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Kyle había apretado los dientes, reprimiendo la necesidad de decirle que dejara de meterse en su vida. Pero incluso a los dieciocho años, Kyle sabía que su abuela quería lo mejor para él. Además, su abuela estaba intentando superar la muerte de Den, fallecido de un ataque al corazón. Aquel viaje a Wyoming era el primero que hacía desde que sus hijos, Jake, y el padre de Kyle, Nathaniel, habían ocupado el lugar de su padre en el imperio Fortune. Kate, por supuesto, había estado en todo momento al mando de la compañía supervisando la transición, pero al final había decidido tomarse unas semanas libres. Tiempo suficiente para meterse en su vida, pensaba Kyle.

Ignorando las sugerencias de su abuela, pasó las dos semanas siguientes intentando llamar la atención de Samantha. Pero Samantha continuaba inmune a sus encantos, y cuanto más lo ignoraba, más se obsesionaba con ella.

Por las noches, pasaba horas despierto en la cama, mirando hacia las estrellas y conjurando imágenes de Samantha. Imágenes que siempre lo torturaban. Se preguntaba qué habría bajo aquellos vaqueros viejos, debajo de sus camisetas. Sus pechos no eran demasiado grandes, probablemente serían como la palma de su mano, pero, aun así, él habría dado todo lo que tenía por verlos. ¿Tendría los pezones grandes y oscuros, o pequeños y rosados? En su mente, había visualizado su cuerpo empapado después de un baño en el arroyo, o cubierto en sudor por el calor del deseo, y siempre cálido y acogedor en su interior. Pensaba en abrazarla y besarla, en acariciar sus costillas y alcanzar sus senos, en bajarle la cremallera del pantalón y hundir la mano en el interior de sus bragas para tocar su húmedo calor.

¿Habría hecho todo aquello algún otro chico? Al pensar en ello cerraba los puños con frustración. ¿Lo habría hecho Tadd Richter, ese chico del que se decía que era un matón de mala vida, que vivía en una caravana a las afueras del pueblo? ¿La habría besado él quizá?

Kyle gimió y consideró la posibilidad de acercarse al pueblo para ir a buscar a Shawna Davies. Había salido con ella en un par de ocasiones y sabía que lo único que tenía que hacer era besarla y decirle unas cuantas palabras amables para hacer con ella todo lo que quisiera. El problema era que Shawna no le interesaba. Desde que había puesto los ojos en Samantha Rawlings, ninguna otra mujer le llamaba la atención.

– Soy idiota -dijo, en voz tan alta que su hermano lo oyó.

– Tú lo has dicho -respondió Mike desde la litera de abajo.

– Duérmete.

– Lo estoy intentando.

Diablos, qué desastre. Por primera vez en su vida, solo deseaba a una mujer. Solo había una mujer que lo interesaba. Una mujer a la que no podía tener.

– Menuda forma de babear -bromeó Mike a la tarde siguiente.

Iban cabalgando por Murdock Ridge, contemplando el ganado que pastaba en los campos que rodeaban el rancho. Las vacas espantaban las moscas con el rabo y los terneros retozaban cerca de sus madres.

Pero no era el ganado lo que despertaba la atención de Kyle, al menos desde que había visto a Samantha ayudando a su padre a poner en marcha un viejo tractor. Samantha, sin saber que estaba siendo observada, se inclinaba por debajo del motor, con los vaqueros ciñéndose como una segunda piel a sus piernas.

– No estoy babeando -musitó Kyle, sin apartar la mirada de ella.

– Lo que tú digas -Mike, un año mayor que él y con años luz de experiencia sobre su hermano en cuestión de mujeres, tiró de las riendas-, pero creo que estas enamorado.

– Yo no estoy enamorado…

– Y un infierno. Estás loco por Sam y ella no te hace ningún caso, ¿verdad? -sonrió y lo miró de reojo-. Jamás habría sospechado que vería el día en el que una chica, y sobre todo una chica tan… bueno, tan sencilla y con una lengua tan afilada, pudiera enamorarte. Pero me gusta. Me gusta mucho.

– No es ninguna chica sencilla.

– ¿Comparada con Connie Benton, Beverly Marsh y Donna Smythe? -Mike se echó a reír al mencionar a las tres chicas con las que Kyle había salido durante el año anterior-. Sam es una chica sencilla, no es en absoluto tu tipo.

– ¿Mi tipo?

– Sí, chicas guapas, millonarias y esnobs.

– Tú no entiendes nada.

– ¿Ah, no? -miró a Sam y la sonrisa desapareció de su rostro-. Mira, creo que deberías dejarla en paz. Esa chica no necesita la clase de problemas que tú puedes causarle.

– ¿Sabes, Mike? Eres un auténtico dolor de cabeza.

– Y tú una causa perdida, Kyle -riendo, tiró de las riendas y encabritó al caballo, haciendo que Sam se volviera. Después, azuzó al animal y se alejó galopando.

Con la advertencia de su hermano reseñándole todavía en los oídos, Kyle trotó hasta la cerca, desmontó y atravesó la alambrada. No pudo evitar darse cuenta de que Sam tensaba la boca mientras él se aproximaba. Parecía furiosa, pero Kyle no estaba dispuesto a permitir que la ira de una mujer lo detuviera.

– ¿Necesitáis ayuda?

– No, gracias -le dirigió una tensa y fría sonrisa.

– Sam, ¿dónde has dejado tus buenos modales? Pues sí, la verdad es que es posible que necesitemos ayuda.

Jim, el padre de Samantha, posó la mano en el asiento de plástico del tractor mientras con la otra sacaba un pañuelo para secarse el sudor de la cara.

– Maldito alternador. Este ha sido un gran tractor. Tu abuelo lo utilizó durante años sin que le diera ningún problema, pero supongo que está empezando a cansarse.

Jim Rawlings era un hombre bajo, de pelo canoso y una perpetua sombra de barba plateada.

– Acabamos de cargar el heno de este campo. Jack y Matt se han llevado la última carga al establo, pero de pronto el tractor ha empezado a causarnos problemas.

– Déjeme echarle un vistazo.

– ¡No! Podemos arreglárnoslas solos -Samantha fue categórica.

– ¿Sabes algo de tractores? -le preguntó su padre, y, por primera vez, Kyle advirtió que hablaba con dificultad y que su aliento desprendía un fuerte olor a whisky.

– Un poco.

Sam intentó interponerse entre su padre y Kyle.

– Escucha, no te molestes. Estamos bien, de verdad -pronunciaba cada palabra con énfasis, como si quisiera que su padre entendiera el mensaje. Como este no respondió, se volvió hacia Kyle y fingió una sonrisa-. Jack y Matt no tardarán en volver -escrutó el horizonte, como si con su sola fuerza de voluntad pudiera hacer que aparecieran los dos hombres-. No te molestes.

– No es ninguna molestia -Kyle la miró a los ojos y advirtió que estaba nerviosa.

– Pero este es nuestro trabajo. Podemos arreglárnoslas solos.

– Yo sé arreglar coches.

– Pero no es lo mismo…

– Claro que sí -Kyle no pensaba dejarse convencer, pero advirtió el pánico creciente que reflejaban sus ojos. Era obvio que la preocupaba que descubriera que Jim estaba bebido.

– Escucha -dijo Jim. Intentó sentarse en el tractor, pero el pie se le resbaló al subir y cayó de nuevo al suelo-. Diablos -gruñó, antes de agarrarse al borde del asiento para volver a intentarlo. Estaba sonrojado y rezongaba mientras se encendía un cigarrillo y giraba la llave del encendido.

El motor se puso en marcha, pero casi al instante volvió a quedarse en completo silencio.

– Hijo de…

– ¡Papá!

– Maldita…

– Por favor, papá -insistió Sam, apretando los dientes.

– No pasa nada, a Kyle no le importará que maldiga un poco. Este condenado…

– Papá, no -Samantha tenía las mejillas sonrojadas y el pulso le latía con fuerza-. Déjanos solos -le pidió a Kyle-. Nosotros nos encargaremos de llevar el tractor al edificio. Matt ya sabe que tenemos problemas y no tardará en venir a buscarnos.

Jim saltó al suelo, estuvo a punto de caerse y se torció el tobillo antes de poder recuperar el equilibrio. La ceniza del cigarrillo caía sobre la pechera de su camisa.