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– Sí. Durante algún tiempo.

Sus esperanzas, que tan estúpidamente se habían elevado, se hicieron añicos al chocar contra la más cruda realidad. Kyle no la amaba, nunca la había amado. ¿Por qué había esperado otra cosa? Al fin y al cabo, él solo era un hombre rico y egoísta, acostumbrado a hacer las cosas a su manera.

– ¡Mamá! -la voz de Caitlyn la sacó de su ensimismamiento.

Una enorme canoa, guiada por dos niñas y un monitor, cruzaba el río. Caitlyn, en la popa, la saludaba moviendo la mano con vigor.

Sam salió de la camioneta al instante. Protegiéndose los ojos del sol, le devolvió el saludo y, sin esperar a Kyle, comenzó a caminar hacia la orilla con paso enérgico.

Kyle la alcanzó casi al instante y, en cuestión de segundos, ambos estaban en el muelle, observando cómo maniobraban las niñas para llevar la canoa hasta la orilla. Caitlyn, con el pelo húmedo y el rostro sonrojado, fue la primera en saltar al embarcadero.

– ¿Me has visto? -preguntó, emocionada.

– Sí, te he visto.

– ¿Y a mí? -preguntó Sarah, con los rizos chorreando agua.

– Claro que sí -Samantha señaló a Kyle-. Sarah Wilson, este es el señor Fortune.

– Le gusta que lo llamen Kyle -terció Caitlyn.

– Eh, chicas, ¿no habéis olvidado algo? -Reed Fuller, un fornido deportista de cuarenta y cinco años, estaba atando la canoa al muelle. Sarah y Caitlyn se reunieron con él para ayudarlo a asegurarla.

Mientras Kyle y Samantha observaban, Reed les dio a las niñas más nuevas instrucciones. Minutos después, se quitaron los chalecos salvavidas y los dejaron en unas bolsas que ayudaron a cargar a Reed en su jeep.

En cuanto terminaron, se montaron en la camioneta y, hablando como cotorras, se sentaron entre Sam y Kyle.

Sam se alegraba porque, cuanta más distancia hubiera entre los dos, mejor se sentía. Pero ver la pierna morena de Caitlyn presionada contra la de su padre era muy doloroso. Al ver sus rostros juntos, Sam se preguntó cómo era posible que nadie del pueblo, ni siquiera Kate Fortune, hubiera imaginado que la hija de Samantha llevaba sangre Fortune en sus venas.

Ante la insistencia de las niñas, Kyle condujo hasta la vieja hamburguesería del pueblo en la que Sam y él habían coincidido en una ocasión. El lugar había sido regentado por diferentes familias desde entonces, pero continuaba siendo la antigua hamburguesería de siempre.

Las niñas pidieron sendos batidos que terminaron en cuestión de segundos. Kyle tomó un café y Sam un refresco de cola sin azúcar. Mientras bebía, Sam se preguntaba si alguna vez se había sentido más incómoda. Caitlyn no parecía darse cuenta de que Kyle la estaba observando.

– ¿Eres pariente de la señora Kate? -preguntó Sarah cuando regresaron a la camioneta.

– Sí, soy su nieto.

– Yo la conocí -dijo Sarah, asintiendo-. Mi madre a veces le limpiaba la casa, pero eso era antes de que muriera.

Kyle apretó los labios y fijó la mirada en la carretera.

– A mí me gustaba mucho -le contó entonces Caitlyn-. Me dijo que algún día podría montar a Joker.

Samantha sacudió la cabeza.

– Eso fue hace mucho tiempo. Ahora Joker es de otra persona.

– Pero todavía está en el rancho.

– Lo sé, pero no podemos montarlo sin el permiso de su propietario.

– Estoy seguro de que a Grant no le importará – dijo Kyle, y a Caitlyn le brilló la mirada.

Samantha tenía la sensación de que aquella conversación se estaba adentrando en un terreno peligroso. Y, al fin y al cabo, ella continuaba siendo la madre de Caitlyn.

– No estoy segura de que pueda montarlo nunca. Es tan cabezota e impredecible… Oh, gira aquí, esa es la casa de Sarah -señaló.

Algunos de los hijos de Sarah estaban en el jardín. Un pequeño de pelo oscuro y pecas se balanceaba sentado en un columpio colgado de la rama de un árbol.

Mandy los saludó desde el porche mientras Sarah bajaba de la camioneta.

Y a continuación se quedaron los tres solos. La familia que debería haber sido. Samantha sintió que se le secaba la garganta. ¿Cómo iban a darle a Caitlyn la noticia de que tenía un padre? ¿De que su madre le había mentido durante todos aquellos años y que en cualquier momento de su corta vida podría haberle dicho la verdad?

Sam miró hacia Kyle y recordó lo mucho que lo había amado. Al principio con recelo, pero al final le había entregado su alma, creyendo en el poder del amor.

Desde entonces, se había preguntado millones de veces cómo podía haberse confundido tanto sobre él. Jamás lo había creído capaz de huir y casarse con otra mujer. Se preguntaba si Kyle había llegado a la conclusión de que era preferible casarse con cualquier otra que quedarse con ella, una pobre pueblerina.

Dios, ¿pero por qué debería importarle?, se preguntó. Se había quedado embarazada en agosto y había confirmado su embarazo en noviembre. Y antes de que hubiera tenido tiempo de descolgar el teléfono para decirle a Kyle que estaba a punto de experimentar lo que era la paternidad, había descubierto la invitación de boda en la mesa de la cocina de sus padres.

Para cuando se había enterado de que el matrimonio de Kyle había sido anulado, ya estaba decidida a sacar adelante ella sola a su bebé. Era demasiado orgullosa para admitir que Kyle la había dejado embarazada y después había sido suficientemente cruel como para abandonarla y casarse con otra. Todo el clan Fortune, Kyle incluido, habría pensado que solo era una cazafortunas que pretendía aprovechar su maternidad para hacerse con parte del dinero de la familia.

En aquella época, el padre de Sam todavía estaba trabajando para los Fortune, intentando pagar la hipoteca de su rancho. Y Kate estaba haciéndose cargo de todos los negocios de su marido al tiempo que intentaba mantener a la familia unida. No necesitaba la carga que habrían representado Sam y su pequeña en una familia que ya estaba suficientemente triste y fracturada. Y Sam habría preferido morir antes de dejar que su precioso bebé se convirtiera en tema de especulación o en objeto de crueles insinuaciones por parte de los Fortune.

El tiempo había ido fluyendo lentamente y Kyle nunca había vuelto por el rancho. Poco a poco, Samantha había ido llegando a la conclusión de que era preferible que criara sola a su hija. Se sabía capaz de convertir a su pequeña en una mujer inteligente y autónoma, especialmente desde que sus padres se habían mostrado más que dispuestos a ayudarla.

Durante los últimos años, cuando Caitlyn había preguntado por su padre, Samantha se retorcía por dentro. Le explicaba que el hombre que la había engendrado se había casado con otra mujer y nunca se había enterado de que tenía una hija. Sam nunca le había dicho el nombre de su padre, pero le había prometido que algún día, cuando fuera suficientemente mayor, podría conocerlo.

Cuando Caitlyn era más pequeña, mantener el secreto no había representado ningún problema, pero a medida que habían ido pasando los años, Caitlyn había ido convirtiéndose en una niña más curiosa y decidida y ocultarle la verdad estaba resultando cada vez más difícil. Especialmente cuando Caitlyn escuchaba expresiones como «hija no deseada», «ilegítima»… y comenzaba a convertirse en objeto de burlas o compasión.

En varias ocasiones, Samantha había estado a punto de hablarle a Caitlyn de Kyle, pero al final había terminado manteniendo su secreto por miedo a que Caitlyn le pidiera conocerlo y comenzaran a meterse en un torbellino de abogados y pruebas de paternidad.

Por supuesto, habían surgido preguntas cuando había empezado a notarse su embarazo. Bess, la madre de Sam, había sabido enfrentarse a las insinuaciones, las especulaciones y los gestos de desaprobación. Nadie sabía que Sam había estado saliendo con Kyle. Y las pocas veces que habían sido visto juntos, no se diferenciaban de las ocasiones en las que Kyle había sido visto acompañado por otras chicas del pueblo.

Cuando le preguntaban, Sam siempre explicaba que su embarazo era el resultado de una aventura amorosa con un chico del pueblo que había huido al enterarse de la existencia del bebé. Su padre había querido saber quién era aquel «canalla», pero Bess había insistido en que eso solo serviría para empeorar las cosas y en que todos iban a querer a Caitlyn a pesar de quién hubiera sido su padre biológico.