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—Oh, no. La vida sobre la Tierra es bastante llevadera, permítame asegurárselo. No necesitamos de ninguna literatura escapista. Estudio los periódicos de otros mundos tan sólo por diversión. Y también para hallar, comprenda, las referencias necesarias para mi propio trabajo — dice Mattern. En este momento han llegado a la planta 799—. Permítame mostrarle primero mi hogar. —Sale del descensor e invita a Gortman a que le siga—. Esto es Shangai. Quiero decir que así es como llamamos a este bloque de cuarenta plantas, de la 761 a la 800. Yo vivo en el penúltimo nivel de Shanghai, lo cual es una marca de mi status profesional. Así pues, tenemos veinticinco ciudades en la Monurb 116. La inferior es Reykjavik, y la superior Louisville.

—¿Cómo son determinados los nombres?

—Por votación de los ciudadanos. Shangai se llamaba antes Calcuta, un nombre que yo personalmente prefería más, pero una pequeña banda de descontentos en la planta 778 reclamó un referéndum en el 75.

—Creía que no había descontentos en las monadas urbanas —dice Gortman.

Mattern sonríe.

—No en el sentido habitual. Pero permitimos que existan algunos conflictos. El hombre no sería hombre sin conflictos, ¿no cree? Ni siquiera aquí, ¿no cree?

Están andando a lo largo del corredor del extremo este en dirección al hogar de Mattern. Son ahora las 0710, y los chiquillos se apresuran fuera de sus apartamentos en grupos de tres y cuatro, hacia la escuela. Mattern hace un signo hacia ellos. Van cantando mientras corren.

—En esta planta alcanzamos una media de 6,2 niños por familia. Es una de las más bajas del edificio, debo admitirlo. Parece como si la gente de alto status procreara menos. Hay una planta en Praga, creo que es la 117, que alcanza un 9,9 por familia. ¿No cree que es glorioso?

—¿Está ironizando? —pregunta Gortman.

—En absoluto —Mattern nota que la tensión asciende en ambos—.A nosotros nos gustan los niños. Aprobamos la procreación. Seguramente usted ya sabía esto cuando inició su viaje a…

—Por supuesto, por supuesto —dice apresuradamente Gortman—. Era consciente de la dinámica cultural general de ustedes. Pero pensaba que quizá esta actitud…

—¿Iba en contra de la norma? El hecho de que yo manifieste un cierto despego intelectual no es motivo para que usted asuma que desapruebo de alguna manera nuestra matriz cultural. Quizá haciendo esto esté usted en realidad proyectando su propia desaprobación, ¿no?

—Lamento la implicación. Y le ruego que no crea que experimento la menor actitud negativa hacia su matriz cultural, aunque admito que su mundo me parece más bien extraño. Dios bendiga, olvidemos nuestro tropiezo, Charles.

—Dios bendiga, Nicanor. No quería parecer susceptible.

Ambos sonríen. Mattern se siente consternado por su acceso de irritabilidad.

—¿Cuál es la población de la planta 799? —pregunta Gortman.

—805, según las últimas informaciones.

—¿Y de Shanghai?

—Cerca de 33.000.

—¿Y de la Monurb 116?

—881.000.

—¿Y hay cincuenta monadas urbanas en esta constelación?

—Sí.

—Esto hace una población de casi 40.000.000 —dice Gortman—. Más o menos lo mismo que toda la población humana de Venus. ¡Notable!

—¡Y esta no es la mayor constelación, oh no, en absoluto! —la voz de Mattern se llena de orgullo—. ¡Sansan es mucho mayor, y también Boshwash! Y hay otras aún mucho mayores en Europa… Berpar, Wienbud, y otras dos, creo. ¡Y hay previstas otras!

—Es decir, una población global de…

—75.000.000.000 —pregona Mattern—. ¡Dios bendiga! ¡Nunca existió nada semejante! ¡Nadie sufre hambre! ¡Todo el mundo es feliz! ¡Hay cantidad de espacios libres! ¡Dios ha sido bueno con nosotros, Nicanor! —se detiene ante una puerta con la placa 79915—. Éste es mi hogar. Lo que tengo es suyo, querido huésped —entran.

El hogar de Mattern está bien acondicionado. Tiene casi noventa metros cuadrados disponibles. La plataforma de descanso es deshinchable; las camitas de los niños se retractan; los muebles pueden desplazarse fácilmente para dejar libre una zona despejada. De hecho, la mayor parte de la estancia está vacía. La pantalla y el terminal de información ocupan áreas de dos dimensiones en la pared, reemplazando con ventaja los antiestéticos televisores antiguos y las librerías, escritorios, archivadores y demás objeto molestos. Es un lugar aireado y espacioso, particularmente para una familia de sólo seis miembros.

Los chicos aún no han ido a la escuela; Principessa les ha dicho que esperen para saludar al invitado y se muestran inquietos. Cuando entra Mattern, Sandor e Indra se pelean por uno de sus juguetes preferidos, el agitasueños. Mattern se sorprende. ¿Una pelea en su casa? Están peleándose silenciosamente, para que su madre no los oiga. Sandor martillea con el pie las espinillas de su hermana. Indra, con una mueca de dolor, araña la mejilla de su hermano.

—Dios bendiga —dice Mattern con tono cortante—. Uno de vosotros está buscándose ir a las tolvas, ¿eh?

Los chicos se inmovilizan. Principessa levanta la mirada, apartando un mechón de oscuro pelo de sus ojos; estaba tan ocupada con su último hijo que ni siquiera les ha oído entrar.

—Las peleas esterilizan —dice Mattern—. Presentaos vuestras excusas.

Indra y Sandor se besan y sonríen. Suavemente, Indra toma el juguete y se lo da a Mattern, que se lo entrega a su hijo más pequeño, Marx. Todas las miradas están clavadas en el huésped.

—Amigo mío, todo lo que tengo es suyo —dice Mattern a Gortman. Hace las presentaciones. La esposa, los hijos. La escena de la pelea lo ha enervado un poco, pero se relaja cuando Gortman saca cuatro cajitas y las distribuye entre los chicos. Juguetes. Es un bendito gesto. Mattern señala la deshinchada plataforma de descanso—. Aquí es donde dormimos —explica—. Es lo suficientemente grande para tres. Ahí están la ducha y el lavabo. ¿Prefiere usted hacer sus necesidades en la intimidad?

—Sí, por favor.

—Entonces pulse este botón para conectar la pantalla de intimidad. Nosotros excretamos aquí. La orina en este lado, las heces en este otro. Todo aquí es reprocesado, ya sabe usted. En las monurbs poseemos el sentido de la economía.

—Por supuesto —dice Gortman.

—¿Prefiere usted que nosotros también usemos la pantalla cuando excretemos? —dice Principessa—. Creo haber oído que la gente de fuera lo hace así.

—No quisiera imponerles mis costumbres —dice Gortman.

—Naturalmente, nuestra cultura ha superado la noción de la intimidad —dice Mattern sonriendo—. Pero no le preocupe el pulsar el botón sí… —Vacila. Acaba de ocurrírsele un nuevo pensamiento—. La desnudez no es un tabú en Venus, ¿verdad? Quiero decir, nosotros disponemos únicamente de esta estancia, y…

—Soy adaptable —insiste Gortman—. Un sociocomputador, naturalmente, debe ser un relativista cultura.

—Por supuesto —admite Mattern, y sonríe nerviosamente.

Principessa se retira de la conversación con una disculpa y envía a los chicos agarrando fuertemente sus nuevos juguetes, a la escuela.

—Perdone que le recuerde lo obvio —dice Mattern—, pero debo hacer referencia a sus prerrogativas sexuales. Compartimos los tres una única plataforma. Mi esposa está a su disposición. Dentro de la monurb es impropio rehusar una petición razonada, a menos que traiga aparejada consigo algún perjuicio. Ya debe usted saber que el evitar toda frustración es la primera regla de una sociedad como la nuestra, donde las menores fricciones pueden conducir a incontrolables oscilaciones de desarmonía. ¿Conoce usted nuestra costumbre de la ronda nocturna?

—Me temo que…

—Las puertas no están cerradas en la Monurb 116. No tenemos bienes personales que deban ser guardados, y todos nosotros estamos socialmente ajustados. Por la noche es algo completamente normal el entrar en otros hogares. De este modo cambiamos parejas en cualquier momento; generalmente las esposas se quedan en casa y son los maridos los que emigran, pero no necesariamente. Cada uno de nosotros tiene acceso en cualquier momento a cualquier otro miembro de nuestra comunidad.