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Contempló el paisaje del anochecer, la sombra de las montañas elevándose sobre los campos. ¿Podría vivir siempre allí, con Sam? Una sonrisa asomó a sus labios al imaginarse durmiendo en su cama, haciendo el amor con ella en la madrugada y despertándose con ella acurrucada entre sus brazos. Imaginaba su esencia impregnándolo durante todo el día y su sonrisa seduciéndolo mientras él la desnudaba lentamente. La luz de la luna se filtraría por las ventanas mientras él le quitaba cada pieza de ropa y las dejaba caer al suelo, mientras exploraba y adoraba cada centímetro de su cuerpo. Acariciaría sus rincones más íntimos, sentiría el calor, saborearía su humedad y, cuando estuviera lista, se hundiría en ella con toda la fuerza de su pasión.

– Chico, estás francamente mal -se regañó.

Estaba empezando a excitarse con solo imaginarse la cálida piel de Sam contra la suya. Tenía el cuerpo empapado en sudor y la boca tan seca que le habría resultado imposible escupir. Y la idea de pasar el resto de sus noches con Sam en sus brazos se le antojaba una dulce, dulce tortura.

¿Pero sería capaz de recorrer aquel camino por segunda vez? ¿Jurar fidelidad durante el resto de su vida delante de Dios y de su familia? Ya había fracasado una vez. Pero había fracasado por culpa de Sam. Las cosas serían diferentes en esa ocasión. Se quedaría con ella para siempre.

Pero aquel absurdo pensamiento desapareció con la misma rapidez con la que había aparecido. Sam se merecía algo mejor que un matrimonio de conveniencia. Ella quería y necesitaba un amor de verdad y Kyle sabía que él era incapaz de amar.

Frunció el ceño. La idea de casarse con Sam para darle a Caitlyn su apellido no se le borraba de la cabeza. Él renunciaría a las otras mujeres, en eso no habría ningún problema. Tendría que olvidarse también de la vida que había llevado en Minneapolis y dejar de ser tan egoísta. Eso quizá fuera la parte más difícil, al menos si se creía lo que sus hermanas decían de él.

Pero, por encima de todo, tendría que convencer a la tozuda de Samantha de que era lo mejor para los tres. En realidad, no creía que ella aceptara una propuesta de matrimonio y tampoco él estaba seguro de que fuera precisamente un matrimonio lo que él quería. Se acordaba demasiado bien de lo ahogado que se había sentido durante el tiempo que había estado casado con Donna. Pero con Sam… Dios, estaría dispuesto a cortarse la pierna derecha para poder acostarse con ella.

– Oh, diablos -gruñó, pateando un poste con frustración.

Ya no tenía ninguna oportunidad con Samantha. Ella se había encargado de dejarlo completamente claro. Aunque compartieran una hija.

Al pensar en Caitlyn sonrió. Sam había hecho un gran trabajo con ella, pero había llegado el momento de que también él hiciera algo.

El matrimonio era algo que no podía ni plantearse. Lo sabía. Sam también y Caitlyn llegaría a comprenderlo con el tiempo.

Sintió que le sonaba el estómago y se acordó entonces de que no había comido nada desde el desayuno. Quizá debería llamar a Sam y ofrecerse a comprar cena para los tres. Volvió a la casa, dispuesto a llamar por teléfono y vio que se acercaba la camioneta de Grant.

A los pocos minutos, Grant estaba bajando de la cabina…

– He estado intentando llamarte, pero no contestabas -le dijo Grant.

– He estado fuera, ¿qué te pasa? -le preguntó al verlo enfadado.

– Es una larga historia que tiene que ver con el toro del idiota de mi vecino -dijo Grant, con una expresión tan dura como el granito-. Hoy no he tenido un buen día.

Kyle soltó una carcajada.

– Pasa, déjame invitarte a una copa -le palmeó el hombro a su hermanastro mientras lo conducía al interior de la casa-. Ahora háblame de los hombres que trabajan en el rancho.

Se encaminaron hacia el porche de atrás.

– Randy es un hombre inteligente y trabajador, que entiende mucho del negocio. Russ y Carson… son jóvenes y piensan constantemente en las mujeres. Ya sabes cómo son las cosas a esa edad. Pero son honestos y se esfuerzan en el trabajo -colgó el sombrero en el perchero de la puerta y se sentó mientras Kyle buscaba la botella.

Kyle sirvió un par de copas y le tendió una a Grant.

– Así es la vida en el rancho, el mejor y el peor trabajo del planeta -Grant acercó su copa a la de Kyle, bebió un largo sorbo y echó la cabeza hacia atrás.

– Todavía no conozco la mejor parte, pero puedes estar seguro de que ya he conocido la peor -Kyle bebió un trago. El líquido se deslizó por su garganta y, como si fuera una bola de fuego, cayó en medio de su estómago. Teniendo en cuenta que no había comido, probablemente lo de la copa no había sido una buena idea.

– Todavía no lo has comprendido, ¿verdad?

– ¿No he comprendido qué?

– Que Kate te dejó este rancho con la intención de que descubrieras lo que es verdaderamente importante en esta vida y echaras raíces en algún lugar.

Oh, sí, lo había comprendido todo perfectamente. Pero no por Kate o por el rancho, sino por Sam. Así que ya era hora de cambiar de tema.

– ¿Te apetece cenar?

– ¿Vas a cocinar tú?

– No. He pensado que podríamos acercarnos al pueblo y buscar un lugar en el que nos sirvan unos buenos filetes.

– ¿Invitas tú?

– Claro que sí. Ahora que soy ranchero, me siento verdaderamente rico.

Se terminaron las copas y fueron al pueblo en la camioneta de Kyle. Durante el trayecto, este le explicó a su hermanastro su relación con Samantha y con Caitlyn.

– Cómo he podido ser tan estúpido-musitó Grant. Se frotó la barbilla y añadió-. Jamás me lo habría imaginado. Todo el mundo pensó que la niña era de Tadd Richter, pero ahora que lo mencionas… Diablos, ¿quién podía habérselo imaginado?

Aparcaron cerca de un restaurante de la calle principal.

– ¿Y qué piensas hacer ahora?

– No lo sé. Me temo que decida lo que decida, Samantha se va a poner en contra.

Grant agarró a Kyle del brazo cuando se disponía a abrir la puerta de la camioneta.

– Este no es el momento de pensar en lo que tú quieres, Kyle. Tienes que pensar en Sam y en su hija. Han vivido sin ti durante nueve años, de modo que no puedes entrar ahora en sus vidas, arrasando como una apisonadora.

– Es mi hija, Grant, tengo algún derecho sobre ella.

– Sí, siempre y cuando no le hagas ningún daño – le soltó el brazo-. Aunque solo sea por una vez en tu vida, intenta utilizar la cabeza y no des ningún paso hasta que Sam y Caitlyn se hayan acostumbrado a la idea de tenerte por aquí.

– Oh, ¿ahora vas empezar a darme consejos?

– No, pero todo esto me preocupa.

– Vaya, vaya, esa es precisamente la cuestión, ¿no? -Kyle bajó de la camioneta para adentrarse en el calor de aquella noche de verano. De las ventanas y la puerta del restaurante escapaban el humo de los cigarrillos y los compases de la música country-. ¿Y quién te preocupa exactamente, Sam o yo?

– Ninguno de vosotros. Vosotros sois adultos. Es Caitlyn la que me preocupa. Es demasiado fácil romperle el corazón.

– Yo no pienso hacer eso. De hecho, quería preguntarte si le dejas montar a Joker. Desde el día que la conocí, ha estado preguntándomelo.

– Siempre y cuando su madre esté de acuerdo y haya alguien vigilándola. Ese caballo es salvaje.

– Yo estaré delante.

– De acuerdo. Pero no te olvides de tener mucho cuidado con ella. Si piensas ser un padre con el que ella pueda contar, adelante. Pero si estás pensando en ser padre a tiempo parcial, yo diría que no eres suficientemente bueno.