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Esto es el fondo. Siegmund Kluver vaga incómodo entre los generadores. El peso del edificio le estruja opresivamente. El silbante sonido de las turbinas le desasosiega. Se siente desorientado, un vagabundo en las profundidades. Qué enorme es esta estancia.

Entra en el apartamento 6029, Varsovia.

—¿Ellen? —dice—. Escucha, he vuelto. Quiero pedirte perdón por la otra vez. Fue un tremendo error. —Ella asiente con la cabeza. Ya ha olvidado por completo. Pero le acepta, naturalmente. La costumbre universal. Las piernas abiertas, las rodillas flexionadas. Sin embargo, él solamente besa su mano—. Te quiero —susurra, y huye.

Ésta es la oficina de Jasón Quevedo, historiador, en la planta 185, Pittsburgh. Aquí están los archivos. Jasón está sentado tras su escritorio, manejando cubos de datos, cuando entra Siegmund.

—Todo está aquí, ¿no? —¿pregunta Siegmund—. La historia del colapso de la civilización. Y cómo la reconstruimos de nuevo. La verticalidad considerada como el empuje filosófico básico de los esquemas de conformidad humana. Cuéntame la historia, Jasón. Cuéntamela.

Jasón le mira de una forma extraña.

—¿Estás enfermo, Siegmund?

Y Siegmund:

—No, en absoluto. Qué perfectamente bien me encuentro. Micaela me ha explicado tu tesis. La adaptación genética de la humanidad a la vida monurbana. Me gustaría oír más detalles. Cómo hemos llegado a ser que somos. Nosotros, los seres felices. —Siegmund toma dos de los Cubos de Jasón y los acaricia, casi sexualmente, dejando las huellas de sus dedos en sus sensibles superficies. Jasón se los quita delicadamente—. Muéstrame el mundo antiguo —dice Siegmund, pero sale mientras Jasón introduce el cubo dentro de la ranura del reproductor.

Ésta es la muy industrial ciudad de Birmingham. Pálido, sudoroso, Siegmund Kluver observa a las máquinas fabricando otras máquinas. Aburridos y ceñudos trabajadores humanos supervisan la tarea. Aquella cosa con brazos ayudará a la recolección del próximo otoño en una comuna. Este lustroso y oscuro tubo volará encima de los campos, pulverizando veneno sobre los insectos. Siegmund se da cuenta de pronto de que está llorando. Nunca verá las comunas. Nunca hundirá sus dedos en la rica tierra marrón. La magnífica trama ecológica del mundo moderno. La poética interrelación entre comuna y monurb para beneficio de todos. Qué hermoso. Qué hermoso. Entonces, ¿por qué estoy llorando?

San Francisco es donde viven los músicos y los artistas y los escritores. El ghetto cultural. Dillon Chrimes está en pleno ensayo con su grupo cósmico. La resonante cadena de sonidos. Un intruso.

—¿Siegmund? —dice Chrimes, interrumpiendo su concentración—. ¿Cómo te encuentras, Siegmund? Me alegro de verte.

Siegmund ríe. Señala el vibrastar, el arpa cometaria, el encantador y los demás instrumentos.

—Por favor —murmura—, continuad tocando. Estoy simplemente buscando a dios. ¿No os molesta que escuche? Quizá él esté aquí. Seguid tocando un poco más.

En la planta 761, el nivel inferior de Shanghai, encuentra a Micaela Quevedo. No tiene buen aspecto. Su negro cabello está revuelto y deslustrado, sus ojos son amargos, sus labios fruncidos. Mira sorprendida a Siegmund, que acude a ella a esta hora del mediodía.

—¿Podemos hablar un poco? —dice Siegmund rápidamente—. Querría preguntarte algunas cosas acerca de tu hermano Michael. Por qué huyó del edificio. Qué esperaba encontrar afuera. ¿Puedes darme alguna información?

La expresión de Micaela se hace más dura. Fríamente, dice:

—No sé nada al respecto. Michael se volvió neuro, eso es todo. No me dijo nunca nada.

Siegmund sabe que esto es mentira. Micaela está ocultándole datos vitales…

No seas despiadada —la urge—. Necesito saber. No para Louisville, Tan soto para mi mismo. —Su mano sujeta la muñeca de ella—. Estoy pensando en abandonar también el edificio —confiesa Siegmund.

Hace «n alto en su propio apartamento, en la planta 787. Mamelón no está. Como de costumbre, ha ido al Centro de Realización Somática, a cuidar su esbelto cuerpo. Siegmund graba un breve mensaje para ella:

—Te amaba —dice—. Te amaba. Te amaba.

Encuentra a Charles Mattern en el gran pasillo central de Shanghai.

—Venid a cenar hoy con nosotros —dice el sociocomputador—. Principessa se siente siempre tan feliz de veros. Y los niños. Indra y Sandor no hacen más que hablar de ti. Incluso Marx. ¿Cuándo vendrá de nuevo Siegmund?, preguntan. Todos queremos tanto a Siegmund.

Siegmund agita la cabeza.

—Lo siento, Charles. Esta noche no. Pero gracias por tu invitación.

Mattern se alza de hombros.

—Dios bendiga, lo dejaremos para otro día, ¿eh? —dice. Y se aleja, dejando a Siegmund en medio de la riada de gente.

Esto es Toledo, donde los mimados hijos de la casta administrativa tienen sus hogares. Rhea Shawke Freehouse vive aquí. Siegmund no se molesta siquiera en llamarla. Es demasiado intuitiva; comprenderá inmediatamente que se halla en la fase última de su colapso, e indudablemente intentará prevenir su acción. Siegmund se detiene unos instantes delante de su apartamento y posa tiernamente sus labios en la puerta. Rhea. Rhea. Rhea. También te amaba. Sigue subiendo.

No se detiene tampoco a ver a nadie de Louisville, aunque le hubiera gustado ver a alguno de los dueños de la monurb esta noche, a Nissim Shawke o a Monroe Stevis o a Kipling Freehouse. Nombres mágicos, nombres que resuenan en su alma. Pero es mejor evitarlos. Sube directamente al área de aterrizaje, en la planta mil. Sale a la plataforma barrida por el fuerte viento. Es de noche ahora. Las estrellas brillan impetuosamente. Allí arriba está dios, inmanente y eterno, flotando serenamente en mitad de las mecánicas celestes. Bajo los pies de Siegmund se halla la totalidad de la Monada Urbana 116. ¿Cuál es la población de hoy? 888.904. O sea +131 con respecto a ayer y +9.902 con respecto a principios de año, teniendo en cuenta la partida de aquellos que fueron a poblar la nueva Monurb 158. Quizá todas estas cifras estén equivocadas. No tiene importancia. El edificio rebosa de vida, de todos modos. Crecer y multiplicarse. ¡Dios bendiga! Tantos siervos de dios. Las 34.000 almas de Shanghai. Varsovia. Praga. Tokio. El éxtasis de la verticalidad. Tantos miles de vidas en esta sola y majestuosa torre. Conectadas al mismo tablero de distribución. Homeostasis, el fracaso de la entropía. Estamos tan bien organizados aquí. Demos todos las gracias a nuestros dedicados administradores.

¡Y mira, mira ahí! ¡Las monurbs vecinas! ¡La maravillosa alineación de todas ellas! La monurb 117, 118, 119, 120. Las cincuenta y una torres de la constelación Chipitts. Su población global ahora: 41.516.883. O algo así. Y al este de Chipitts se encuentra Boshwash. Y al oeste de Chipitts está Sansan. Y al otro lado del mar están Berpar y Wienburd y Shankong y Bocarac. Y muchas más. Cada enjambre de torres con sus millones de almas encapsuladas. ¿Cuál es la población de nuestro mundo ahora? ¿Han sido superados ya los 76.000.000.000? Se proyectan 100.000.000.000 para un futuro no muy lejano. Muchas nuevas monurbs deberán ser edificadas para albergar a todos estos miles de millones suplementarios. Pero hay todavía tantos espacios libres. Y se pueden habilitar plataformas en el mar.