– Déjalo -gruñó Kyle.
– No, no puedo -el instinto maternal cortó bruscamente el deseo.
– ¿No tienes contestador?
– Caitlyn podría despertarse -Sam se alejó de él y se abrochó los pantalones con un movimiento rápido.
– Samantha…
El teléfono volvió a sonar. Samantha agarró la blusa y se la abrochó mientras corría hacia la casa.
– Por el amor de Dios, Sam…
El tercer timbrazo fue corto y, para cuando Sam entraba corriendo en la cocina, supo que Caitlyn ya se había levantado a contestar.
– ¿Diga? -preguntó, descolgando rápidamente el teléfono de la cocina.
– Tommy Wilkins cree que eres una guarra…
– ¿Quién es? -preguntó Sam desde el teléfono de la cocina. Silencio.
– ¿Todavía estás ahí? ¿Me oyes? Como vuelvas a llamar, llamaré a la policía y a tu madre, porque puedes estar seguro de que averiguaré quién eres -oyó pasos en el porche y supo que Kyle había oído el final de la conversación. Se abrió entonces la mosquitera de la entrada.
– Mamá -la voz temblorosa de Caitlyn le llegó a través del teléfono.
– Cuelga el otro teléfono, cariño -dijo Sam-. Me gustaría decir unas cuantas cosas más.
– No, mamá. Clic.
– ¿Todavía estás ahí? -preguntó Sam, dando un puñetazo a la pared-. ¿Me oyes?
– Han colgado -dijo Caitlyn.
– Mejor. Ahora mismo voy, cariño -colgó violentamente el auricular y se dirigió hacia las escaleras.
– ¿Algún problema? -preguntó Kyle, siguiéndola.
– Sí. Al parecer, hay un pequeño cretino que se divierte molestando a tu hija -le contestó.
– Hay identificadores de llamadas. Ya sabes, un sistema que puede decirte quién ha llamado. Y también existe un servicio mediante el que puedes llamar a un cierto número y pedir que te conecten con el último número que te ha llamado.
– Aquí no hay nada de eso -entró a grandes zancadas en su dormitorio, donde Caitlyn, sentada al borde de la cama, sostenía todavía el auricular entre las manos. Estaba tapada hasta la barbilla y tenía los ojos llenos de lágrimas-. Oh, cariño -Sam le colgó el teléfono y abrazó a su hija con fuerza-.Tranquilízate, no pasa nada.
– Han vuelto a llamarme eso otra vez.
– No les hagas caso.
– ¿Cómo te han llamado? -preguntó Kyle desde la puerta.
– No importa -contestó Samantha por su hija.
– ¿Cómo te han llamado? -insistió Kyle.
– Sal de aquí, Kyle.
– Creo que ya he estado fuera demasiado tiempo. ¿Qué te ha dicho la persona que te ha llamado, Caitlyn?
De la garganta de la niña estalló un nuevo sollozo.
– Me lo han dicho otra vez -explicó con voz atragantada-. Me han llamado bastarda.
– ¿Quién ha sido? -exigió Kyle.
– No lo sabemos. Creía que ya te lo había explicado -respondió Sam.
– Creo que es Jenny -Caitlyn sorbió con fuerza, pero consiguió dominar las lágrimas.
– ¿Quién es Jenny?
– Jenny Peterkin es una compañera de clase de Caitlyn.
– ¿Y qué motivo tiene para llamar?
– Ya sabes cómo son los niños.
– Y también porque la señora Johnson me eligió a mí para hacer una excursión científica a Portland y además he ganado a Jenny en el baloncesto y en los Juegos Olímpicos Infantiles.
A pesar de su enfado, Kyle sintió una punzada de orgullo.
– A Jenny no le gusta perder -le aclaró Sam-. Es una niña rica y mimada acostumbrada a salirse siempre con la suya. Pero recuerda que no podemos demostrar que es ella la que te llama. Estás bien, ¿verdad? -le preguntó a su hija, y Caitlyn asintió.
– No dejes que nadie te gane la batalla -dijo Kyle, tomando una de sus manos-. A lo largo de tu vida te cruzarás con gente que estará deseando ponerte en evidencia. Algunas personas serán directamente despreciables contigo, pero otras te sonreirán e intentarán hacerte daño a tu espalda. A veces incluso tu mejor amigo o alguien en quien confías puede hacerte daño, voluntaria o involuntariamente -miró a Sam durante una décima de segundo y volvió a concentrarse en su hija-. Pero tienes que mantener siempre la cabeza alta y seguir adelante sin perder la fe en ti misma. No hay mucha gente mala, pero sí la suficiente como para que corras el peligro de perder la fe en los demás. No la pierdas nunca, Caitlyn.
Caitlyn sonrió a través de las lágrimas.
– Odio a Jenny Peterkin.
– Oh, no cariño, no -respondió Sam, pero Kyle se inclinó y miró a su hija.
– Adelante, ódiala. Al menos por ahora.
– Quiero llamarla para decirle que es una mocosa y que tiene el cerebro de una pulga.
Kyle soltó una carcajada.
– Estoy seguro, pero no creo que debas hacerlo. Eso solo serviría para empeorar las cosas. Es mejor ignorarla. Créeme, lo que más odia la gente como Jenny es que la ignoren.
Samantha suspiró.
– Muy bien, crisis superada. ¿Por qué no vuelves a la cama?
– ¡Pero si es muy pronto!
– Estabas medio dormida cuando ha sonado el teléfono…
Con unas cuantas zalamerías y la promesa de que al día siguiente vería a Kyle, Caitlyn volvió a la cama y se quedó dormida en cuestión de segundos.
– ¿Son muy frecuentes estas llamadas? -preguntó Kyle cuando estuvo con Sam en el piso de abajo.
– Más de lo que deberían -se acercó al fregadero-. A veces llaman y no dicen nada. Se limitan a colgar rápidamente.
– ¿Y crees que es la misma persona?
– Sí, creo que sí.
– Pero no estás segura.
– No, ¿por qué?
– No me parece normal que una niña de diez años llame y no diga nada. Es más probable que insulte, o gaste alguna broma y después cuelgue. Pero quizá se trate de dos niños diferentes. En cualquier caso, hasta que eso se aclare, creo que debería quedarme por aquí.
– ¿Por qué?
– Por si me necesitas.
– Por favor, Kyle, nos las hemos arreglado perfectamente durante nueve años y creo que podremos seguir haciéndolo.
– Pero antes no sabía que tenía una hija. Y ahora que lo sé, no pienso dejar que te ocupes sola de este asunto.
– Ya es un poco tarde para preocuparse, ¿no crees?
– Mejor tarde que nunca -musitó él y comenzó a revisar todas las puertas y ventanas del primer piso.
– Estás paranoico -se quejó Sam mientras lo seguía.
– Es una característica de la familia. Viene con el apellido. Cuando perteneces a una familia con tanto dinero y notoriedad, siempre hay alguna posibilidad de que cualquier loco crea que el dinero debería cambiar de bolsillo. El secuestro y el chantaje son los métodos más habituales.
– Eso es repugnante.
Kyle entró en el baño y cerró la ventana.
– Pues tendrás que ir acostumbrándote a ello.
– ¿Por qué?
– Porque Caitlyn es una Fortune.
– Pero nadie lo sabe.
– Todavía -le dirigió una sonrisa-. Solo es cuestión de tiempo.
– ¿Y después qué, Kyle? ¿Crees que también ella se convertirá en posible objetivo? ¿Es eso lo que me estás diciendo?
Aquello le parecía irreal. Ella y Caitlyn habían disfrutado de una existencia casi idílica durante la mayor parte de su pasado.
– Creo que estás viendo fantasmas. Que hayamos recibido un par de llamadas extrañas no quiere decir que nadie pretenda hacer ningún daño a Caitlyn.
– Espero que tengas razón, pero, por si acaso no la tienes, me quedaré aquí.
– Dios mío, Kyle, ¿no crees que estás poniéndote un poco melodramático?
– ¿Estás dispuesta a arriesgar el futuro de tu hija?
– Por supuesto que no.