Caitlyn se metió otro pedazo de pastel en la boca y sacudió la cabeza.
– Eso hace mucho tiempo que no me pasa.
– ¿Cuándo te ocurrió por última vez?
– Humm.
En silencio, Sam dejó escapar un suspiro de alivio. Estaba tan preocupada por lo que le había dicho su hija que había estado a punto de llamar al sheriff. Pero el ayudante del sheriff no iba a correr a su rancho solo porque Caitlyn pensara que la estaban siguiendo. Además, Sam tenía problemas más importantes a los que enfrentarse. De alguna manera, tenía que confesarle a su hija que le había mentido en lo que a su padre concernía. Tendría que explicarle que el nuevo vecino del rancho Fortune era su padre. ¿Pero cómo hacerlo? Llevaba dos días intentando encontrar el momento oportuno, pero ninguno se lo parecía lo suficiente. Y Kyle no podía estar esperando eternamente.
– Límpiate con la servilleta -le recordó a su hija mientras Caitlyn, con el pijama ya puesto, se dirigió hacia el salón.
Caitlyn retrocedió, se limpió rápidamente la boca con una servilleta de papel y volvió a encaminarse hacia la puerta. Fang levantó la cabeza y trotó lentamente tras ella. Cuando Caitlyn nació, Fang era solo un cachorro que, intrigado por el rostro sonrojado y los llantos del bebé no quitaba ojo a la recién llegada. Habían crecido juntos y entre ellos se había creado un vínculo muy especial.
Sintiéndose todavía inquieta, Sam llevó el plato de su hija al fregadero. Aquel era un buen momento, se dijo. Le pediría a Caitlyn que apagara la televisión, se sentaría con ella en el sofá y le explicaría que Kyle Fortune era su padre. Así de simple. Después habría montones de preguntas, con Caitlyn era imposible que no las hubiera, pero Sam se enfrentaría a ellas y le diría toda la verdad.
Lavó el plato, se secó las manos con un trapo y oyó el sonido de un motor. El corazón le dio un vuelco al reconocer la camioneta de Kyle.
– Genial -se dijo a sí misma. Fang soltó un par de ladridos mientras Kyle se acercaba al porche. Sam salió a recibirlo a la puerta.
– ¿Y bien? -preguntó Kyle, sin molestarse en sonreír..
– Todavía no se lo he dicho.
– Oh, Dios -Kyle miró hacia el interior de la casa y la agarró del brazo-. ¿Y por qué no?
Estaban tan cerca que Sam podía sentir el enfado que Kyle irradiaba.
– No… no he encontrado el momento.
– ¡De la misma forma que no has sido capaz de encontrarlo durante nueve años!
– Kyle, intenta comprenderlo.
– Lo único que comprendo es que Caitlyn es sangre de mi sangre. A no ser que estés mintiendo, tengo una hija a la que hasta ahora no he conocido. Tengo derecho a estar con mi hija, Sam, derecho a conocerla, a hacer planes con ella. Y a que ella sepa que existo.
– ¿Planes? ¿Qué clase de planes? -el futuro se extendía ante ella como un negro vacío.
– Lo primero es lo primero -la soltó, empujó la puerta y entró en la cocina.
– Oh, Dios mío.
A Sam le latía violentamente la cabeza. Kyle no podía, simplemente no podía… Salió corriendo tras él, pero ya era demasiado tarde. Había entrado en el cuarto de estar donde, Caitlyn, sentada en el suelo, estaba viendo la televisión al tiempo que ojeaba una revista de caballos.
– Creo que deberíamos hablar -anunció Kyle y Samantha, que estaba ya en el marco de la puerta, se paró en seco.
– ¿Sobre qué?
– Sobre tu papá -Kyle entró en el cuarto de estar y se quedó en frente de la chimenea.
Sam se mordió la lengua.
Toda oídos, Caitlyn se sentó en el sofá y le dirigió a su madre una mirada triunfal. Por fin, parecía estar diciéndole, alguien iba a contarle la verdad.
– ¿Lo conoces? -le preguntó Caitlyn.
– Sí, mucho.
– Espera, creo que soy yo la que debería hacer esto -reuniendo valor, Sam entró en la habitación y se sentó en el borde del sofá. El corazón le latía violentamente y tenía las palmas de las manos empapadas en sudor-.Yo, eh… debería habértelo dicho hace mucho tiempo -aunque por dentro estaba temblando, su voz sonaba firme. Caitlyn la miraba con los ojos abiertos como platos-.Tu padre es el señor Fortune.
– ¿Quién? ¿Él? -Caitlyn se volvió para mirar al hombre que estaba apoyado en la chimenea-. ¿Tú?
– Sí -aunque se estaba muriendo por dentro, Sam también tenía la sensación de que acababan de quitarle un gran peso de encima. Sintió el ardor de las lágrimas en los ojos-. Kyle y yo nos conocimos hace mucho tiempo.
– Pero él vive muy lejos.
– Pasé un verano aquí, en el rancho -le explicó él-. Conocí a tu madre y pasamos mucho tiempo juntos. Nos gustamos e intimamos mucho -se agachó hasta quedar a la altura de Caitlyn-. +Yo tuve que marcharme antes de que tu madre hubiera podido decirme que ibas a venir al mundo. Las cosas se complicaron y tu madre y yo perdimos el contacto.
Caitlyn frunció el ceño.
– Entonces os enamorasteis, pero no os casasteis.
– Exacto -contestó Kyle sin pestañear.
Sam lo miró fijamente, fulminándolo con la mirada.
– No exactamente. Nosotros… bueno, pensábamos que estábamos enamorados, cariño, pero éramos demasiado jóvenes para saber exactamente lo que era el amor -si realmente pretendían ser honestos, tendrían que contarle toda la verdad.
Caitlyn se cruzó de brazos y miró a su madre con enfado.
– Así que sabías cómo se llamaba.
– Sí, pero como él te ha explicado, Kyle no sabía que existías.
– ¿Y por qué no?
– No era fácil decírselo.
– Podías habérselo contado a la señora Kate y ella lo habría encontrado.
– Sí, pero yo era muy joven, estaba confundida. Pensaba… Creía que estaba haciendo lo mejor para ti.
– O para ti -repuso Caitlyn con el ceño fruncido. En aquel momento, parecía tener mucho más que nueve años.
Kyle se aclaró la garganta.
– La culpa no fue de tu madre. Yo me casé con otra mujer -la miró a los ojos y le ofreció una sonrisa-. En aquella época cometí muchos errores, y ahora estoy intentando rectificar los que pueda.
– ¿Eso qué significa? -preguntó Sam, tan tensa que apenas podía respirar.
– Que necesito dar algunos pasos, pasos legales, para asumir la responsabilidad sobre Caitlyn.
Las cosas se le estaban yendo muy rápidamente de las manos.
– No tienes por qué hacer nada parecido.
– Quiero hacerlo.
– A mí no me importa -repuso Caitlyn, mordiéndose el labio nerviosa-. ¿Y eso va a cambiar algo? ¿Todavía podré vivir aquí?
– Por supuesto que sí -le aseguró Sam, abrazándola-. Somos una familia.
– ¿Y él?
– Tendremos que ir haciéndolo todo poco a poco. Y no va a cambiar nada, créeme -respondió Sam, advirtiéndole a Kyle con la mirada que no la contradijera.
Kyle consiguió esbozar una sonrisa.
– Lo único que va a cambiar es que ahora vamos a vernos mucho, tenemos que conocernos el uno al otro y recuperar el tiempo perdido.
– ¿Y mamá?
– Oh, si ella quiere, podrá venir con nosotros.
– ¿Seremos una familia? -preguntó Caitlyn, y la habitación se quedó de pronto en completo silencio.
Al cabo de unos tensos segundos, Kyle le guiñó el ojo a su hija.
– Claro que seremos una familia.
– ¿Y viviremos juntos?
– Oh, no, cariño -Sam besó a Caitlyn en la frente, luchando contra las lágrimas al darse cuenta de lo mucho que su hija deseaba ser como los otros niños.
– ¿Por qué no?
– Porque tu padre y yo no estamos casados.
– ¿Y no podéis casaros?
– No, cariño, eso es imposible.
– ¿Por qué?
– Porque Kyle y yo… ya no estamos enamorados.
– Pero tú me explicaste que el amor es para siempre.
– ¡El verdadero amor, Caitlyn! -respondió Sam, consciente del peso de la mirada de Kate sobre ella-. El verdadero amor dura para siempre, pero es muy difícil de encontrar.