vez más adelante. Ahora mismo estoy muy cansado.

A última hora del día Esperanza entró en el despacho de Myron, se sentó y dijo:

– No sé mucho de valores familiares ni de las cosas que hacen feliz a una familia. No sé cuál es la mejor manera de educar a un niño, ni qué hay que hacer para hacerle feliz y que se adapte bien, sea lo que sea eso de «adaptarse». No sé si es mejor ser hijo único, tener muchos hermanos, que te eduquen los dos padres o uno solo, que tus padres sean una pareja gay o lesbiana, o que sea un albino con sobrepeso. Pero hay una cosa que sí sé.

Myron levantó la vista hacia ella y aguardó:

– Ningún niño saldría perjudicado por tenerte en su vida.

Esperanza se levantó y se marchó a casa.

Stan Gibbs estaba jugando en el jardín con sus hijos cuando Myron y Win aparcaron en el camino de acceso a su garaje. Su esposa -al menos eso supuso Myron- estaba sentada en una tumbona y los miraba. Stan llevaba a uno de los pequeños a caballito, el otro estaba tumbado en el suelo, riéndose.

Win frunció el ceño:

– Parece una escena sacada de Norman Rockwell.

Myron y Win bajaron del coche. Stan el caballito levantó la vista. Al verlos, su sonrisa permaneció, pero empezó a perder convicción por las comisuras de los labios. Stan bajó a su hijo de la espalda y le dijo algo que Myron no pudo oír. El chico exclamó un «ooooh, papá». Stan volvió a ponerse de pie y acarició el pelo del niño. Win volvió a fruncir el ceño. Cuando Stan corrió hacia ellos, la sonrisa se había apagado como el final de una canción.

– ¿Qué hacéis aquí?

Win respondió:

– ¿De vuelta con la esposa?

– Lo estamos intentando.

– Qué conmovedor -comentó Win.

Stan se volvió hacia Myron:

– ¿Qué ocurre?

– Diles a los chicos que entren en casa, Stan.

– ¿Qué?

Otro coche se metió por el acceso al garaje. Kimberly Green iba en el asiento del copiloto. Stan palideció y miró a Myron.

– Hicimos un trato -dijo.

– ¿Recuerdas que te dije que cuando se descubrió la novela tenías dos opciones?

– No estoy de humor para…

– Te dije que podías salir corriendo o podías contar la verdad, ¿te acuerdas?

La expresión de Stan se tambaleó y, por vez primera, Myron vio la rabia en su rostro.

– Me dejé una tercera opción. Una opción que tú mismo apuntaste la primera vez que hablamos. Podías haber dicho que el secuestrador de Sembrar las Semillas era un copión, que había leído el libro. Eso te habría podido ayudar. Habría quitado un poco de peso.

– Pero eso no podía hacerlo.

– ¿Porque habría llevado hasta tu padre?

– Sí.

– Pero tú no sabías que tu padre era el autor del libro. ¿No es cierto, Stan? Dijiste que no sabías nada del libro, lo recuerdo de esa primera vez que hablamos. Te he visto decir lo mismo por televisión. Alegas que ni siquiera sabías que tu padre fuera el autor del libro.

– Todo cierto -dijo Stan, y su expresión volvió a recuperar la normalidad-. Pero, no sé, tal vez de manera subconsciente sospechaba algo, de alguna manera. No puedo explicarlo.

– Bueno -dijo Myron.

– ¡Buenísimo! -exclamó Win.

– El problema era -prosiguió Myron- que tenías que decir que no lo habías leído. Porque si lo hubieras hecho, bueno, Stan, entonces serías un plagiador. Todo este trabajo, todos estos grandes planes de recuperar tu reputación… no habrían servido de nada. Habrías quedado arruinado.

– De eso ya hemos hablado.

– No, Stan, no lo hemos hecho. Al menos, no de esta parte. -Myron levantó una bolsa de pruebas con la hoja de papel dentro.

Stan apretó la mandíbula.

– ¿Sabes lo que es esto, Stan?

Silencio.

– Lo encontré en el piso de Melina Garston. Dice: «Con cariño, Papi».

Stan tragó saliva:

– ¿Y?…

– Algo en esta nota me llamó la atención desde el principio. Lo primero, la palabra «Papi».

– No entiendo…

– Claro que lo entiendes, Stan. La cuñada de Melina llamaba a George Garston «papá». Cuando hablé con él, se refirió a sí mismo como «papá». Así que, ¿por qué iba a firmar una nota así como «Papi»?

– Eso no significa nada.

– Puede ser, tal vez no. Lo segundo que me picó fue: ¿quién escribe una nota así, en la parte de arriba del interior de una tarjeta doblada? Normalmente, la gente usa la mitad de abajo, ¿no? Pero, ¿ves, Stan? Esto no era una tarjeta, sino una hoja de papel doblada por la mitad. Ésa es la clave. Y luego están esas lágrimas por el borde, ¿las ves, Stan? Como si alguien la hubiera arrancado de algo.

Win le dio a Myron la novela que le habían mandado a Kimberly Green. Myron la abrió y colocó dentro la hoja de papel.

– Algo como un libro.

Encajaba perfectamente.

– Tu padre escribió esta nota -dijo Myron-. Para ti. Hace años. Tú conoces este libro desde el principio.

– No puedes demostrarlo.

– Vamos, Stan. Un grafólogo no tendría ningún problema en comprobarlo. No eran los Lex los que descubrieron el libro, fue Melina Garston. Le pediste que mintiera por ti ante el juez, y lo hizo. Pero luego empezó a sospechar y se puso a indagar por tu casa y encontró el libro. Ella fue quien se lo mandó a Kimberly Green.

– No tienes pruebas…

– Lo mandó de manera anónima porque todavía te quería. Incluso arrancó esa página para que nadie, y en especial tú, pudiera saber de dónde procedía el libro. Tenías un montón de enemigos; Susan Lex, los federales… Probablemente esperaba que pensaras que lo habían hecho ellos. Al menos durante un tiempo. Pero tú supiste de inmediato que lo había mandado Melina. Ella no había contado con eso, ni con tu reacción.

Stan apretó los puños, que empezaron a temblar.

– Las familias de las víctimas no quisieron hablar contigo, Stan, pero tú lo necesitabas para tu artículo, de modo que acabaste siguiendo más el libro que la realidad. Los federales pensaron que lo hacías para engañarlos, pero no se trataba de eso. Tal vez tu padre te dijo que era el asesino, pero nada más. Quizá la historia real no era tan interesante, de modo que precisabas adornarla. Tal vez no eras tan buen escritor y realmente necesitabas todas esas declaraciones de los familiares, no lo sé. Pero lo plagiaste, y la única que te podía asociar con ese libro era Melina Garston. Así que la mataste.

– Jamás podrás demostrarlo -afirmó Stan.

– Ahora los federales lo investigarán con rigor. Los Lex ayudarán. Win y yo colaboraremos. Encontraremos algo que bastará. Cuando menos, el jurado, y el mundo, escuchará lo que hiciste. Y te odiarán lo bastante para condenarte.

– Maldito hijo de puta. -Stan apretó el puño y apuntó a Myron. Con un movimiento casi espontáneo, Win hizo un movimiento amplio con la pierna. Stan cayó al suelo. Win lo señaló y se rió. Los hijos de Stan lo vieron todo.

Kimberly Green y Rick Peck salieron del coche. Myron les hizo un gesto para que esperaran, pero Kimberly Green negó con la cabeza. Esposaron a Stan y se lo llevaron a rastras. Sus hijos seguían mirando. Myron pensó en Melina Garston y en su promesa silenciosa. Luego él y Win volvieron al coche.

– Siempre has querido que lo detuvieran -comentó Win.

– Sí, pero antes tenía que asegurarme de que accedía a la donación de médula ósea.

– Y una vez supiste que Jeremy estaba bien…