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—Creo que exageras un poco —gruñe Memnon.

—No, hablo en serio —Siegmund hace una mueca—. Oh, de acuerdo, es un imperativo cultural el que nos ordena procrear y procrear. Es natural, tras la agonía de los días premonurbanos, cuando nadie sabia dónde hacinar a la gente que atiborraba nuestro planeta. Pero incluso en un mundo de monadas urbanas tenemos que planificar ordenadamente el futuro. El exceso de nacimientos con respecto a las defunciones es algo que hay que tener en cuenta. Cada monurb está diseñada para albergar confortablemente a 800.000 personas, con espacio para casi 100.000 más, pero éste es el límite. En este momento, como sabéis muy bien, cada monurb con más de veinte años de existencia en la constelación Chipitts está unas 10.000 personas por encima del máximo, y un par de ellas están más arriba de esa cifra. Las cosas no están tan mal aquí en el 116, pero todos vosotros sabéis que hay indicios significativos. Chicago, por ejemplo tiene 38.000…

—37.402 esta mañana —dice Áurea.

—De acuerdo. Esto representa un millar de personas por planta. La densidad óptima programada para Chicago es tan sólo de 32.000. Esto hace que la lista de espera en vuestra ciudad para un apartamento privado alcance la longitud de una generación. Los dormitorios están llenos a rebosar, y la gente no se muere tan rápidamente como para dejar espacio a las nuevas familias, y es por eso por lo que Chicago está dejando irse a algunos de sus mejores elementos a lugares como Edimburgo y Boston y… bueno, Shanghai. Una vez sea abierto el nuevo edificio…

—¿Cuántos de la 116 van a ser enviado allá? —dice Áurea con voz crispada.

—En teoría unos 5.000 de cada monada, repartidos entre todos los niveles —dice Siegmund—. Esta cantidad será ajustada ligeramente para compensar las variaciones de población en los distintos edificios, pero por término medio puede calcularse unos 5.000. Ahora bien, teniendo en cuenta que casi un millar de personas en la 116 van a presentarse voluntarios para ir…

iVoluntarios? —jadea Áurea. Para ella es inconcebible que alguien quiera abandonar su monurb natal.

Siegmund sonríe.

—Gente mayor, querida. De veinte a treinta años. Casados, algunos encallados en sus carreras, hastiados de su entorno, ¿entiendes? Suena obsceno, sí. Pero habrá un millar de voluntarios. Esto nos deja aproximadamente unos 4.000 que deberán ser elegidos por sorteo.

—Es lo que te he dicho esta mañana —dice Memnon.

—Esos 4.000, ¿serán elegidos al azar de entre toda la monurb? —pregunta Áurea.

—Al azar, exacto —responde suavemente Siegmund—. En los dormitorios de recién casados. Entre los que no tienen hijos.

Finalmente. La verdad ha sido revelada.

—¿Por qué entre nosotros? —gime Áurea.

—Es el modo más equitativo y más digno —dice Siegmund—. Uno no puede arrancar a los niños pequeños de su matriz monurbana. Las parejas de los dormitorios no poseen el mismo tipo de lazos comunales que nosotros… que los demás… que… —titubea, como si se diera cuenta por primera vez de que no está hablando de hipotéticos individuos, sino de Áurea y de su drama. Áurea empieza a sollozar. Enes dice—: Lo siento querida. Es el sistema, y es un buen sistema. De hecho, es el ideal.

—¡Memnon, vamos a ser echados!

Siegmund intenta tranquilizarla. Ella y Memnon tienen tan sólo una pequeña posibilidad de ser elegidos en el sorteo, insiste. En la monurb hay miles y miles de personas en situación de ser elegidas para el traslado. Y existen muchos factores variables, hace notar… sin conseguir aliviarla. Inconteniblemente, un geiser de crudas emociones se desparrama por la estancia, y de pronto Áurea siente vergüenza. Se da cuenta de que ha estropeado la velada de todos. Pero Siegmund y Mamelón se muestran cariñosos con ella, y durante el regreso en el descensor, cincuenta y dos plantas hacia abajo hasta su hogar en Chicago, Memnon no la riñe.

Aquella noche, pese al intenso deseo que siente, le gira la espalda a Memnon cuando éste se acerca a ella. Permanece durante largo tiempo tendida con los ojos abiertos, escuchando los jadeos y los suspiros de placer de las parejas en las plataformas a su alrededor, y luego el sueño la vence. Áurea sueña que nace de nuevo. Está en la planta de energía de la Monada Urbana 116, a 400 metros bajo el suelo, y es encerrada en una cápsula ascensora. El edificio vibra. Atraviesa las cálidas profundidades y la planta procesadora de orina y los trituradores de residuos y todos los demás servicios que mantienen con vida toda la estructura, todos ellos oscuros, horribles sectores de la monurb que tuvo que visitar en sus tiempos de escuela. Ahora la cápsula la conduce hacia arriba, hacia arriba a través de Reykjavik, donde vive el personal de mantenimiento, hacia arriba a través de la ruidosa Praga, donde todo el mundo tiene diez hijos, hacia arriba a través de Roma, Boston, Edimburgo, Chicago, Shanghai, incluso a través de Louisville, donde viven los administradores, rodeados de un lujo inimaginable, y ahora está en la cúspide del edificio, en el área de aterrizaje donde llegan las naves rápidas procedentes de las torres distantes, y de repente se abre una trampa en la plataforma de aterrizaje y Áurea es eyectada. Se eleva por los aires, protegida en su cápsula, al abrigo del soplo de los fríos vientos de la alta atmósfera. Está a seis kilómetros por encima del suelo, mirando hacia abajo por primera vez a la totalidad del mundo de las monurbs Así es pues, piensa. Tantos edificios. ¡Y pese a ello tanto espacio libre!

Deriva a través de la constelación de torres. La primavera se halla en sus inicios, y Chipitts está verdeando. Bajo ella se extienden las escalonadas estructuras que albergan a más de 40.000.000 de personas en aquel enjambre humano. Se siente maravillada por el riguroso trazado de la constelación, el geométrico emplazamiento de los edificios formando series de hexágonos en el interior de un área más vasta. Amplios espacios verdes separan los edificios. Nadie cruza nunca aquellos espacios, pero la visión de su cuidada superficie es una delicia para todo aquel que los contempla desde las ventanas de la monurb, y a aquella altitud parecen maravillosamente interrumpidos, como sí hubiesen sido pintados en el suelo. La gente de las clases inferiores que viven en los niveles bajos son quienes tienen las mejores panorámicas de los jardines y estanques, lo cual es una compensación en cierto modo. Desde su enormemente alto punto de observación, Áurea no espera apreciar bien los detalles de las áreas, pero su mente sumida en el sueño adquiere repentinamente una intensa claridad de visión y discierne pequeños parterres de doradas flores; puede oler la fragancia de cada especie floral.

Su cerebro sufre una conmoción cuando piensa en la terrible complejidad de Chipitts. ¿Cuántas ciudades hay en ella, a razón de veinticinco por monada urbana? 1.250. ¿Cuántos pueblos, a razón de siete u ocho por ciudad? Más de 10.000. ¿Cuántas familias? ¿Cuántos rondadores nocturnos están ahora merodeando, deslizándose en lechos disponibles? ¿Cuántos nacimientos en un día? ¿Cuántas muertes? ¿Cuántas alegrías? ¿Cuántas tristezas?