– Entonces déjame dormir aquí.
– Yo… no creo que sea una buena idea.
Kyle curvó los labios con una sonrisa casi pecaminosa.
– ¿Y cómo vas a impedírmelo? ¿Vas a apuntarme con un rifle? ¿Piensas llamar a la policía?
– En realidad pensaba seducirte. Invitarte a dormir en mi cama, hacer el amor contigo hasta dejarte jadeante y pidiendo clemencia y después, cuando estés tan débil que apenas puedas moverte, llamar a una ambulancia.
– Muy graciosa. Pero si crees que eres suficiente mujer como para hacer todo lo que has prometido, adelante, estoy a tu entera disposición.
– Así me gusta -respondió Sam, reprimiendo una carcajada. Pasó por delante de él y abrió la puerta del armario del pasillo. Mientras Kyle se inclinaba para besarla, sacó una manta y una almohada que olían a naftalina-. Aquí tienes, vaquero. Si quieres, quédate, pero tendrás que dormir en el sofá.
– ¿Y todo eso que has dicho sobre hacer el amor apasionadamente?
– Era mentira -respondió. Cuando Kyle se inclinó para volver a besarla, Sam posó las manos en sus hombros y negó con la cabeza-. Es demasiado pronto, Kyle. Dejando las bromas a un lado, creo que todavía no estoy preparada para volver a tener una aventura contigo.
– ¿Cómo lo sabes?
– Me temo que la primera vez ya salí suficientemente escaldada.
Kyle se apartó para dejarla pasar.
– Creo que no tienes razón, Sam. Y si piensas en ello, tú también te darás cuenta de que no la tienes.
– Apaga las luces, ¿quieres?
– Sam…
– Buenas noches, Kyle.
– ¿A qué hora es el desayuno?
– A la hora que decidas hacerlo. A mí me gustan los huevos revueltos y Caitlyn adora las tortitas, pero hagas lo que hagas me parecerá bien.
Capítulo 9
Samantha se despertó al sentir el olor del café.
– ¿Qué demonios…?
Mientras se apartaba el pelo de la cara, recordó que Kyle estaba en la casa. Había pasado la noche allí. Y saberlo la reconfortaba, aunque no entendía por qué. No necesitaba a Kyle Fortune. No lo quería. Cuanto menos tuviera que ver con él, mucho mejor.
La habitación estaba a oscuras. La luz del amanecer comenzaba a filtrarse por las ventanas. Samantha se puso la bata, bajó a la cocina y encontró allí a Kyle, con una sombra de barba oscureciendo su rostro, el pelo revuelto y los ojos claros y azules como el cielo de Wyoming.
– Buenos días -la saludó, apoyado en una de las sillas y tomando un café.
– Buenos días -Sam se acercó a la cafetera, se sirvió una taza de café y se sentó frente a él-. Kyle Fortune, la viva imagen de la domesticidad. Jamás me lo habría imaginado.
– Hay muchas cosas de mí que no sabes, Sam -la miró por encima del borde de la taza.
– ¿Ah sí? Pues cuéntamelas.
– De acuerdo -se recostó contra el respaldo de la silla-. Creo que lo primero que deberías comprender es que, para pasar la noche en la misma casa que tú y no subir a tu dormitorio, he necesitado una gran fuerza de voluntad. Me he pasado la mitad de la noche discutiendo conmigo mismo. Al final, la nobleza ha ganado a las necesidades sexuales más básicas, pero no puedo prometerte que vaya a ser siempre de ese modo.
Sam bebió un trago de café en silencio y rezó para que el cielo le diera fuerzas.
– ¿Qué te hace pensar que va a haber una próxima vez?
– ¿Qué te hace pensar que no?
– No podemos vivir así, escondiéndonos de sombras y teniéndote a nuestro lado para protegernos. Caitlyn y yo… estamos bien.
Kyle dio otro sorbo a su café, pero no respondió.
– Hasta ahora hemos estado bien solas.
– Porque yo no sabía que tenía una hija. Ahora lo sé, y no hay forma, ni física ni legal, de que puedas mantenerme al margen de su vida.
– No es eso lo que quiero.
– Muy bien, Samantha, entonces, ¿qué es lo que quieres? -se inclinó hacia adelante, exudando animosidad por todos los poros de su cuerpo.
– Quiero que mi hija sea feliz.
– ¿Sin su padre?
– No, eso sería absurdo. En realidad nunca he pretendido que estuvieras fuera de su vida, pero las circunstancias me lo hicieron parecer como inevitable. Ahora no lo es -desvió la mirada y suspiró-. Todo esto es un lío.
– No tiene por qué serlo. Ven -la agarró por la muñeca y la condujo hacia el porche. Una vez allí, se inclinó contra la barandilla y la abrazó-. No siempre tenemos que discutir.
Samantha apoyó la cabeza en su hombro y Kyle rozó su sien con los labios.
– Yo quiero lo mismo que tú, Sam, que Caitlyn sea feliz.
– ¿De verdad? -quería creerlo, lo necesitaba desesperadamente, pero le resultaba prácticamente imposible pensar con claridad estando tan cerca de él.
– Confía en mí, Sam. Esta vez todo saldrá mejor.
– ¿Esta vez? -repitió Samantha.
Comprendió de pronto que estaba hablando de su relación. Oh, era todo tan complicado. En su vida se mezclaban el pasado y el presente y parecía imposible que pudiera haber felicidad suficiente para borrar todo el dolor del ayer.
Oyeron pasos en las escaleras y Sam se apartó de Kyle antes de que Caitlyn pudiera verlos abrazados y llegar a alguna conclusión equivocada.
– ¿Mamá? -la llamó-. ¿Mamá?
– Estoy aquí, cariño.
Todavía en pijama, Caitlyn cruzó la cocina y salió.
– ¿Todavía estás aquí? -preguntó esperanzada al ver a Kyle.
– Sí. Al parecer tu madre no es capaz de deshacerse de mí.
– Ha pasado la noche en el sofá -Samantha quería que su hija comprendiera que no había nada romántico en su relación.
– ¿Y por qué no te has ido a tu casa? -Caitlyn miraba a sus padres con expresión escéptica.
– Estaba preocupado por ti.
– ¿Por mí?
– A causa de esa llamada de teléfono -le aclaró Sam.
– Jenny Peterkin es una estúpida. Y puede decir lo que quiera de mí, porque ninguna de esas cosas es cierta, ¿verdad?
– Verdad -se mostró de acuerdo Kyle.
– Claro que no, nunca lo han sido -intervino precipitadamente Samantha, temiendo la dirección que estaba tomando la conversación.
Caitlyn estaba viéndose ya a sí misma como parte de una familia normal, con un padre y una madre, cuando en realidad nada había cambiado. Por lo que Samantha sabía, Kyle continuaba siendo el mismo irresponsable de siempre, el mismo mujeriego que años atrás. Y al igual que lo había encontrado irresistible entonces, continuaba sintiéndose atraída por él.
Sorprendida por el rumbo que estaban tomando sus pensamientos, se frotó las manos en la bata y solo entonces fue consciente del aspecto que debía tener. No se había peinado, el camisón asomaba por las solapas de la bata e iba descalza.
Aquello era una locura. Kyle no tenía derecho a dormir en su casa, ni a intentar hacer el amor con ella, ni a preparar el café por la mañana como si realmente fueran amantes…
Lo miró y, al advertir que la estaba mirando con un deseo tan evidente, comenzó a encontrarse con serias dificultades para pensar. Se humedeció los labios y se dio cuenta, por las chispas que brillaron en sus ojos, de que Kyle había encontrado provocativo aquel gesto. Rápidamente desvió la mirada. Aquello era una locura. ¿Qué clase de mensajes le estaban enviando a su hija? ¿O el uno al otro? No había nada entre ellos, nada. Todo lo que en otro tiempo habían compartido había desaparecido.
Sam se aclaró la garganta y se acercó a la puerta. Tenía que romper el hechizo.
– Caitlyn -dijo casi un susurro-, ve a vestirte mientras te preparo algo de desayunar.
– Pero…
– Ahora.
– No discutas con tu madre -intervino Kyle-. Además, tenemos un día muy largo por delante.
– ¿Ah sí? -preguntó Sam, recelosa.
– Sí, pero antes tengo que ocuparme de algo.
Kyle llamó al timbre y esperó en el porche, rodeado de petunias, fucsias y geranios. Las rosas bordeaban el camino del jardín, que, de un verde exuberante, contrastaba con los campos de los alrededores.