Cuando Kyle llegó aquella noche al apartamento que en otro tiempo había considerado su hogar, no encontró ningún alivio. Se sirvió una copa y observó su reflejo en el espejo del salón. Se sentía como un extraño en su propia casa. Porque ya no pertenecía a aquel lugar. El traje lo hacía sentirse incómodo. Los muebles se le antojaban fríos y la vista no lo admiraba.
Advirtió que la luz de contestador parpadeaba y, sin mucho interés, rebobinó la cinta.
Lo bombardearon decenas de mensajes que escuchó sin prestar apenas atención. Hasta que volvió a sonar un pitido y la voz de Samantha inundó la habitación.
– Kyle, ¿estás ahí? Si estás en casa, llama, por favor -la desesperación y el miedo tensaban su voz-. Es… es Caitlyn. Ha tenido un accidente. Joker la ha tirado y parece que tendrán que operarla. Creen que necesitará un especialista para la espalda… si ha sufrido algún daño. Pero todavía no lo saben. Están hablando de llevarla a Salt Lake City, pero solo si tiene algún problema en la espalda. No sé qué va a pasar, no sé. Intentaré llamarte otra vez.
Y colgó.
La cinta se detuvo y en el apartamento se hizo un silencio mortal.
Capítulo 12
Samantha permanecía sentada en la sala de espera del hospital de Jackson, hojeando revistas antiguas. Una taza de café reposaba en la mesa de al lado del único sofá de vinilo, pero Sam no la había probado.
No podía comer, ni beber, ni pensar en otra cosa que en Caitlyn. Un médico al que no había visto nunca, y supuestamente el mejor de Jackson, estaba controlando todo el proceso. El doctor Renfro confiaba en que no se hubiera visto afectada la columna vertebral y, al parecer, el resto de sus heridas sanarían.
Entonces, ¿por que tenía tanto miedo de que el médico se equivocara, de que su hija no sobreviviera a aquella operación? Era una tontería, pero el sentido común no le servía para ahuyentar el miedo.
Sam se levantó de su asiento y paseó por la sala de espera con aire ausente, anhelando la recuperación de su hija.
– ¿Sam? -la voz de Kyle llegó hasta ella en medio de los ruidos y los susurros del hospital.
Se volvió y lo vio caminando a grandes zancadas hacia ella. Tenía la preocupación grabada en cada línea de su rostro y una sombra de ansiedad en la mirada.
– Oh, Dios mío, Kyle -voló corriendo hacia él.
Kyle la estrechó en sus brazos y las lágrimas que Sam había contenido durante todo el día fluyeron repentinamente.
– ¿Caitlyn está bien? -le preguntó Kyle.
– No lo sé. Pero, gracias a Dios, estás aquí.
– ¿Dónde está ella?
– En el quirófano.
– ¿Quién es el médico? -Kyle cerró los ojos un instante, intentando encontrar alguna fortaleza interior-. ¿Es ese maldito especialista del que me hablaste?
– El doctor Renfro es un buen hombre, el mejor médico de Jackson.
– Yo puedo pagar al mejor doctor del país, al mejor del mundo…
– No es una cuestión de dinero, Kyle -replicó ella, enfadada porque, como siempre, Kyle pensaba que todo podía arreglarse con dinero.
– De acuerdo, de acuerdo. Pero cuéntame lo que ha pasado.
Permanecían frente a las ventanas, mirando al aparcamiento. Samantha, intentando no derrumbarse, le contó el accidente, el viaje en ambulancia… Pero no le dijo que había estado a punto de desmayarse, que no había estado más asustada en toda su vida, que se sentía incapaz de dominar el miedo.
– Tendrán que insertarle un clavo, dos quizá, en el hombro, y en la clavícula. Pero me han dicho que se recuperará, que la columna vertebral la tiene bien.
– Gracias a Dios -susurró Kyle. Pestañeó rápidamente, paralizado de miedo y preocupación.
– Dios mío, espero que no me hayan mentido, que no encuentren nada más…
– Ten fe -le dio un rápido beso en la sien-. Lo superaremos, los tres juntos lo superaremos.
Sam se sentía al borde del desmayo. Se aferró a Kyle e intentó no ceder a las lágrimas. ¿Qué ocurriría si Caitlyn había sufrido algún daño irreversible? Hasta el mejor de los médicos podía equivocarse. ¿Sería posible que su hija no pudiera volver a caminar o a montar a caballo?
Si ella hubiera tenido más cuidado, si se hubiera dado cuenta de que Caitlyn se había marchado… Si no hubiera tenido la radio tan alta… Pero había tardado en reaccionar y, para cuando lo había hecho, ya era demasiado tarde.
– Me gustaría haberla encontrado antes de que se subiera al caballo.
– No te culpes por lo ocurrido. No eres culpable de nada.
– Pero…
– Pero nada. Tú eres la mejor madre que podría imaginar para ella. Vamos -le pasó el brazo por los hombros-. Será mejor que te sientes.
Se sentaron en silencio, ignorando las revistas y la taza de café. Sam lo miró y comprendió que Kyle quería con devoción a su hija.
Los minutos pasaban lentamente. Sam pensaba que iba a enloquecer. Sin la presencia de Kyle, habría perdido la razón.
– No te preocupes -le repetía Kyle una y otra vez, cuando veía la sombra de miedo de sus ojos.
– Joker se escapó.
– Randy lo encontrará. Además, el caballo ahora es lo de menos.
– Pero es un caballo muy valioso. Es propiedad de Grant y…
– Me gustaría matar a ese caballo -Kyle apretó los puños con frustración.
– No puedes culpar a un caballo del accidente de Caitlyn.
– ¿Por qué no?
– Porque es culpa mía. Debería haber tenido más cuidado. No debería haberla dejado marchar, pero con la puerta del baño cerrada y la radio puesta, ni siquiera me di cuenta de que estaba intentando decirme algo. Me enteré cuando llegamos al hospital. Abrió los ojos y me lo dijo. Oh, Dios, si al menos…
– Chss. Deja de castigarte. Yo debería haber estado cerca de ella. Si no hubiera estado en Minneapolis… Pero no volverá a ocurrir otra vez -le prometió.
– ¿Y cómo vas a impedirlo?
– No os perderé nunca de vista. Y estoy hablando también de ti. He pensado mucho estando en Minneapolis. He estado analizando nuestra situación y creo que lo mejor que podemos hacer es casarnos. Y no para que el nuestro sea un condenado matrimonio de conveniencia.
– ¿Qué? -Sam alzó la mirada.
– Ya me has oído. Te quiero y quiero que te cases conmigo.
– Kyle…
– ¿Me has oído?
– Sí, pero…
La desilusión ensombreció el semblante de Kyle.
– Te amo, maldita sea, ¡y quiero casarme contigo!
– Oh, Dios mío, yo también te quiero -admitió Samantha. La felicidad inundaba su corazón mientras rodeaba a Kyle con los brazos y lo besaba hasta que la promesa de un futuro en común borró sus dudas y sus miedos.
– Escucha, Sam, hay algo más. Quiero darle a Caitlyn mi apellido. Y que vengáis a vivir conmigo.
– ¿Contigo? -el corazón se le cayó a los pies-. No sé si Caitlyn se acostumbrará a Minneapolis…
– Oh, estoy seguro que lo odiaría. Pero estoy hablando de que las dos vengáis a vivir al rancho.
A Caitlyn le costaba creerse lo que estaba oyendo.
– ¿A tu rancho? ¿En Wyoming?
– ¿Tan difícil es de comprender?
– Pero tú pensabas vender el rancho y marcharte a…
– ¡Jamás! Por fin he descubierto que este es mi verdadero hogar. Quiero quedarme aquí, contigo y con nuestra hija. Nunca venderé este lugar.
– Quizá cambies de opinión. Aquí los inviernos son muy duros. La temperatura baja muchísimo, la nieve…
– Creo que podré soportarlo, Sam. Así que, ¿qué me dices? ¿Te casarás conmigo?
– Claro que sí -le rodeó el cuello con los brazos. Kyle rió y giró con ella, justo en el momento en el que el doctor Renfro se acercaba a ellos.
– ¿Señora Rawlings?
– ¿Cómo está Caitlyn? -le preguntó Sam, con el corazón en la garganta.