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– Eso no fue así.

– Deja las mentiras para alguien que te crea, Kyle.

– Te quería…

– No empieces otra vez, ¿quieres? No empieces. Era una estúpida, una ingenua romántica, pero ya no soy esa tonta de diecisiete años -se acercó a la despensa, la abrió, se puso de puntillas y sacó una botella cubierta de polvo-. No sé tú, pero yo necesito una copa.

– Nadie necesita una copa.

– Claro que sí. La última vez que necesité una copa fue el día que murió mi padre, pero hoy, definitivamente necesito tomar algo fuerte. Además, eres la última persona que tiene derecho a darme lecciones de moralidad.

Sacó dos vasos, los llenó de whisky y le tendió uno a Kyle.

– Salud -se burló-, no todos los días puede celebrar uno la paternidad.

Con los labios apretados y los ojos brillando con furia, Kyle contestó:

– Quizá debería ser yo el que propusiera un brindis.

– ¿Por qué no?

– Por Caitlyn -dijo con voz ronca, mientras acercaba su vaso al de Sam.

Sam sintió que se le secaba la garganta. Sin desviar la mirada de la de Kyle, se llevó el vaso a los labios y estuvo a punto de atragantarse al sentir el líquido ardiente en su garganta.

– Espero poder conocerla mejor -continuó Kyle.

– Tienes seis meses por delante.

– No -Kyle se terminó el whisky de un solo trago-, tengo el resto de mi vida.

– ¿Qué se supone que quiere decir eso?

– Simplemente que tengo mucho tiempo que recuperar.

– Espera un momento. No puedes presentarte de pronto como si tal cosa y llevarte por delante la vida de una niña.

– Te equivocas, Sam -respondió él con arrogancia-. Puedo hacer lo que me apetezca.

– ¿Porque eres un Fortune?

– No -se acercó a la puerta y la abrió de una patada-, porque, a menos que seas la mayor mentirosa de este lado del Mississippi, soy el padre de Caitlyn.

– Me gustaría dejar algo claro, Kyle…

– ¿Adonde ha ido Caitlyn? -la interrumpió él. Salió de la casa y caminó a grandes zancadas hacia su camioneta.

– Al río -contestó Sam mientras lo seguía, completamente aterrada.

– ¿En el río?

– Está recibiendo clases de piragüismo con Sarah, su amiga.

Kyle llegó hasta su camioneta.

– ¡Espera un minuto! ¿Adonde crees que vas? -le exigió Sam, sintiendo que el pánico se apoderaba de su corazón.

– Voy a conocer a mi hija.

– ¿Ahora?

– Creo que ya he esperado suficiente -abrió la puerta-. ¿Vienes?

– Puedes estar seguro.

Kyle se puso las gafas de sol.

– Monta.

– Pero… no estoy lista. No tengo el bolso ni…

– No lo necesitas. Así que, móntate en la camioneta o apártate de mi camino.

– Por el amor de Dios, Kyle, escucha, ¡piensa un momento!

A Sam no le gustaba sentirse manipulada. Siempre se había enorgullecido de tomar sus propias decisiones, pero en aquel momento no tenía mucho donde elegir.

Con un rápido giro de muñeca, Kyle puso el motor en marcha.

– De acuerdo, de acuerdo -gritó ella, subiéndose a la camioneta-. Pero vamos a hacer esto a mi modo. Kyle bufó disgustado mientras ella se sentaba a su lado.

– Creo que ya llevas demasiado tiempo haciendo las cosas a tu manera.

– Yo solo estaba pensando en el bien de Caitlyn.

– Y un infierno -metió la primera marcha y pisó con fuerza el acelerador.

Las vacas y los caballos alzaron la mirada. El cielo estaba despejado, azul, solo algunos jirones de nubes se acumulaban en los picos más altos de las montañas. Nada había cambiado, pero para Sam y para su hija la vida ya nunca volvería a ser igual.

– Háblame de cómo fue.

Sam lo miró de reojo, imaginándose lo que estaba pensando.

– ¿Te refieres a cómo he criado a Caitlyn?

– No, quiero saber cómo te sentiste cuando te enteraste de que estabas embarazada.

– Oh -Sam fingió concentrarse en el paisaje antes de continuar-. Bueno, al principio no fue una buena noticia. Estaba asustada. Intentaba decirme que me había equivocado al calcular las fechas, o que se me estaba retrasando la regla por cualquier otro problema. Pero al segundo mes ya estaba bastante segura de que estaba embarazada. Me compré un test de embarazo y, como me dio positivo, fui al médico y se lo conté a mi madre -se frotó las palmas de las manos en el pantalón-. Ella… bueno, no se puso muy contenta.

– Puedo imaginármelo.

– Quería saber el nombre del padre y se lo dije, después de haberle hecho jurar que jamás se lo diría a nadie, ni siquiera a mi padre, y mucho menos a Kate… o a ti.

– Deberías habérmelo dicho.

– Estabas a punto de casarte, Kyle, ¿o es que ya no te acuerdas?

– Anularon nuestro matrimonio menos de un año después de la boda.

– Pero yo entonces no sabía que lo iban a anular. Y, precisamente, el día que me enteré de que estaba embarazada, mi familia recibió la invitación de tu condenada boda. Lo único que sabía era que ibas a casarte con una chica a la que conocías desde hacía años, una chica de buena familia.

Nunca había conocido a Donna Smythe, pero había visto su fotografía en el periódico local y sabía que era una joven muy atractiva. En la fotografía aparecía sonriendo a su novio que, vestido de esmoquin, parecía muy distinto del muchacho con el que Sam había hecho el amor bajo el cielo estrellado de Wyoming.

Sam se tragó aquel viejo dolor y guió a Kyle hacia la zona en sombra del aparcamiento. Había coches, camionetas y algunas caravanas aparcados sobre el asfalto. Una familia estaba comiendo cerca del río y los niños chapoteaban en la orilla, bajo la sombra de un pequeño puñado de árboles. Sam alargó la mano para abrir la puerta, pero Kyle la agarró del brazo, reteniéndola.

– Espera.

– ¿Por qué? Pensaba que querías aclarar todo esto cuanto antes.

– .Y es cierto -admitió en voz baja y profunda-. Pero creo que es justo que, al igual que tú has sido honesta conmigo, yo te cuente exactamente lo que ocurrió.

– Sí, supongo que sería una buena forma de empezar.

Kyle apretó los labios, como si ya se estuviera arrepintiendo de haber confiado en ella. Tamborileó con los dedos de la mano izquierda sobre el volante.

– Oh, diablos, Sam -la miró fijamente, a través de sus gafas oscuras-, la verdad es que me casé con Donna para olvidarte.

Capítulo 6

Sam no se movió. La declaración de Kyle continuaba pendiendo en el aire. Ignoró el intenso dolor que se inició en el rincón más oscuro de su corazón. Tampoco quería escuchar a la estúpida vocecilla interior de su cerebro que gritaba triunfal al darse cuenta de que en realidad Kyle la había querido.

– Eso no importa ahora.

– Claro que importa.

– No necesito tus disculpas.

– No me estoy disculpando, maldita sea -soltó una maldición y la agarró con fuerza del brazo-. Por una vez en mi vida, Sam, escúchame. Donna había estado persiguiéndome desde hacía años, pero yo todavía estaba tanteando el terreno…bueno, ya sabes.

– Sí, lo recuerdo.

– Cuando volví a Minneapolis desde Crystal Springs, ella comprendió que había ocurrido algo que me había cambiado. Estábamos en el club de campo, en la fiesta de compromiso de una amiga y ella se había bebido casi una botella de champán. Los dos habíamos bebido mucho y terminamos en su dormitorio, olvidándonos de todo. Su familia me descubrió a la mañana siguiente y…

– Así que te casaste con ella para salvar su honor, -Kyle se encogió de hombros.

– Más o menos, aunque su padre continuaba queriendo molerme a palos. En realidad todavía no quería atarme a nadie, pero decidí que era lo mejor.

Kyle se quitó las gafas de sol y la miró fijamente a los ojos.

– Incluso pensé que podría olvidarte.

– Y lo hiciste.