– ¿De qué color era su ropa?
Felix se encogió de hombros y Will se preguntó si el niño había decidido no responder a más preguntas o si realmente no se acordaba. Este pellizcó el borde del libro.
– Llevaba un traje como el de Morgan.
– ¿Morgan es un amigo de tu mamá?
Felix asintió.
– Es del trabajo, pero ella está enfadada con él porque ha dicho una mentira y quiere buscarle problemas, pero mi mamá no va a dejar que se salga con la suya por la caja fuerte.
Se preguntó si Felix habría escuchado alguna conversación telefónica o si Pauline McGhee sería la clase de mujer que se desahogaba contándole sus problemas a un niño de seis años.
– ¿Recuerdas algo más del hombre que se llevó a tu mamá?
– Dijo que me haría mucho daño si le hablaba a alguien de él.
El rostro de Will tenía una expresión completamente neutra, y el de Felix también.
– Pero tú no tienes miedo de ese hombre. -No era una pregunta, sino una afirmación.
– Mi mamá dice que nunca va a dejar que nadie me haga daño.
Parecía tan seguro de sí mismo que Will no pudo evitar sentir un gran respeto por la clase de madre que era Pauline McGhee. Había entrevistado a muchos niños a lo largo de su vida profesional y, aunque la mayoría querían a sus padres, no era frecuente que exhibieran tal grado de confianza.
– Tu madre tiene razón. Nadie va a hacerte daño.
– Mi mamá me protegerá -insistió Felix, y Will empezó a cuestionarse la naturaleza de esa seguridad que el niño mostraba. Normalmente uno no tranquilizaba a un niño si previamente no existía un temor real.
– ¿Le preocupaba a tu mamá que alguien pudiera hacerte daño?
Felix pellizcó la cubierta del libro otra vez y asintió de forma casi imperceptible. Will esperó un momento, no quería precipitarse con su siguiente pregunta.
– ¿De quién tenía miedo, Felix?
El niño respondió en voz muy queda, casi en un susurro.
– De su hermano.
Un hermano. A lo mejor, después de todo, no se trataba más que de un problema familiar.
– ¿Te dijo su nombre?
Felix dijo que no con la cabeza.
– No le he visto nunca, pero es malo.
Se quedó mirando fijamente al niño, sin saber muy bien cómo formular la siguiente pregunta.
– Malo, ¿cómo?
– Peligroso -dijo Felix-. Mamá dice que es peligroso, y que ella me va a proteger de él porque me quiere más que a nadie en el mundo. -Lo dijo de forma tajante, como si quisiera zanjar esa cuestión exactamente ahí-. ¿Ahora ya me puedo ir a casa?
Will habría preferido que le clavaran un puñal en el pecho a tener que responder a esa pregunta. Miró a Sara en busca de ayuda, y ella tomó el relevo.
– ¿Te acuerdas de la mujer que te he presentado antes, la señorita Nancy? -Felix asintió con la cabeza-. Va a buscar a alguien para que te cuide hasta que vuelva tu mamá.
Los ojos del niño se llenaron de lágrimas. Will no podía reprochárselo. La señorita Nancy debía de ser una trabajadora social, y seguramente estaría a años luz de las profesoras del colegio privado en el que estudiaba Will y de las amistades pijas de su madre.
– Pero yo quiero irme a casa -protestó.
– Lo sé, cariño -le dijo Sara con suavidad-. Pero si te vas a casa estarás solo. Tenemos que asegurarnos de que estés bien hasta que vuelva tu mamá.
Felix no parecía muy convencido. Will puso una rodilla en el suelo para ponerse a su altura. Posó la mano en su hombro, tocando accidentalmente el brazo de Sara al hacerlo. Sintió un nudo en la garganta y tuvo que tragar saliva para poder hablar.
– Mírame, Felix. -Esperó hasta que el niño le miró a la cara-. Me voy a asegurar personalmente de que tu mamá vuelva contigo, pero necesito que seas valiente mientras trabajo para encontrarla.
La cara de Felix tenía una expresión tan inocente y confiada que dolía mirarle.
– ¿Cuánto tiempo tardarás? -preguntó con voz entrecortada.
– Pues, como mucho, una semana -respondió, haciendo un esfuerzo por no apartar la mirada. Si Pauline McGhee seguía sin aparecer pasada una semana significaría que había muerto y que Felix se habría quedado huérfano-. ¿Puedes darme una semana?
El niño seguía mirando fijamente a Will como si intentara discernir si le estaba diciendo la verdad o no. Por fin asintió.
– Muy bien -dijo Will con la sensación de tener un yunque sobre su pecho.
Vio que Faith estaba sentada en una silla junto a la puerta y se preguntó cuándo habría entrado en la habitación. Se levantó y le hizo un gesto con la cabeza para que saliera con ella. Will le dio unas palmaditas en la pierna a Felix antes de salir al pasillo.
– Le comentaré a Leo lo del hermano -dijo Faith-. Parece una disputa familiar.
– Probablemente. -Miró de reojo la puerta cerrada. Quería volver a entrar, pero no por Felix-. ¿Qué te ha dicho la hermana de Jackie?
– Joelyn. No se ha quedado lo que se dice desolada al saber que habían matado a su hermana.
– ¿Qué quieres decir?
– Que la mala leche debe de ser cosa de familia.
Will alzó las cejas.
– No me hagas caso, tengo un mal día -zanjó, aunque eso no era exactamente una explicación-. Joelyn vive en Carolina del Norte. Dijo que tardaría unas cinco horas en llegar hasta aquí. -Como si se le hubiera ocurrido en ese momento, añadió-: Ah, y piensa demandar al departamento de policía y hacer que nos despidan si no encontramos al hombre que mató a su hermana.
– Vaya, es una de esas.
No sabía qué era peor: si los familiares que se quedaban tan devastados por la pena que hacían que te sintieras como si te hubieran metido la mano en el pecho y te estuvieran estrujando el corazón o los que se enfadaban tanto que parecía que te estrujaban algo un poco más abajo.
– Quizá deberías hablar tú con Felix.
– Me ha parecido que estaba bastante abatido -replicó Faith-. No creo que pueda sacarle mucho más.
– A lo mejor hablar con una mujer…
– Se te dan muy bien los niños -le interrumpió con un dejo de sorpresa en la voz-. En cualquier caso, ahora mismo tienes más paciencia que yo.
Will se encogió de hombros. Había echado una mano con algunos de los niños más pequeños cuando estaba en el orfanato, principalmente para evitar que los recién llegados se pasaran toda la noche llorando y no dejaran dormir a los demás.
– ¿Le pediste a Leo el teléfono del trabajo de Pauline McGhee? -Faith asintió-. Tenemos que llamar y preguntar por un tal Morgan. Felix dice que el secuestrador iba vestido como él, y puede que le guste llevar un tipo de traje concreto. Nuestro hombre mide alrededor de uno setenta, tiene bigote y el cabello moreno.
– El bigote podría ser postizo.
Will no podía negarlo.
– Felix es muy listo para su edad, pero no estoy muy seguro de que sea capaz de distinguir entre un bigote real y uno postizo. Puede que Sara haya conseguido sacarle algo más.
– Vamos a dejarles solos un poco más -sugirió Faith-. Diría que crees que Pauline McGhee es otra de nuestras víctimas.
– ¿A ti qué te parece?
– He preguntado primero.
Will suspiró.
– Mis tripas me inclinan a pensarlo. Pauline está bien situada, tiene un buen trabajo, es morena y de ojos castaños. -Se encogió de hombros-. Tampoco es un argumento muy sólido.
– Es más de lo que teníamos al levantarnos hoy por la mañana -señaló Faith, aunque no sabía muy bien si compartía la corazonada de Will o se estaba agarrando a un clavo ardiendo.
– Vamos a llevar esto con cautela. No quiero causarle problemas a Leo por andar metiendo las narices en su caso para luego dejarle con el culo al aire si esto se queda en nada.
– De acuerdo.
– Llamaré al estudio donde trabaja Pauline McGhee y preguntaré lo de los trajes de Morgan. Igual puedo sacarles algo más de información sin poner a Leo en un compromiso. -Sacó su móvil y miró la pantalla-. Me he quedado sin batería.