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– El teléfono -musitó mientras se estiraba con la gracia de un felino.

– Déjalo sonar.

– No, podría ser Caitlyn -se había levantado ya de la cama y estaba recogiendo su ropa-. Bienvenido a la paternidad.

Rezongando, Kyle se puso los vaqueros, salió de la habitación y descolgó el teléfono a los tres timbrazos.

– ¿Diga?

– ¿Dónde diablos te has metido? ¡Llevo días llamándote!

– ¿Caroline?

– Vaya, todavía te acuerdas de mí -contestó su prima riendo-. Desde que te fuiste a Wyoming no hemos tenido noticias tuyas.

– Me dedico a trabajar duramente y a llevar una vida ordenada.

– Sí, tan ordenada como la del mismísimo Satán.

– ¿Es Caitlyn? -le preguntó Sam, con el ceño fruncido. Kyle negó con la cabeza, le agarró la mano y la estrechó contra él, oliendo el perfume de su pelo.

– No me cuentes historias, Kyle, te conozco y sé que si has estado ocupado es porque hay alguna mujer en tu vida.

– Cuidado, Caro, estás enseñando las uñas -Kyle imaginó a su prima, recientemente casada con el químico de Fortune Cosmetics, jugueteando con el cordón del teléfono de su despacho.

Sam se apartó de su abrazo y se acercó a la cafetera. Mientras Kyle hablaba, buscó en los armarios, sacó un par de tazas y las llenó de café.

– Te he llamado para recordarte la reunión del viernes -le dijo Caro.

– ¿Es ya este viernes?

– Aja. El hecho de que te despidiera no significa que no sigas formando parte del negocio. Y a esa reunión tiene que asistir toda la familia.

– ¿Por qué?

– Porque tenemos que discutir un montón de cosas. La nueva campaña, el valor de las acciones ahora que se ha reorganizado la empresa… Y también tenemos que hablar de la fórmula del secreto de la juventud. Desde la muerte de Kate, todo ha estado paralizado. Y hay algo más. Nick no puede avanzar en la consecución de la fórmula hasta que no encontremos el ingrediente clave.

– Lo sé, lo sé -la interrumpió Kyle, sintiendo que comenzaba a dolerle la cabeza.

Era el mismo dolor que lo asaltaba cada vez que le hacían prestar atención a cualquiera de los problemas de las empresas de la familia. Mientras que a Caroline siempre la había fascinado todo lo relacionado con la compañía, a Kyle jamás le habían interesado lo más mínimo los negocios.

Sonó el timbre del microondas y Sam lo abrió. Hasta Kyle llegó el aroma del café. Sam le tendió una taza.

– Hay otra razón por la que quiero que vengas, Kyle. Es Rebecca.

– No me cuentes más. Me llamó para decirme que cree que Kate puede haber sido asesinada.

– ¿Te contó también que ha contratado a un investigador privado, un tal Gabriel Devereaux, para que intente averiguar lo que ocurrió?

– Me dijo que pensaba hacerlo.

– Bueno, yo no estoy en contra de que contrate a nadie, pero la teoría de Rebecca puede suponer para Fortune Cosmetics precisamente el tipo de publicidad que menos necesita. El incendio del laboratorio ya despertó el interés de la prensa y puso nerviosos a algunos accionistas. No sé, quizá lo que me pone más nerviosa es que Rebecca insista en que la abuela fue asesinada.

– Eh, Caro, tranquilízate. Lo de Rebecca es solo una teoría.

– Pero la prensa…

– Esa es la menor de nuestras preocupaciones.

– ¿Entiendes ahora por qué necesito que vengas?

– Desde luego. ¿A qué hora es la reunión?

– A las nueve en punto.

– Allí estaré -dijo, miró a Sam a los ojos-.Además, yo también tengo que darte una noticia.

Sam alzó la cabeza al instante.

– ¡No, Kyle, no! -le pidió Sam.

– Bueno, ¿y cuál es esa noticia? -preguntó Caro.

– Pensaba llamar antes a papá para decírselo, pero puesto que has llamado, vas a ser la primera en saber que tengo familia.

– ¿Qué?

Sam lo miró como si de pronto el mundo se hubiera derrumbado.

– Tengo una hija, Caro, de nueve años.

– Perdona Kyle, no te he oído bien, ¿que tienes qué?

– Una hija, se llama Caitlyn.

– ¡No, Kyle, para! -Sam estaba frenética, miraba al teléfono como si fuera un aparato diabólico.

– ¿Te acuerdas de Samantha Rawlings?

– Sí.

– Ella y yo estuvimos saliendo hace mucho tiempo… Oh, es muy complicado, pero intentaré explicártelo todo en Minneapolis.

– Dios mío -la voz de Caroline era apenas un susurro.

– Te veré el viernes.

Kyle colgó el teléfono. Sam, con el rostro sonrojado por la furia, permanecía temblorosa ante él, con los puños cerrados con gesto de frustración.

– ¿Cómo te has atrevido?

– Tenían que saberlo.

– Pero no así.

– ¿Entonces cómo?

– No sé, pero estoy segura de que había otra forma mejor.

– Dímela.

– Dios mío, Kyle, ¡no se pueden soltar este tipo de cosas de buenas a primeras!

– Podemos decírselo juntos.

Al imaginarse a sí misma delante de la adinerada familia de Kyle, a Sam se le heló la sangre en las venas.

– Te pedí que te casaras conmigo -le recordó Kyle.

– ¿Para hacer las cosas como es debido?

– Para hacer las cosas más fáciles.

– No siempre lo más fácil es lo mejor.

Kyle alargó la mano hacia ella, pero Sam se apartó. Estaba demasiado cansada para dejar que la tocara.

– Podemos casarnos y después puedes ir a conocer a mi familia -le sugirió Kyle.

– Tengo que encargarme de mi rancho.

– Contrataremos a alguien para que se haga cargo de él mientras estés fuera.

– No estoy preparada para esto, Kyle. Y no quiero que te cases conmigo solo porque tenemos una hija, para darle a Caitlyn tu apellido, para hacer algo noble que borre tu sentimiento de culpa. Soy suficientemente adulta como para mantenerme a mí misma y no necesito ninguna propuesta matrimonial para sentirme mejor conmigo misma.

– ¿Qué se supone que significa eso?

– Significa que no vas a poder utilizarme para acercarte a mi… a nuestra hija. No voy a dejar que juegues ni con sus sentimientos ni con los míos. El matrimonio es mucho más que un papel firmado delante de un juez -extendió las manos y sacudió la cabeza-.Toda esta conversación es una locura. Además, casada o no, no puedo irme de aquí de un día para otro.

– La familia estará esperándote.

– Por mí, tu familia puede estar esperando durante todo el tiempo que haga falta. Tengo que pensar en Caitlyn y no pienso llevarla a un lugar extraño lleno de parientes boquiabiertos y periodistas ansiosos. ¿Has pensado siquiera en cómo la presentarías?

– La presentaría como mi hija.

– ¿Como una hija ilegítima a la que concebiste meses antes de casarte con otra mujer?

– Antes o después tendré que explicárselo a mi familia.

– Pues prefiero que sea después.

– ¿Cuándo?

– ¡No lo sé!

Kyle tensó involuntariamente los músculos del pecho y apretó los dientes.

– ¿Qué quieres de mí, Sam?

– Tiempo y espacio para poder pensar en todo esto.

– ¿Diez años en una de las zonas menos pobladas del país no son suficientes?

– No bromees conmigo.

– No era ninguna broma.

Kyle entrecerró los ojos con expresión recelosa y se frotó la barbilla.

– Una vez me acusaste de ser un cobarde, Sam, pero creo que tú eres la única que tienes miedo. ¿Qué es lo que te asusta de mí?

Lo que en realidad la asustaba era que no la amara; que pudiera hacerle daño otra vez. Que pudiera hacer sufrir a aquella niña que ya estaba empezando a adorarlo.

– Yo… no quiero volver a cometer un error.

– ¿Sabes, Sam? Una vez te dije que eras una pésima mentirosa, y en eso no has cambiado. Estás evitando decirme la verdad. Nunca has sido una persona capaz de rechazar un desafío.

Sam le dirigió una sonrisa fría como el hielo.