Will no solía pensar en cómo era la vida de Faith antes de conocerla, en el hecho de que había patrullado las calles y coordinado una brigada antes de que la ascendieran a detective. Ella soltó una carcajada que no entendió.
– Mantuvimos una relación bastante tormentosa durante unos cuantos años.
– ¿Y qué pasó?
– No le gustaba que tuviera un crío. Y a mí no me gustaba que fuera un alcohólico.
– Vaya… -dijo Will, intentando encontrar una respuesta adecuada-. Parece un buen tipo.
– Sí, lo parece -respondió ella.
Will vio a los reporteros con las cámaras pegadas al cristal, desesperados por captar algunas imágenes. El hospital Grady era público, pero la prensa necesitaba un permiso para filmar en el interior del edificio y a esas alturas todos sabían ya que los guardias de seguridad no tenían el menor reparo en sacarles de las orejas si les pillaban importunando a los pacientes o, peor aún, al personal.
– Will -dijo Faith, y por su tono de voz él supo que quería volver sobre el asunto de la lista pegada en la nevera, sobre lo de su flagrante analfabetismo. Así que dijo algo que sabía le haría desistir de su propósito.
– ¿Por qué te contó todo eso la doctora Linton?
– ¿A qué te refieres?
– A lo de su marido, y a lo de que había trabajado como forense en el sur.
– La gente me cuenta cosas.
Eso era cierto. Faith poseía ese don que tienen algunos policías de saber cuándo es mejor callarse para que la gente sienta el impulso de llenar el silencio hablando.
– ¿Y qué más te contó?
Faith sonrió con malicia.
– ¿Por qué lo preguntas? ¿Quieres que le deje una nota en su taquilla?
Will volvió a sentirse como un idiota, y esa clase de estupidez era mucho peor.
– ¿Qué tal está Angie? -le preguntó ella.
– ¿Qué tal está Víctor? -replicó él.
Así las cosas, atravesaron el vestíbulo en silencio.
– ¡Eh, eh! -Leo alzó los brazos y salió al encuentro de Faith-. ¡Aquí viene mi chica favorita del DIG! -La abrazó efusivamente y, para sorpresa de Will, ella lo permitió-. Estás estupenda, Faith. Realmente fantástica.
La agente hizo un gesto con la mano y se echó a reír con expresión de incredulidad, algo que Will hubiera interpretado como un gesto infantil si no la conociera tan bien.
– Me alegro de verte, compañero -bramó Leo, ofreciendo enérgicamente su mano.
Intentó no arrugar la nariz al percibir el fuerte olor a tabaco que emanaba del detective. Leo Donnelly era de estatura y peso medio, pero por desgracia era un policía muy por debajo de la media. Se le daba bien cumplir órdenes, pero se negaba a pensar por sí mismo. Aunque no era algo precisamente insólito en un detective de homicidios ascendido en la década de los ochenta, Leo representaba exactamente la clase de policía que Will detestaba: desaliñado, arrogante y sin escrúpulos a la hora de pasar a las manos cuando un sospechoso se resistía a hablar.
Will intentó mostrarse amable, estrechó la mano del detective y le preguntó:
– ¿Cómo te va, Leo?
– No puedo quejarme. -Pero comenzó a hacer exactamente eso mientras se dirigían a urgencias-. Me faltan dos años para retirarme y me están presionando para que me vaya. Creo que es por la cuestión médica: ya sabéis de mis problemillas con la próstata. -Ninguno de los dos respondió, pero eso no le frenó-. Los cabrones del seguro se niegan a pagar algunas de las medicinas que tengo que tomar. No os pongáis malos o encontrarán la manera de joderos bien jodidos; no digáis que no os avisé.
– ¿Y qué medicinas son esas? -le preguntó Faith.
Will no entendía por qué le daba cuerda.
– La puta Viagra. Seis pavos por pildorita. Es la primera vez en mi vida que pago por tener sexo.
– Eso no me lo creo -replicó Faith-. Háblanos del niño. ¿Alguna pista de dónde puede estar la madre?
– Nasti de plasti. El coche está registrado a nombre de Pauline McGhee. Encontramos sangre en el lugar de los hechos; no mucha, pero sí suficiente para ver que no era de una hemorragia nasal.
– ¿Habéis encontrado algo en el coche?
– Solo el bolso y el monedero. El permiso de conducir confirma que se trata de Pauline McGhee. Las llaves estaban puestas en el contacto. El niño, Felix, se había quedado dormido en el asiento de atrás.
– ¿Quién lo encontró?
– Un cliente. Vio al crío dormido en el coche y avisó al gerente.
– Seguramente el miedo lo ha dejado exhausto -murmuró Faith-. ¿Y qué hay del vídeo?
– La única cámara operativa estaba en el exterior, es una basculante para controlar toda la fachada del edificio.
– ¿Y las demás?
– Unos gamberros las dejaron fuera de combate. -Leo se encogió de hombros, como si fuera lo más normal-. El coche estaba fuera de encuadre, así que no tenemos imágenes. Tenemos a McGhee entrando con su hijo, saliendo sola, a la carrera. Yo diría que no se dio cuenta de que el niño no estaba con ella hasta que llegó al coche. Puede que hubiera alguien fuera, lo tuviera escondido y lo utilizara después como cebo para poder acercarse a ella. Luego la golpeó y se la llevó.
– ¿Se ve salir del súper a alguien más?
– La cámara hace un barrido de izquierda a derecha. El niño estaba dentro de la tienda, eso seguro. Me imagino que quienquiera que se lo llevara estaba vigilando la cámara. Debió de aprovechar para colarse cuando enfocaba hacia el otro lado.
– ¿Sabes a qué colegio va Felix? -preguntó Faith.
– A uno de esos colegios privados tan pijos de Decatur. Ya les he llamado. -Leo sacó su libreta y se la pasó a Faith para que pudiera copiar toda la información-. Me dijeron que la madre no les dejó ningún contacto para casos de emergencia. El padre eyaculó en un vaso; ahí se terminó su colaboración. Tampoco se sabe nada de los abuelos. Y a título informativo, es un comentario personal, sus compañeros de trabajo no le tienen mucho cariño que digamos. Me ha dado la impresión de que la consideran una auténtica arpía. -Sacó un papel doblado de su bolsillo y se lo pasó a Faith-. Aquí tienes una fotocopia de su carné de conducir. Es un pibón.
Will se asomó por encima del hombro de Faith para ver la foto. Era en blanco y negro, pero resultaba fácil adivinar.
– Cabello y ojos oscuros.
– Igual que las otras -confirmó Faith.
– Ya hemos mandado algunos hombres a casa de McGhee -explicó Leo-. Por lo visto, ningún vecino sabe quién coño es ni tampoco les importa lo más mínimo que haya desaparecido. Dicen que es muy reservada, nunca saluda, nunca asiste a las fiestas del edificio ni a ningún otro evento. Vamos a ver que nos dicen en su lugar de trabajo; es un estudio de diseño de muchas campanillas en Peachtree.
– ¿Has comprobado sus cuentas?
– Tiene mucha pasta -respondió Leo-. Está al día con la hipoteca, el coche es suyo y tiene dinero en el banco, algunas inversiones en bolsa y un plan de pensiones. Está claro que no cobra precisamente un salario de policía.
– ¿Algún movimiento reciente en sus tarjetas?
– Estaba todo en su bolso: el monedero, las tarjetas y sesenta pavos en efectivo. La última vez que utilizó su tarjeta de débito fue esta mañana en el City Foods. De todos modos, he dado la alerta por si alguien ha tomado nota de los números. Si surge cualquier cosa os avisaré enseguida. -Leo miró a su alrededor. Estaban justo delante de la puerta de entrada del servicio de urgencias-. ¿Todo esto tiene algo que ver con el Asesino del Riñón?
– ¿El Asesino del Riñón? -preguntaron Will y Faith al unísono.
– Qué monos -dijo Leo-. Me recordáis mucho a los gemelos Bobbsey.
– ¿De qué estás hablando? -Faith parecía tan descolocada como Will.
– El departamento de policía de Rockdale filtra más que mi próstata -les informó Leo, en tono confidencial pero encantado de poder divulgar la noticia-. Dicen que a vuestra primera víctima le extirparon un riñón. Supongo que será uno de esos casos de tráfico de órganos, o alguna secta. Me han dicho que por un riñón te pueden dar una pasta, unos cien de los grandes.