– Creo que me confundes con la joven a la que conociste hace tiempo. Una chica confiada, que no tenía una hija que dependiera de ella, una chica despreocupada y…
– ¡De ningún modo! Estoy hablando de una chica que se hacía cargo una y otra vez de los problemas de su padre. Una chica capaz de enfrentarse a todo lo que le deparaba la vida. Una chica que confiaba y amaba. Estoy hablando de ti, Sam, y no me digas que has cambiado tanto. Vamos, Samantha, admítelo. No quieres casarte conmigo porque crees que al hacerlo tendrás que renunciar al reto de criar sola a tu hija.
– ¡Tu ego te ciega! -exclamó Samantha y caminó hacia la puerta, dispuesta a irse a trabajar con Joker.
Pero la voz de Kyle la siguió hasta el porche.
– Si piensas que vas a ganar esta batalla, Sam, estás muy equivocada -Sam giró sobre sus talones y vio a Kyle al otro lado de la mosquitera-. No sé a qué estás jugando, pero será mejor que te enfrentes al hecho de que formo parte de la vida de Caitlyn y pienso seguir haciéndolo.
– ¿Ah, sí?
– Absolutamente.
– Y dime Kyle, ¿tienes que esforzarte para ser tan canalla, o es algo que te sale de forma natural?
– Tenemos un problema. Kyle va a volver a Minneapolis -el forastero se inclinó contra el cristal de la cabina telefónica y se secó la frente. Estaba cansado de toda aquella intriga. Él ya no era ningún joven y los viajes de Minneapolis a Clear Springs le resultaban agotadores.
– Pero después regresará al rancho.
– ¿Seguro que volverá?
– Claro que sí. Ya sabe que es padre, ¿no?
– Creo que sí. Por lo menos pasa mucho tiempo con Samantha y con la niña.
– Perfecto. Sabía que funcionaría.
– Humm -no estaba muy convencido, pero no iba a discutir-. En cualquier caso, eso no es lo peor. Nuestra principal preocupación son las sospechas de Rebecca. Ha contratado a un detective privado para que investigue el accidente. Está convencida de que hay algo extraño en la muerte de su abuela.
– Interesante.
– ¿Eso es todo lo que tienes que decir? Si Rebecca comienza a encontrar información, las cosas se nos pueden ir de las manos. Podrían surgir problemas y se descubriría nuestro plan.
– Sí, podría ser peligroso.
– Eso es exactamente lo que pienso.
– Para todo el mundo. Pero bueno, todavía no se ha probado nada. De momento todo el mundo cree que Kate Fortune sufrió un desgraciado accidente. En cualquier caso, Rebecca no descubrirá nada. Al menos por ahora. En cuanto a Kyle, no te preocupes por él. Volverá a Wyoming y así habremos cumplido con la primera parte del plan.
– Cruzaré los dedos.
– Siempre tan escéptico. Hay que aguantar hasta el final, ese es mi lema.
– Lo sé -pero cuanto antes acabara todo aquello, mejor.
– ¿Te vas? -Caitlyn observó a Kyle guardar su bolsa de viaje en la camioneta de Sam.
– Solo unos días -Kyle la ayudó a montarse en la cabina de la camioneta y se sentó a su lado-. El martes por la mañana regresaré.
Kyle cerró la puerta y se enfrentó a la mirada preocupada de su hija. Bueno, habría que ir acostumbrándose a todos los aspectos de la paternidad.
– ¿Por qué tienes que irte? -preguntó Caitlyn, mientras Sam ponía el motor en marcha.
– Tengo una reunión de trabajo.
– Yo pensaba que trabajabas en el rancho.
– Sí, y trabajo en el rancho, pero también soy copropietario de una compañía -se interrumpió y le acarició el pelo a su hija-. Mira, cariño, no te preocupes tanto, dentro de unos días estaré de vuelta aquí.
– ¿Y si se estrella tu avión?
– No se estrellará.
– La señora Kate era piloto y su avión se estrelló y murió -a Caitlyn le tembló el labio.
A Sam se le desgarró el corazón mientras Kyle abrazaba con fuerza a su hija. Estaban ya en la autopista que se dirigía a Jackson.
– No me va a pasar nada, te lo prometo. Estaré de vuelta antes de que puedas decir Minneapolis y Minnesota.
– Lo puedo decir muy rápido -dijo Caitlyn, sorbiendo las lágrimas.
– Mira, esto te servirá para demostrarte que ni siquiera vas a echarme de menos -miró a Sam de reojo-.Tu madre, sin embargo, me echará muchísimo de menos.
– ¿Cómo lo sabes? -preguntó la niña.
– Oh, estoy seguro.
Sam pisó los frenos cuando entraron en los límites de Jackson. Sentía los ojos de Kyle sobre ella, mirándola tan intencionadamente que casi le ardía la piel.
– Tu papá piensa que sabe todo sobre mí. Pero todavía le quedan muchas cosas por aprender.
– ¿Ah sí? Pues creo que voy a disfrutar mucho aprendiéndolas.
– Vas a volver, ¿verdad? -insistió Caitlyn.
– ¡Cuanta con ello! -le guiñó el ojo a la niña antes de mirar de nuevo a Sam-. ¿Sabes, cariño? No podrías deshacerte de mí aunque lo intentaras.
Capítulo 11
Sam salió de la ducha tarareando una vieja balada de Bruce Springsteen que sonaba por la radio. Había pasado la mayor parte del día trabajando y todos sus músculos se lo recordaban. Pero necesitaba mantenerse ocupada para no pensar en Kyle y olvidarse de lo lejos que estaba.
En cualquier caso, ¿qué más daba? Kyle nunca volvería. Ella no habría perdido realmente nada y Caitlyn se acostumbraría a la idea con el tiempo. Tanto ella como su hija volverían a su vida de siempre, a una vida sin Kyle. Sin sus risas, sin sus caricias…
– ¡Ya basta! -gruñó en voz alta, cansada de la vocecilla interior que sugería que todavía estaba enamorada de aquel millonario que ya la había abandonado en otro momento de su vida-. Caitlyn -llamó a su hija-, ¿qué te parece si salimos a cenar esta noche? Podemos ir a tomar una pizza.
No obtuvo respuesta. Seguramente Caitlyn estaba fuera de casa. De modo que se puso unos vaqueros, una camiseta y unas sandalias y salió a la puerta de la cocina.
– ¡Caitlyn! -volvió a llamar.
La casa estaba en completo silencio. No se oía nada, aparte del tic-tac del reloj y el zumbido del refrigerador. Fang dormitaba en el porche, pero no había señales de Caitlyn por ninguna parte.
– ¿Caitlyn? Me gustaría que fuéramos al pueblo a ver a la abuela y después cenáramos una pizza o algo parecido.
No se oyeron gritos de alegría.
– ¿Cariño? -regresó al interior de la casa y buscó en el piso de arriba, pero la casa continuaba en silencio.
Intentando contener la ansiedad, regresó al porche, donde Fang alzó la cabeza y movió cansadamente la cola.
– ¿Dónde está Caitlyn? -le preguntó Sam, pero el perro dio media vuelta, esperando que le frotara la barriga.
Tenía que mantener la calma, se dijo Sam. Seguro que Caitlyn estaba cerca. Tenía que estarlo.
Se puso la mano sobre los ojos para protegerse del sol y miró hacia los campos. A veces Caitlyn se iba a buscar mariposas o saltamontes. Recorrió todos y cada uno de los rincones favoritos de su hija, pero la niña no aparecía por ninguna parte. El pánico le revolvía el estómago, pero se obligó a mantener la calma. Sabía que su hija no podía haber ido muy lejos, que no podía haberle ocurrido nada.
Con la frente empapada en un frío sudor, regresó a la casa y se acercó al teléfono. Kyle. Tenía que llamar a Kyle. Observó el dial y recordó entonces que tanto él como Grant estaban en Minneapolis. Golpeó nerviosa el mostrador. No tenía ningún motivo para llamar a su madre. Si Caitlyn se hubiera ido al pueblo en bicicleta, su madre la habría llamado en cuanto la hubiera visto aparecer.
Forzándose a controlar el miedo, Sam estudió el horizonte. Su mirada se posó en las tierras del rancho Fortune. Últimamente, Caitlyn iba con mucha frecuencia a casa de Kyle para visitar a su padre o para intentar convencer a alguien de que le dejara montar a Joker, su obsesión…
Sam sintió que el mundo se abría bajo sus pies. Con el corazón en la garganta, se montó en la camioneta y condujo hasta el rancho a una velocidad de vértigo. Sin entretenerse siquiera en apagar el motor, bajó de la camioneta y vio a su hija montada sobre aquel maldito semental. Joker corría de un extremo a otro del corral y Caitlyn se aferraba a él como si fuera una garrapata.