Выбрать главу

– Ella le dijo que era para que Tom pudiera empezar de nuevo, para que todos pudiéramos empezar de nuevo. -Se echó a reír amargamente y se dirigió a Faith-. Siempre gira todo alrededor de los chicos, ¿verdad? Las madres y sus hijos varones. A las hijas que les den por saco. A quien verdaderamente quieren es a los chicos.

Faith se llevó la mano a la barriga. Aquel gesto se había convertido en algo natural en los últimos días. Desde el principio había creído que la criatura que llevaba dentro era un chico; otro Jeremy que le haría dibujos y le cantaría canciones. Otro meoncete que presumiría delante de sus amigos de que su mamá fuera policía. Otro chaval que sería respetuoso con las mujeres. Otro adulto que sabría por su madre soltera lo duro que era pertenecer al bello sexo.

Ahora Faith rezaba para que fuera una niña. Todas las mujeres que habían conocido durante la investigación de aquel caso habían encontrado la manera de odiarse a sí mismas mucho antes de tropezarse con Tom Coldfield. Todas ellas estaban acostumbradas a privar a sus cuerpos de todo: desde el alimento hasta el calor de algo tan esencial como el amor. Faith quería mostrarle otro camino a su hija. Quería a una niña para poder criarla de modo que tuviera la oportunidad de quererse a sí misma. Quería ver a esa niña crecer para convertirse en una mujer fuerte que supiera cuál era su valor en el mundo. Y no quería que ninguno de sus hijos conociera nunca a una mujer tan amargada y lisiada como Pauline McGhee.

– Judith está en el hospital -le dijo Will-. La bala no le alcanzó el corazón.

Las aletas de la nariz de Pauline se dilataron. Los ojos se le llenaron de lágrimas y Faith se preguntó si alguna parte de ella, por pequeña que fuese, todavía quería conservar algún tipo de vínculo con su madre.

– Puedo llevarte a verla, si quieres -le ofreció Faith.

Pauline se secó las lágrimas y soltó una carcajada seca.

– Ni se te ocurra, zorra. Ella nunca ha estado ahí para cuidarme, y te juro por lo más sagrado que yo no voy a estar ahí para cuidarla a ella. -Se cambió a su hijo de brazo-. Tengo que llevarle a casa.

– Si pudieras al menos… -dijo Will.

– Si pudiera, ¿qué?

Will no sabía qué responder. Pauline se levantó y se fue hacia la puerta, intentando sujetar a Felix mientras tiraba del pomo.

– Seguramente el FBI querrá ponerse en contacto contigo -le dijo Faith.

– Pues me pueden besar el culo. -Consiguió abrir la puerta-. Y vosotros también.

Faith se quedó mirándola mientras se alejaba por el pasillo, cambiándose a Felix de brazo al doblar la esquina de camino a los ascensores.

– Dios -exclamó Faith en voz baja-. Resulta difícil sentir lástima por ella.

– Hiciste lo correcto -le dijo Will.

Faith volvió a verse en aquel pasillo con Tom, apuntando a la cabeza de Pauline, con Tom forcejeando en el suelo. No les entrenaban para herir a los sospechosos, les entrenaban para disparar una andanada de balas directas al pecho.

A menos que una fuera Amanda Wagner, en cuyo caso hacía un solo disparo que causaba el daño suficiente para reducir al sospechoso pero no para matarlo.

– Si tuvieras que volver a hacerlo, ¿dejarías que Pauline matara a Tom? -le preguntó Will.

– No lo sé -confesó Faith-. Iba con el piloto automático. Hice aquello para lo que me entrenaron.

– Teniendo en cuenta lo que ha tenido que pasar Pauline… -Will no quiso terminar la frase-. No es una mujer muy agradable.

– Es una auténtica zorra con la sangre muy fría.

– Qué raro que no me haya enamorado de ella.

Faith se echó a reír. Había visto a Angie en el hospital cuando subieron a Will del quirófano.

– ¿Qué tal está la señora Trent?

– Asegurándose de que pago las primas de mi seguro de vida. -Sacó su móvil-. Le dije que volvería a las tres.

Faith no hizo ningún comentario sobre su nuevo móvil, ni sobre su expresión de recelo. Imaginó que Angie Polaski había vuelto a su vida. No le quedaba más remedio que acostumbrarse, del mismo modo que te acostumbras a una cuñada trabajosa o a la insufrible y malcriada hija del jefe.

Will echó la silla hacia atrás.

– Supongo que debería irme.

– ¿Quieres que te acerque en el coche?

– Prefiero caminar.

No vivía muy lejos de allí, pero hacía apenas setenta y dos horas que había pasado por el quirófano. Faith hizo ademán de protestar, pero Will la detuvo.

– Eres una buena policía, Faith, y me alegro de que seas mi compañera.

Pocas cosas podría haber dicho que le sorprendieran más.

– ¿En serio?

Will se agachó y le besó la coronilla. Antes de que ella pudiera responder, le dijo:

– Si alguna vez te encuentras con Angie subida encima de mí de esa manera, no le avises, ¿vale? Tú solo aprieta el gatillo.

Epílogo

Sara se apartó para que pudieran sacar al paciente de la sala de urgencias. El hombre había chocado frontalmente contra un motorista que debía de pensar que las luces rojas eran solo para los coches. El motorista había muerto, pero el conductor había salvado la vida gracias al cinturón de seguridad. A Sara no dejaba de asombrarle la cantidad de gente que veía a diario en las urgencias del Grady que pensaba que no es necesario ponerse el cinturón de seguridad. Y había visto también a otros tantos en la morgue cuando trabajaba como forense del condado de Grant.

Mary entró para limpiarlo todo y dejarlo listo para el siguiente paciente.

– Buen salvamento -le dijo.

Sara sonrió. Al Grady llegaba solo lo peor de lo peor. No era una frase que escuchara muy a menudo.

– ¿Qué tal está esa policía preñada tan histérica, Mitchell?

– Faith -le dijo Sara-. Bien, supongo.

La habían trasladado en helicóptero hasta el hospital dos semanas antes, y desde entonces no había hablado con ella. Cada vez que pensaba en coger el teléfono para enterarse de cómo estaba sucedía algo que se lo impedía. Por otro lado, Faith tampoco la había llamado. Probablemente le daba cierta vergüenza que Sara la hubiera visto en un estado tan lamentable. Teniendo en cuenta que hasta hacía poco ni siquiera estaba segura de querer continuar con su embarazo, Faith Mitchell lloró como un bebé cuando creyó que lo había perdido.

– ¿No se ha terminado ya tu turno? -le preguntó Mary.

Sara miró el reloj. Hacía veinte minutos que había acabado.

– ¿Necesitas ayuda? -le preguntó, señalando los desechos que había tirado al suelo unos minutos antes mientras intentaba salvarle la vida al paciente.

– Vete -le dijo Mary-. Llevas aquí toda la noche.

– Tú también -le recordó Sara, pero no iba a esperar a que le dijeran dos veces que se marchara.

Fue por el pasillo hasta la sala de médicos, y se echó a un lado para dejar pasar a los celadores que trasladaban camillas de un lado a otro a toda velocidad. Los pacientes volvían a estar como sardinas en lata, y se agachó para pasar por debajo del mostrador de las enfermeras y evitar tropezarse con ellas. La televisión que había encima del mostrador tenía puesta la CNN, y vio que el caso de Tom Coldfield seguía siendo noticia.

El despliegue había sido espectacular, pero a Sara le sorprendía que no hubiera acudido más gente a contar su versión de los hechos. No esperaba que Anna Lindsey quisiera ganar dinero contando su historia, pero el hecho de que las otras dos víctimas tampoco hubieran querido decir una palabra resultaba más que sorprendente en una época en la que los acuerdos para sacar una película o una exclusiva en televisión se cerraban inmediatamente. Sara dedujo de lo que había oído en los informativos que el DIG no había revelado todos los detalles de la historia, pero le iba a resultar difícil encontrar a alguien que quisiera contarle la verdad.