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– Quizá.

– Pero ya no hay más quizá. Cometimos muchos errores.

– ¿Pero te arrepientes de lo que hubo entre nosotros? -preguntó, mirándola a los ojos.

– No -el aire del establo parecía haberse espesado de pronto, haciendo que resultara imposible respirar-. Tengo a Caitlyn. Después de eso, nunca podré arrepentirme de… haber estado contigo -tragó saliva.

– ¿Y ella es la única razón?

– Sí -tenía que ser firme y proteger su corazón-. Si esperas que te diga que me alegro de haber tenido una aventura, o que el sufrimiento y el dolor que me causó que te marcharas, dejándome para casarte con otra, es uno de mis más hermosos recuerdos, estás completamente equivocado. No puedo decir que no me haya alegrado de conocerte y de haber hecho el amor contigo, pero solo por Caitlyn. Sin ti, no la habría tenido a ella. Pero, por todo lo demás, creo que nuestra relación fue un error.

– No fue todo tan malo.

– Fue un infierno.

Kyle pareció estremecerse y Caitlyn aprovechó para desprenderse de su mano.

– Déjame en paz, Kyle. Que hayas descubierto que tienes una hija no significa que hayan cambiado las cosas entre nosotros. Ya te dije que…

– Ya sé lo que me dijiste y, como ya te dije yo también, eres una pésima mentirosa -se inclinó hacia delante, mirándola a los ojos, y la abrazó.

Sam intentó apartarse, pero sus hombros chocaron contra la pared del establo. ¿Qué demonios estaba haciendo Kyle? ¿Por qué estaba jugando con ella?

– Kyle, no. Si te queda un ápice de decencia, no…

– No, no me queda. Y ambos los sabemos -reclamó sus labios con un beso duro, impaciente y demandante y todas las protestas de Caitlyn murieron, porque ya no era capaz de pronunciar una sola palabra.

«Kyle, no me hagas esto. No me hagas esto cuando llevo tanto tiempo intentando olvidarte», pensó.

Pero se olvidó de todo mientras entreabría ligeramente los labios.

Sam jamás había experimentado nada parecido; el calor del deseo, el cosquilleo de la piel, las imágenes de sus cuerpos haciendo el amor, la fuerza de sus brazos… Recordaba los susurros de amor de años atrás, los besos, las caricias y el cuidado con el que Kyle había roto la barrera de su virginidad para hundirse dentro de ella.

Con un suave gemido, abrió la boca mientras Kyle deslizaba la lengua entre sus dientes para explorarla más profundamente y continuaba acariciándola hasta hacer que el mundo girara y todas sus entrañas temblaran exigiendo algo más, mucho más.

Pero no podía. Aquel era un fuego peligroso que se estaba apoderando de su cuerpo.

Alzó la cabeza y Kyle posó las manos en sus mejillas; la pasión teñía sus ojos azules del color de la media noche.

– Sam, Sam, Sam -gimió-. ¿Por qué me haces esto?

– ¿Yo? ¿Que por qué yo te hago esto? Oh, Kyle… – contuvo la respiración un instante e intentó aclarar sus pensamientos.

Sabía que estar a solas con él, tocándolo, besándolo, no estaba bien. No podía volver a enamorarse de él. Que fuera el padre de Caitlyn no era motivo para que…

Pero Kyle volvió a besarla y todas sus protestas se deshicieron en el cálido viento de Wyoming. Con tanta naturalidad como si hubieran sido amantes durante los últimos diez años, Samantha le rodeó el cuello con los brazos, escuchando los dictados de su cuerpo y del fuego que con tanta facilidad Kyle avivaba. Bastaba uno de sus besos para que ansiara muchos más. Sus labios eran duros, insistentes, sus dedos fuertes. Olía a hombre, a almizcle, y a la agridulce fragancia de sus recuerdos.

– Kyle -su protesta sonó como una súplica.

Kyle la levantó en brazos y la llevó fuera, donde el aire era claro y la brisa agitaba las ramas de un manzano. Una media luna se alzaba en el cielo, donde brillaban ya millones de estrellas. Pero Sam apenas se fijaba en ellas mientras Kyle la besaba y la llevaba a un rincón en sombras en el que la hierba estaba seca y la fragancia de las rosas marchitas impregnaba el aire.

Cuando Kyle la tumbó junto a él en el suelo, de la garganta de Sam escapó un gemido. Con labios febriles, Kyle cubrió de besos su piel, rozando sus párpados, sus mejillas, su garganta.

– ¿Te acuerdas? -le susurró a Sam al oído.

– Oh, sí, sí -Samantha temblaba mientras él la abrazaba y dibujaba el lóbulo de su oreja con la lengua.

– Mi dulce Samantha, mi Samantha.

Todas las viejas mentiras se acumulaban en la mente de Samantha. Sabía que tenía que detenerlo, utilizar la cabeza. Que estar con Kyle Fortune era peligroso. Sabía que tenía que parar antes de que fuera demasiado tarde.

Pero no podía. El cosquilleo de su piel mientras Kyle deslizaba la lengua por su cuello era demasiado delicioso para ignorarlo. Kyle le abrió la blusa y besó el inicio de sus senos.

El deseo estalló en todo su cuerpo y gimió de anticipación mientras él desabrochaba cada uno de los botones de la blusa, dejando al descubierto la pálida piel que asomaba por el borde del sujetador.

Kyle humedeció el encaje con la lengua y los pezones de Sam se endurecieron, presionándose contra el suave algodón, hasta que Kyle tomó uno de ellos con la boca.

Samantha se arqueaba y Kyle la sostenía contra él, besándola mientras le bajaba el tirante del sujetador y dejaba que su seno se derramara sobre la copa blanca.

– Eres mucho más hermosa de lo que recordaba – musitó Kyle con voz ronca. Se inclinó hacia delante y besó la punta de un ansioso pezón.

Samantha deseaba, esperaba mucho más. El cuerpo le dolía de deseo, esperando el contacto de sus manos, de su lengua. Pero Kyle se limitaba a mirarla como si estuviera completamente fascinado.

– Kyle…

Kyle volvió a besarle el pezón y Samantha sintió un calor nacido en lo más profundo de su ser. La presión de los labios de Kyle fue dura en aquella ocasión, cálida, ardiente, ansiosa, pero una vez más la torturó alzando la cabeza.

– Por favor… -suplicó Samantha.

La pasión rugía en todo su cuerpo, haciéndolo estremecerse mientras se tumbaba a su lado y la abrazaba con fuerza para acercar su cuerpo a sus labios. Samantha le acariciaba la cabeza instintivamente mientras él succionaba, mamaba como si pudiera extraer la dulce leche de sus senos.

Aquello era una locura. Era peligroso. Pero Samantha no podía detenerse. No había dejado que ningún otro hombre la tocara después de Kyle, y, después de diez años de renuncia, no podía contener el deseo que fluía por sus venas.

Ella también lo acarició. Le desabrochó la camisa y enredó los pelos en el vello que cubría su pecho. Rozó sus pezones y sintió tensarse los músculos de su abdomen en respuesta. Kyle contuvo la respiración mientras ella le sacaba la camisa de la cintura.

– Sam, Sam, ¿sabes lo que me estás haciendo?

– Creo que no quiero saberlo.

– ¿Ah, no? -Kyle arqueó una ceja con expresión traviesa y la besó con tanto ardor que Samantha apenas podía respirar.

Fue entonces Kyle el que tiró de la blusa de Sam, desprendiéndole de aquella prenda molesta, y le quitó el sujetador. Samantha intentó cubrirse, pero él le sujetó las manos y miró hacia su torso desnudo.

– Es indecente que seas tan maravillosa -y, sin soltarle las manos, se inclinó para besar los sabrosos pezones.

Samantha cerró los ojos. Se estremecía ante aquel contacto y se arqueaba instintivamente contra él.

– Eso es -susurró él-. Eso es.

Oh, Dios. Samantha no podía pensar. Apenas podía respirar mientras Kyle la atormentaba y la complacía con sus caricias. Se retorció bajo sus manos y Kyle rió excitado.

– Tranquila -le susurró al oído-.Tenemos toda la noche -se frotó contra ella, haciéndole saber lo mucho que la deseaba.

Cuando posó el rostro en su abdomen, Samantha dejó escapar un gemido de placer.

– Kyle -susurró, con una voz impropia de ella.

Kyle le soltó una mano para desabrocharle el botón de los vaqueros. La cremallera se deslizó con un suave siseo. Samantha sintió la brisa fresca de la noche por encima del elástico de las bragas y a continuación el beso cálido de Kyle y su respiración caliente traspasando la tela. Kyle volvió a besarla, pero justo en ese momento el teléfono sonó, alto, insistente, a través de la ventana abierta de la casa.