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– Cállate -dijo Will poniéndole las esposas, pero Berman se revolvió intentando zafarse. Nick levantó de nuevo la pierna, y Will puso la rodilla en la espalda de Berman apretando de tal forma que notó cómo se le doblaban las costillas-. Para ya.

– ¡No he hecho nada!

– ¿Y por eso corrías?

– He salido a correr -gritó-. Salgo todos los días a esta hora.

– ¿En pijama? -le preguntó Nick.

– Que te den.

– Mentir a la policía es un delito grave. -Will se puso de pie y tiró de Jake Berman-. Cinco años de cárcel. Allí hay un montón de lavabos de caballeros.

Berman se puso pálido. Algunos de sus vecinos habían salido a ver lo que pasaba. No parecían muy contentos, ni, según le pareció a Will, muy solidarios tampoco.

– No pasa nada -dijo Jake Berman-. Solo es un malentendido.

– Un malentendido por parte de este gilipollas que cree que puede huir de la policía.

A Will no le preocupaban las apariencias. Tiró hacia arriba de Berman y le obligó a cruzar la calle inclinado hacia adelante.

– Tendrán ustedes noticias de mi abogado.

– Que no se te olvide contarle que has salido corriendo como una colegiala histérica -le dijo Nick.

Will empujó a Berman y preguntó al policía:

– ¿Puedes llamar y pedir refuerzos?

– ¿Quieres a la caballería?

– Quiero que un coche de policía venga a esta casa cagando leches y con las sirenas a todo trapo para que todos los vecinos sepan que está aquí.

Nick le hizo un saludo militar y se fue hacia su coche.

– Están cometiendo un error -le dijo Berman.

– Fuiste tú quien cometió un error al huir de la escena del crimen.

– ¿Qué? -Berman se dio la vuelta, parecía realmente sorprendido-. ¿Qué crimen?

– Autopista 316.

Berman parecía bastante confuso.

– ¿Todo esto es por eso?

O bien su interpretación era digna de un óscar o el hombre no entendía absolutamente nada.

– Presenció usted un accidente de tráfico hace cuatro días en la autopista 316. Un coche atropelló a una mujer. Habló usted con mi compañera.

– Yo no dejé tirada a la chica. Había llegado ya la ambulancia. Le conté al policía del hospital todo lo que vi.

– Le dio una dirección y un número de teléfono falsos.

– Yo solo… -Miró a su alrededor y Will se preguntó si estaría pensando en echar a correr de nuevo-. Sáqueme de aquí -le suplicó Berman-. Lléveme a la comisaría, ¿de acuerdo? Lléveme a la comisaría, deje que haga la llamada que me corresponde y aclararemos todo esto.

Will le dio la vuelta, agarrándole por el hombro por si decidía volver a probar suerte. Con cada paso que daba Will sentía que su irritación crecía cada vez más. Berman resultaba cada vez más patético, la mezquina sombra de un ser humano. Se habían pasado los dos últimos días buscándole y el muy capullo había hecho que lo persiguieran por todo el vecindario.

Se giró.

– ¿Por qué no me quita esas esposas y…?

Will le obligó a volverse de una forma tan brusca que tuvo que agarrarlo para evitar que se cayera de cara. La vecina de al lado estaba en el umbral de la puerta principal, observándoles. Como las otras vecinas, no parecía desagradarle el hecho de ver a Berman esposado.

– ¿Te odian porque eres gay? -le preguntó Will-. ¿O porque vives a costa de tu mujer?

Berman se giró de nuevo.

– ¿Pero qué coño te…?

Will le empujó y esta vez le hizo perder el equilibrio.

– Son las diez de la mañana y todavía estás en pijama. -Lo empujó para que avanzara por el descuidado césped de su jardín-. ¿No tienes un cortacésped?

– No podemos permitirnos un jardinero.

– ¿Dónde están tus hijos?

– En la guardería. -Intentó girarse de nuevo-. ¿De qué va todo esto?

Will le empujó una vez más, obligándole a avanzar por el camino de entrada. Le odiaba por diversas razones, entre otras, porque tenía una esposa y dos hijos que seguramente le querían mucho y él no era capaz de corresponderles cortando el césped o lavando el coche.

– ¿Adónde me lleva? Le dije que me llevara a la comisaría de policía.

Will guardó silencio y continuó empujándole hacia la casa, tirando de sus manos hacia arriba cuando aminoraba el paso o intentaba volverse.

– Si estoy detenido tiene que llevarme a la cárcel.

Fueron hacia la parte trasera de la casa, y Berman no dejó de protestar. Estaba acostumbrado a que le escucharan y parecía molestarle más el hecho de que le ignoraran que el de que le empujaran, así que Will continuó sin decir una palabra.

Intentó abrir la puerta de atrás, pero estaba cerrada con llave. Miró a Jake, y su expresión arrogante pareció indicar que pensaba que ahora tenía la sartén por el mango. La ventana por la que había salido el hombre se había quedado cerrada, pero Will la deslizó hacia arriba, haciendo chirriar los viejos muelles.

– No se preocupe. Yo le espero aquí -le dijo Berman.

Will se preguntó dónde estaría Shelton. Seguramente estaba en la parte de delante, pensando que le hacía un favor dejándole a solas con el sospechoso.

– Vale -dijo abriendo las esposas para encadenar a Berman a la parrilla de la barbacoa. Se apoyó en el alféizar y subió a pulso hasta la ventana.

Aterrizó en la cocina, que estaba decorada con dibujos de gansos: gansos en el zócalo, en los paños y en la alfombra que había bajo la mesa de la cocina.

Se volvió para mirar por la ventana. Berman estaba allí, alisándose el pijama como si estuviera en un probador de Macy’s.

Will inspeccionó rápidamente la casa, pero no encontró más que lo que esperaba: la habitación de los niños con una litera, el dormitorio principal con baño propio, la cocina, la sala de estar y un despacho con un solo libro en los estantes. Will no fue capaz de leer el título, pero reconoció la foto de Donald Trump en la cubierta y supuso que sería uno de esos libros que enseñan cómo hacerse rico en poco tiempo. Obviamente Jake Berman no había seguido los consejos del millonario. Aunque teniendo en cuenta que se había quedado sin trabajo y se había declarado en bancarrota, a lo mejor sí los había seguido.

No había sótano y en el garaje no había más que tres cajas que, al parecer, contenían los objetos personales que Berman había recogido al dejar su puesto: una grapadora, un bonito juego de escritorio, un montón de documentos con gráficos y esquemas. Will deslizó la puerta de cristal del patio trasero y se encontró al detenido sentado bajo la parrilla, con el brazo colgando sobre su cabeza.

– No tiene derecho a registrar mi casa.

– Saliste huyendo de tu domicilio. No necesito más que eso.

Aparentemente Berman se tragó la explicación, que le había sonado razonable al propio Will aunque sabía que era del todo ilegal.

Will cogió un silla de la mesa y se sentó. El aire seguía siendo frío, y el sudor de la carrera que se había dado persiguiendo a Berman se le estaba enfriando.

– Esto no es justo -dijo Berman-. Quiero su número de placa, su nombre y…

– Pero ¿quieres los de verdad o prefieres que me los invente, como hiciste tú?

Berman tuvo el sentido común de no contestar.

– ¿Por qué corrías, Jake? ¿Adónde pensabas ir en pijama?

– No lo he pensado -masculló Berman-. Es solo que no quiero pasar por esto ahora. Bastante tengo con lo mío.

– Tienes dos opciones: o me cuentas lo que ocurrió esa noche, o te llevo a la cárcel en pijama. -Para dejar bien clara la amenaza añadió-: Y no me refiero al Club de Campo de Coweta, te voy a llevar derecho a la cárcel de Atlanta y no voy a dejar que te cambies.

Señaló el pecho de Berman, que subía y bajaba aceleradamente a causa del miedo y de la ira. Era evidente que el tipo se cuidaba. Tenía los abdominales bien definidos y los hombros anchos y musculosos.

– Ya verás como tantas horas levantando pesas te van a venir muy bien.