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Will se aclaró la voz. Ya no miraba a la pared, pero tampoco miraba directamente a la testigo.

– ¿Y por qué no dejar las cosas como están, sin más? -preguntó-. Prácticamente no hay más que basura, y el constructor va a derribar la casa de todas formas.

A Candy le horrorizó la idea.

– Esta era la casa de su madre. Jackie se crio aquí; su infancia está enterrada bajo todas estas porquerías. Uno no puede deshacerse de su pasado así, sin más ni más.

Will cogió el móvil como si hubiera sonado. Faith sabía que tenía estropeado el modo vibración (Amanda había estado a punto de matarle la semana anterior porque le sonó en mitad de una reunión). Sin embargo miró la pantalla y dijo:

– Disculpadme.

Salió por la puerta de atrás, apartando con el pie un montón de revistas que le obstaculizaban el paso.

– ¿Cuál es su problema? -preguntó Candy refiriéndose a Will.

– Es alérgico a las zorras -bromeó Faith, aunque de haber sido cierto esa mañana Will tendría el cuerpo invadido por un sarpullido de la cabeza a los pies-. ¿Con qué frecuencia visitaba Jackie a su madre?

– ¿Me has tomado por su secretaria personal?

– Quizá recupere la memoria si la llevo a la central.

– Joder -murmuró Candy-. Vale. Puede que viniera a verla unas dos veces al año, más o menos.

– ¿Y nunca ha visto a la hermana, a Joelyn, por aquí?

– No.

– ¿Pasaba usted mucho tiempo con Jackie?

– No mucho. No se puede decir que fuéramos amigas ni nada parecido.

– ¿Y eso de que estuvieron fumando marihuana la semana pasada? ¿Le contó algo sobre su vida?

– Me dijo que la residencia donde había ingresado a su madre costaba cincuenta de los grandes al año.

Faith tuvo que contenerse para no silbar.

– Pues se llevará todo lo que saque por la venta de la casa.

Candy no parecía compartir su opinión.

– Hace tiempo que Gwen no está bien. No creo que supere este año. Jackie me dijo que a lo mejor le llevaba algo bonito cuando fuera a visitarla.

– ¿Dónde está la residencia?

– En Sarasota.

Jackie Zabel vivía en la parte noroccidental de Florida, a unas cinco horas en coche de Sarasota. Ni demasiado cerca, ni demasiado lejos.

– Las puertas no estaban cerradas con llave cuando llegamos.

Candy meneó la cabeza.

– Jackie vivía en una urbanización cerrada. Nunca cerraba las puertas con llave. Una noche se dejó las llaves en el coche; cuando vi sus llaves en el contacto no me lo podía creer. Fue un milagro que no se lo robaran. -Con cierta tristeza, añadió-: Siempre tuvo mucha suerte.

– ¿Estaba saliendo con alguien?

Candy volvió a mostrarse reticente pero Faith esperó a que la mujer respondiera.

– No era tan simpática, ¿sabes? -respondió por fin-. Estaba bien para compartir un porro, pero en general se podría decir que era una arpía; y los hombres querían follársela, pero no se quedaban a charlar con ella después. No sé si me explico.

Faith no era la más indicada para juzgarla.

– ¿Podría ser más específica? ¿A qué se refiere con eso de que era una arpía?

– Solo ella sabía cuál era el camino más adecuado para ir a Florida, la clase de gasolina que hay que ponerle al coche, cómo hay que tirar la maldita basura. -Candy hizo un gesto señalando la abarrotada cocina-. Por eso quería encargarse de todo esto personalmente. Está forrada; podía haberse permitido contratar a una cuadrilla y le habrían dejado la casa limpia en dos días. Pero pensaba que solo ella podía hacerlo como es debido. Esa es la única razón por la que se quedó aquí: tiene obsesión por controlarlo absolutamente todo.

Faith pensó en las bolsas alineadas con pulcritud en la acera.

– Dice que no salía con nadie. ¿Había algún hombre en su vida? ¿Algún ex marido, un antiguo novio?

– Quién sabe. A mí no me hacía demasiadas confidencias, y Gwen lleva años sin saber ni en qué día vive. Honestamente creo que Jackie solo necesitaba dar un par de caladas para relajarse y sabía que yo tenía marihuana.

– ¿Y por qué la compartió con ella?

– No estaba mal cuando se relajaba.

– Ha preguntado usted si iba borracha cuando tuvo el accidente.

– Sé que tuvo un problema con eso en Florida. Le cabreaba mucho ese asunto. -Con mucha seguridad, añadió-: Esos controles son absurdos. Una triste copa de vino y te plantan las esposas como si fueras un delincuente. Lo único que quieren es cubrir su cuota.

Faith había tenido que hacer muchos controles de alcoholemia y sabía que había salvado muchas vidas. No le cabía la menor duda de que Candy, por su parte, debía de haber tenido más de un rifirrafe con la policía.

– Así que Jackie no le caía bien, pero tenía bastante trato con ella. No la conocía muy bien, pero sabe que estaba recurriendo una denuncia por conducir bajo los efectos del alcohol. ¿En qué quedamos?

– Es más fácil seguirle la corriente a la gente, ¿sabes? No soy de las que van buscando problemas.

Por lo visto, prefería buscárselos a los demás. La agente sacó su libreta.

– ¿Podría decirme cuál es su apellido?

– Smith. -Faith la miró fijamente a los ojos-. En serio: me llamo Candace Courtney Smith. Vivo en esa ruina que hay al otro lado de la calle.

Miró fugazmente por la ventana y vio a Will hablando con uno de los agentes de uniforme. Por el modo en que el hombre meneaba la cabeza imaginó que no habían averiguado nada nuevo.

– Siento haberme puesto así -dijo Candy-. Es que no me gusta ver a la policía husmeando por aquí.

– ¿Y eso por qué?

La mujer se encogió de hombros.

– Hace tiempo tuve algún que otro problema con la poli.

Faith ya lo había adivinado. Candy tenía la típica actitud hostil de quien ha ocupado el asiento trasero de un coche de policía en más de una ocasión.

– ¿Qué clase de problemas?

Se encogió de hombros otra vez.

– Solo lo digo porque de todas maneras lo van a averiguar y no quiero que vuelvan aquí como si fuera una psicópata homicida.

– Muy bien. ¿Qué hay?

– Me detuvieron por prostitución cuando tenía veinte años.

A Faith no le sorprendió en absoluto.

– Conoció a un tipo que la inició en las drogas y la convirtió en una yonqui -aventuró.

– Romeo y Julieta -confirmó Candy-. El muy cabrón me endilgó toda su mierda. Dijo que a mí no me encerrarían por eso.

Tenía que haber una fórmula matemática que permitiera calcular con exactitud cuánto tiempo tardaba una mujer en ponerse a hacer la calle para costearse sus vicios después de que su novio la enganchara a las drogas. Faith imaginó que el resultado sería cero coma poco. -¿Cuánto tiempo le cayó?

– Una mierda -rio Candy-. Delaté al cabrón y a su camello. No pasé entre rejas ni un solo día.

Esto tampoco sorprendió a Faith.

– Hace mucho que dejé las drogas duras -explicó la mujer-. Pero la hierba me relaja mucho.

De nuevo miró a Will de reojo. Evidentemente, había algo en él que la ponía nerviosa. Faith decidió preguntarle directamente.

– ¿Qué es lo que tanto la preocupa?

– No parece un policía.

– ¿Y qué parece?

Candy meneó la cabeza.

– Me recuerda a mi primer novio: muy calladito y muy educado pero con un carácter… -Estampó el puño contra la palma de su otra mano-. Me zurraba que daba gusto. Me rompió la nariz. Y un día me rompió una pierna porque no gané el suficiente dinero. Todavía me duele cuando hace frío.

Faith vio adónde quería ir a parar. Si se había puesto a hacer la calle para comprar drogas y la habían pillado más de una vez por conducir en estado de embriaguez no era por su culpa, sino por la de su malvado novio o el estúpido policía que no pensaba en otra cosa que en cumplir con su cuota. Y ahora era a Will a quien le tocaba hacer el papel de malo. Candy era una experta manipuladora que sabía perfectamente cuándo estaba perdiendo el favor de su público.