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– La huella ensangrentada en el carné de conducir de Jacquelyn Zabel pertenece a nuestra primera víctima. ¿Seguimos llamándola Anna? -No les dio tiempo para contestar-. ¿El secuestro en el supermercado tiene alguna relación con nuestro caso?

– Podría ser -respondió Will-. La madre fue secuestrada a eso de las cinco y media de la mañana. Al niño, Felix, lo encontraron dormido en el coche. Nos ha dado una descripción muy vaga del secuestrador; el chico solo tiene seis años. La policía de Atlanta está colaborando, pero, que yo sepa, no nos han pedido ayuda.

– ¿Quién está al mando de la investigación?

– Leo Donnelly.

– Inútil -gruñó Amanda-. De momento le dejaremos seguir con su caso, pero quiero que lo atéis bien corto. Dejad que la policía de Atlanta se ocupe del trabajo a pie de calle y de los gastos forenses, pero si empieza a cagarla, sacáoslo de encima.

– Eso no le va a gustar un pelo -dijo Faith.

– ¿Tengo cara de que me importe? Parece que nuestros amigos del condado de Rockdale se están arrepintiendo de habernos pasado el caso. He convocado una rueda de prensa para dentro de cinco minutos y quiero que Faith y tú estéis conmigo y pongáis cara de que lo tenemos todo bajo control mientras yo le explico a la gente que sus riñones están a salvo de los perversos traficantes de órganos. -Le tendió la mano a Sara-. Doctora Linton, supongo que no le extrañará si digo que esta vez nos encontramos en mejores circunstancias.

– En lo que a mí respecta, desde luego -dijo Sara, estrechándole la mano.

– Fue una ceremonia muy emotiva. Un homenaje digno de un gran policía.

– Oh… -exclamó Sara, algo confusa y con la voz entrecortada. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Se aclaró la voz y trató de recuperar la compostura-. No la vi… Ese día estaba muy aturdida.

Amanda se quedó estudiándola con atención y, con voz sorprendentemente amable le preguntó:

– ¿Cuánto tiempo ha pasado ya?

– Tres años y medio.

– Me enteré de lo que pasó en la cárcel de Coastal. -No había soltado la mano de Sara, y Will se percató de que la estrechaba con cariño-. Cuidamos de los nuestros.

Sara se enjugó las lágrimas y miró de reojo a Faith, como si se sintiera un poco estúpida.

– Estaba a punto de ofrecerles mi ayuda a sus agentes.

Will vio que Faith abría la boca, pero volvió a cerrarla de inmediato.

– Adelante -dijo Amanda.

– Atendí a la primera víctima, Anna. No tuve ocasión de hacerle un examen completo, pero he pasado algún tiempo con ella. Pete Hanson es uno de los mejores forenses que conozco, pero si quiere que asista a la autopsia de la segunda víctima, podría aportar mi experiencia con Anna y señalar las similitudes y las diferencias entre una y otra.

Amanda no perdió el tiempo considerando su decisión.

– Le tomo la palabra. Faith, Will, venid conmigo. Doctora Linton, mis agentes se reunirán con usted en el edificio este de la alcaldía dentro de una hora. -Al ver que ninguno se movía, dio unas palmadas-. Vamos.

Amanda estaba ya por la mitad del pasillo cuando Will y Faith se decidieron a ir tras ella.

Will iba detrás, dando pasos cortos para no adelantarla. La mujer caminaba deprisa para ser tan menuda pero, dada su altura, Will se sentía siempre como el Gigante Verde mientras intentaba mantener una distancia respetuosa. Mirando la nuca de Amanda se preguntó si el asesino trabajaría con una mujer como ella. No se le escapaba el hecho de que, en ciertos hombres, una mujer como esa podía despertar un odio atroz en lugar de la mezcla de exasperación y ganas de complacer que le inspiraba a él.

Faith le tiró del brazo.

– ¿Te lo puedes creer?

– ¿El qué?

– El modo en que se ha colado Sara en nuestra autopsia.

– Yo creo que es buena idea que vea a las dos víctimas.

– Tú has visto a las dos víctimas.

– Pero yo no soy forense.

– Ni ella tampoco -le espetó Faith-. Ni siquiera es propiamente una médica. Es pediatra. ¿Y a qué coño se refería Amanda cuando mencionó la cárcel de Coastal?

Will también sentía curiosidad por saber lo que había sucedido allí, pero lo que más le intrigaba era lo mucho que parecía cabrearle a Faith todo ese asunto. Amanda les habló por encima del hombro.

– Aceptaréis cualquier tipo de ayuda que Sara Linton os ofrezca. -Obviamente, había oído su conversación-. Su marido era uno de los mejores policías del estado, y yo confío plenamente en la pericia de Sara como médica forense.

Faith no se molestó en disimular su curiosidad.

– ¿Qué le pasó?

– Murió en acto de servicio. ¿Qué tal te encuentras después de la caída de ayer, Faith?

– Perfectamente -respondió la agente en un tono sorprendentemente jovial.

– ¿La doctora te ha dado el alta?

– Al cien por cien -respondió en tono aún más jovial.

– Ya hablaremos de eso con más tranquilidad. -Al llegar al vestíbulo, Amanda les indicó con un gesto a los guardias de seguridad que se marcharan y le dijo a Faith-: Después de la rueda de prensa tengo una reunión con el alcalde, pero te espero en mi despacho al final del día.

– Sí, señora.

Will no sabía si se estaba volviendo idiota por momentos o si eran las mujeres de su vida las que se volvían cada vez más obtusas. Sin embargo, no era el momento más oportuno para ponerse a dilucidarlo. Adelantó a Amanda para abrirle la puerta de cristal. Habían colocado una tarima con una alfombra detrás para que hablara. Como de costumbre, Will se colocó a un lado, sabiendo que las cámaras no filmarían más que su pecho y, como mucho, el nudo de su corbata cuando cerraran plano sobre Amanda. Naturalmente Faith sabía que no tendría tanta suerte, y se colocó detrás de su jefa con el ceño fruncido.

Destellaron los flashes de las cámaras. Amanda se acercó a los micrófonos. Empezaron a lloverle las preguntas, pero esperó a que guardaran silencio antes de sacar un papel doblado del bolsillo de su chaqueta y colocarlo sobre el atril.

– Soy la doctora Amanda Wagner, subdirectora de la oficina regional del DIG. -Hizo una pausa para darle mayor solemnidad al discurso-. Algunos de ustedes habrán oído ya los falaces rumores que corren sobre el llamado «asesino del riñón». Comparezco ante ustedes para desmentir categóricamente dichos rumores. No existe tal asesino. A la víctima no le fue extirpado ninguno de sus riñones; no se le practicó ninguna intervención quirúrgica. El departamento de policía de Rockdale afirma que no ha tenido nada que ver con la filtración y, por nuestra parte, debemos confiar en la honestidad de nuestros colegas.

Will no necesitaba mirar a Faith para saber que estaba reprimiendo una sonrisa. El detective Max Galloway había logrado sacarla de sus casillas y Amanda acababa de abofetear al departamento de policía de Rockdale en pleno delante de las cámaras.

Uno de los reporteros le preguntó:

– ¿Qué puede decirnos de la mujer que ingresó anoche en el hospital Grady?

Al parecer, Amanda sabía del caso mucho más de lo que Will y Faith le habían contado, aunque aquello no era ninguna novedad.

– Les facilitaremos un retrato de la víctima a la una de la tarde.

– ¿Por qué no unas fotografías?

– La víctima tiene marcas de golpes en la cara. Queremos ofrecerles un retrato lo más fiel posible para facilitar su identificación.

Una mujer de la CNN preguntó:

– ¿Cuál es el pronóstico?

– Reservado.

Señaló a uno de los periodistas que habían levantado la mano, Sam, el tipo que había llamado la atención de Faith cuando llegaron al hospital. Por lo que podía ver Will era el único que tomaba notas a mano en lugar de utilizar una grabadora digital.

– ¿Tiene algún comentario sobre las declaraciones de la hermana de Jacquelyn Zabel, Joelyn Zabel?