Will miró la tarjeta, y vio unos dibujos de un cortador de césped y unas flores.
– Muy bonita -le dijo.
– El número de teléfono falso es muy útil con las damas. -Nick se echó a reír otra vez-. Lo he mirado bien mientras me daba una clase magistral sobre precios y competitividad. Es el tipo que buscas, no me cabe duda.
– ¿Has entrado en su casa?
– No ha sido tan idiota. ¿Quieres que me quede por aquí?
Will sopesó la situación y pensó que si le hubiera preguntado a Faith habría tenido razón: no te metas en una situación que no controlas sin que alguien te cubra las espaldas.
– Si no te importa… Quédate aquí y asegúrate de que no me vuelan la cabeza.
Los dos se rieron un poco más alto de lo que el comentario exigía, probablemente porque en realidad Will no estaba bromeando.
Will subió la ventanilla y continuó su camino. Para facilitarle las cosas, Caroline había llamado a Jake Berman antes de que Will se marchara de la oficina. Se había hecho pasar por una operadora de una compañía local de televisión por cable. Berman le había asegurado que estaría en casa para atender al técnico que estaba llevando a cabo una revisión de todas sus instalaciones para cerciorarse de que el servicio no quedara interrumpido. Había muchos trucos para asegurarse de que alguien estaba en casa, y la treta del cable era la mejor. La gente podía prescindir de un montón de cosas, pero eran capaces de esperar en casa durante días a que llegara el técnico de la tele.
Will comprobó los números en el buzón para confirmar que coincidían con los de la nota que Sam Lawson le había dado a Faith. Con la ayuda de MapQuest, que utilizaba grandes flechas para señalar las direcciones, y después de parar a preguntar en un par de tiendas, Will había conseguido orientarse por la ciudad sin equivocarse más que en un par de giros.
Aun así comprobó el número del buzón por tercera vez antes de salir del coche. Vio el corazón que Sam había dibujado alrededor de la dirección y volvió a preguntarse por qué habría hecho eso un hombre que no era el padre del hijo de Faith. Will solo había visto al periodista una vez, pero no le caía bien. Víctor no estaba mal, en cambio; había hablado por teléfono con él un par de veces y se había sentado a su lado en una aburridísima entrega de premios a la que Amanda había insistido en invitar a su equipo, más que nada porque quería asegurarse de que alguien la aplaudiera cuando pronunciaran su nombre. Víctor quería hablar de deportes, pero no de fútbol americano ni de béisbol, que eran los dos únicos deportes que Will seguía. El hockey era para los yanquis del norte, y el fútbol para los europeos. No estaba muy seguro de cómo había llegado a interesarse por esos dos deportes, pero fue una conversación de lo más aburrida. Fuera lo que fuese lo que Faith había visto en él, Will se alegró mucho cuando unos meses antes se dio cuenta de que el coche de Víctor ya no estaba delante de la casa de su compañera.
Desde luego no era el más indicado para juzgar las relaciones de nadie; todavía le dolía todo el cuerpo después de haber pasado la noche con Angie. Pero no era un dolor agradable, sino esa clase de dolor que hace que te entren ganas de meterte en la cama y dormir una semana entera. Sabía por experiencia que no importaba, porque en el mismo instante en que empezara a poner un pie detrás de otro y a reconstruir mínimamente su vida Angie regresaría y él volvería a sentirse exactamente igual. Nada iba a cambiar eso.
La casa se veía habitada en el peor sentido de la palabra: el césped estaba demasiado crecido y los parterres estaban llenos de malas hierbas. El Camry verde aparcado a la entrada tenía mugre. En los neumáticos había costras de barro y la carrocería tenía una capa de polvo tan gruesa que daba la impresión de no haberse movido de allí en mucho tiempo. Había dos sillas para niños en el asiento de atrás y algunos Cheerios pegados al parabrisas. Dos carteles en forma de rombo colgaban en las ventanillas de atrás, probablemente de esos que decían: «Bebé a bordo». Will puso la mano sobre el capó. El motor estaba frío. Miró la hora en su móvil y vio que eran casi las diez. Probablemente Faith ya estaría en el médico.
Will llamó a la puerta y esperó. Volvió a pensar en Faith y en lo furiosa que se iba a poner, especialmente si estaba a punto de encontrarse cara a cara con el asesino. Aunque no parecía que fuera a tener un cara a cara con nadie. Nadie salía a abrir la puerta. Volvió a llamar por segunda vez. Al ver que no pasaba nada dio unos pasos atrás y miró hacia las ventanas. Todas las persianas estaban abiertas y había algunas luces encendidas. Puede que Berman estuviera en la ducha. O a lo mejor se había dado cuenta de que la policía estaba intentando hablar con él. El numerito del jardinero pueblerino de Nick había sido impresionante, pero llevaba una hora aparcado al final de la calle. En un vecindario tan pequeño lo más probable era que ya hubiesen estado sonando los teléfonos.
Will intentó abrir la puerta principal, pero estaba cerrada con llave. Dio la vuelta a la casa mirando por las ventanas. Había una luz al final del pasillo. Iba a mirar por la siguiente ventana cuando oyó un ruido en el interior de la casa, como un portazo. Will se llevó la mano al arma y notó que el vello se le ponía de punta. Algo no iba bien, y Will sabía perfectamente que Nick Shelton estaba ahora mismo sentado en su coche escuchando la radio.
Oyó el inconfundible estampido de una ventana cerrada de golpe. Corrió hacia la parte de atrás y vio a un hombre que salía corriendo por el jardín trasero. Jake Berman llevaba los pantalones del pijama y el torso desnudo, pero logró ponerse unas deportivas. Miró por encima de su hombro según pasaba por delante de un adornado columpio y corría hacia la valla metálica que separaba su propiedad de la del vecino de enfrente.
– Mierda -murmuró Will, y salió tras él. Will era un buen corredor, pero Berman era muy rápido: se impulsaba con las manos y sus piernas se movían a toda velocidad.
– ¡Policía! -gritó Will, y calculó tan mal la altura de la valla que se le enganchó el pie. Cayó al suelo y se levantó lo más rápido que pudo. Vio a Jake Berman meterse por un jardín lateral, pasar por delante de otra casa y dirigirse a la carretera. Will hizo lo mismo, pero cogiendo un atajo para salir directamente a la calle.
Las ruedas del coche de Nick Shelton chirriaron sobre el asfalto, pero Berman logró sortear el coche y golpeó el capó con la mano abierta mientras se dirigía hacia el jardín trasero de otra casa.
– Maldita sea -exclamó Will-. ¡Policía! ¡Alto!
Berman continuó huyendo, pero era un velocista, no un corredor de fondo. Si había algo que a Will le sobraba era resistencia. Aceleró justo cuando Jake frenaba para intentar abrir la puerta de la valla del vecino. Miró por encima de su hombro, vio a Will y echó a correr de nuevo. Sin embargo, Jake Berman había perdido mucho fuelle, y Will supo al ver que sus piernas se movían más despacio que estaba a punto de tirar la toalla. No pensaba darle la menor oportunidad: cuando estuvo lo suficientemente cerca, arremetió contra él y los dos cayeron al suelo completamente agotados.
– ¡Gilipollas! -gritó Nick Shelton, dándole una patada en el costado.
Teniendo en cuenta la pelea que había tenido el día anterior con el portero del edificio de Anna, Will pensaba que esta vez se aproximaría al testigo con algo más de delicadeza, pero su corazón latía con tal fuerza que sentía náuseas. Y peor aún, la adrenalina le inoculaba en el cerebro toda clase de malos pensamientos.
Nick le dio otra patada a Jake Berman.
– Nunca hay que huir de la ley, capullo.
– No sabía que eran policías…