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– ¿Cuánto tiempo hace que -estuvo a punto de decir «mi hijo»- Jeremy está enfermo?

– Nos enteramos hace seis meses. Jugaba a baloncesto y empezaron a salirle moratones demasiado a menudo. Luego se quedaba sin aliento sin motivo. Empezó a caerse… -La voz se le quebró.

– ¿Está ingresado?

– No. Está en casa, va al colegio y tiene un aspecto normal, sólo está un poco pálido. Pero no puede hacer ningún deporte competitivo ni cosas así. Parece estar bien, pero… es cuestión de tiempo. Tiene tanta anemia y tiene las células medulares tan frágiles que cualquier cosa lo puede afectar. Puede ser que contraiga una infección que ponga en peligro su vida o, si logra superarla, que con el tiempo desarrolle algo maligno. Lo tratamos con hormonas, y eso ayuda, pero es un tratamiento temporal, no una cura.

– ¿Y el trasplante de médula ósea sería una cura?

– Sí. -El rostro se le iluminó con un fervor casi religioso-. Si el trasplante saliera bien, podría curarse del todo. Lo he visto en otros niños.

Myron asintió con la cabeza, se reclinó, cruzó las piernas, las volvió a separar.

– ¿Puedo conocerle?

Ella bajó la vista. El sonido de la batidora, probablemente elaborando un frapuccino, explotó mientras la cafetera del espresso rugía su conocida llamada de apareamiento con los distintos preparados de leche. Emily esperó a que el ruido remitiera.

– No puedo impedírtelo, pero espero que hagas lo correcto.

– ¿Es decir?

– Tener trece años y padecer una enfermedad casi terminal ya es bastante difícil. ¿Realmente tienes algún interés en arrebatarle a su padre?

Myron no dijo nada.

– Sé que ahora mismo estás en estado de shock, y sé que debes de tener miles de preguntas más, pero ahora deberías olvidarte. Tienes que sobreponerte a la confusión, a la rabia, a todo. La vida de un chico de trece años, nuestro hijo, corre peligro. Concéntrate en eso, Myron. Encuentra al donante, ¿vale?

Él volvió la vista hacia las mamás que llevan niños a hacer deporte, que seguían murmurando sobre sus críos. Al escucharlas sintió una punzada insoportable.

– ¿Dónde puedo encontrar al médico de Jeremy? -preguntó.

4

Cuando se abrieron las puertas del ascensor a la planta de recepción de MB SportsReps, Big Cyndi se acercó a Myron abriendo los enormes brazos, de aproximadamente el mismo diámetro que las columnas de mármol de la Acrópolis. Myron estuvo a punto de apartarse de un salto -por el instinto de supervivencia y todo eso-, pero permaneció inmóvil y cerró los ojos. Big Cyndi lo abrazó, lo cual provocaba la misma sensación que ser envuelto por una capa de material aislante para desvanes, y lo levantó en el aire.

– ¡Oh, señor Bolitar! -exclamó.

Él hizo una mueca y aguantó. Finalmente, la mujer lo volvió a dejar en el suelo como si fuera una muñeca de porcelana que volvía a colocar en los estantes. Big Cyndi medía más de dos metros y pesaba unos ciento cuarenta kilos, y era la antigua campeona de lucha libre por parejas con Esperanza, también conocida como Gran Mamá Jefe, madre de la Pequeña Pocahontas, es decir, Esperanza. Tenía la cabeza en forma de cubo, coronada por un pelo en forma de púas, como una Estatua de la Libertad de tripi de mal rollo. Llevaba más maquillaje que todos los miembros del reparto de Cats juntos, una ropa apretujada que le daba aspecto de salchicha, y tenía el ceño fruncido como los luchadores de sumo.

– Eeeh… ¿todo bien? -osó preguntar Myron.

– ¡Oh, señor Bolitar!

Pareció como si Big Cyndi tuviera la intención de volver a abrazarlo, pero hubo algo que la detuvo, tal vez el terror puro que reflejaban los ojos de Myron. Entonces cogió una maleta que en su manaza tipo pata parecía un comediscos de los años setenta. Ella era así de grande, la especie de gigante que hace que el mundo que lo rodea parezca un plató de película de monstruos de serie B, como si anduviera por un Tokio en miniatura, derribando postes de alta tensión y aplastando los cazabombarderos que pasan zumbando.

Esperanza asomó por la puerta de su despacho. Cruzó los brazos y se apoyó en el marco de la puerta. Incluso después de la experiencia traumática que acababa de vivir, seguía siendo bellísima, con los tirabuzones negros y brillantes que le caían lo justo por la frente, el cutis de tono oliváceo oscuro todavía radiante, toda su imagen como una fantasía gitana con blusa campesina. Pero detectó algunas líneas de expresión nuevas alrededor de los ojos y un leve encogimiento en su postura siempre perfecta. Quiso que se tomara un tiempo de descanso después de su liberación, pero supo que ella no querría. Esperanza adoraba MB SportsReps y deseaba salvar la agencia.

– ¿Qué está ocurriendo? -preguntó Myron.

– Está todo en la carta, señor Bolitar -respondió Cyndi.

– ¿Qué carta?

– ¡Oh, señor Bolitar!

– ¿Qué?

Pero no le respondió, se tapó la cara con las manos y se metió en el ascensor como si entrara en un tipi indio. Las puertas del ascensor se cerraron y Cyndi desapareció.

Myron esperó un instante y luego se volvió hacia Esperanza.

– ¿Me puedes explicar lo que ocurre?

– Ha pedido la baja -dijo Esperanza.

– ¿Por qué?

– Big Cyndi no es tonta, Myron.

– Yo no he dicho nunca que lo fuera.

– Se da cuenta de lo que ocurre.

– Es sólo temporal -dijo Myron-. Nos recuperaremos en nada.

– Y cuando lo hagamos, volverá. Mientras, tiene una buena oferta de trabajo.

– ¿En Leather-N-Lust? -Por las noches Big Cyndi trabajaba de guardia de seguridad en un local de sadomasoquismo llamado Leather-N-Lust. Lema: haz daño a los que amas. A veces, o eso había oído, participaba en algún número en el escenario. Myron no tenía ni idea de su papel, pero tampoco había reunido el coraje necesario para preguntárselo…, otro tabú abismal que su mente hacía todo lo posible por sortear.

– No -aclaró Esperanza-. Vuelve a FLOW.

Para los no iniciados en la lucha, FLOW es el acrónimo de las Fabulous Ladies of Wrestling.

– ¿Vuelve al cuadrilátero?

Esperanza asintió con la cabeza:

– En el circuito sénior.

– ¿Cómo dices?

– El FLOW quería ampliar su oferta. Estuvieron investigando un poco, se dieron cuenta de lo bien que funcionan los torneos sénior en la Asociación de Golfistas Profesionales y… -Se encogió de hombros.

– ¿Un torneo femenino de lucha sénior?

– Más que sénior, jubiladas -dijo Esperanza-. Quiero decir que Big Cyndi sólo tiene treinta y ocho años, pero están haciendo volver a muchas de las favoritas de los viejos tiempos: la Reina Qaddafi, Connie Guerra Fría, Baby Brezhnev, Celia la Penitenciaria, la Viuda Negra…

– A la Viuda Negra no la recuerdo.

– Es de antes de nuestra época. ¡Qué demonios, de antes de la época de nuestros padres! Debe de tener setenta años…

Myron trató de no hacer ninguna mueca.

– ¿Y la gente pagará por ver luchar a una mujer de setenta años?

– No hay que discriminar por motivo de edad.

– Cierto, lo siento. -Myron se frotó los ojos.

– Y ahora mismo, la lucha femenina profesional está haciendo un esfuerzo por recuperar notoriedad, como en la competición entre Jerry Springer y Ricky Lake. Tienen la necesidad de hacer algo especial.

– ¿Y la respuesta es forcejear con viejas?

– Creo que su objetivo es más bien la nostalgia.

– ¿Una oportunidad de animar a la luchadora de tu juventud?

– ¿Tú no fuiste a un concierto de Steely Dan hace un par de años?