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Pulsó la tecla de Intro. Will no sabía qué hacer, así que se agachó y desenchufó el ordenador. Ella movió el ratón y le dio a la tecla de espacio. El edificio era antiguo, la luz se iba cada dos por tres, así que levantó la vista y se percató de que las luces seguían encendidas.

– ¿Has apagado el ordenador?

– Si Sara Linton quisiera que conocieras los detalles de su vida personal te los contaría ella misma.

– ¿El palo que llevas metido por el culo te ayuda a mejorar la postura? -Faith se cruzó de brazos y le lanzó una mirada asesina-. ¿No te parece raro el modo en que se ha colado en nuestro caso? Ya no es forense, es una médica civil. Si no fuera tan guapa tú también lo encontrarías raro…

– ¿Y qué tiene que ver su belleza con todo esto?

Faith tuvo la cortesía de dejar sus palabras flotando sobre ellos como un neón con la palabra «idiota». Y las luces siguieron brillando durante un minuto antes de continuar.

– Por si lo has olvidado, te recuerdo que tengo un ordenador en mi despacho. Si quiero investigarla me resultará muy fácil.

– Pues encuentres lo que encuentres, no quiero saberlo.

Faith se frotó la cara con las manos. Se quedó mirando el cielo gris que se veía desde la ventana durante otro largo minuto.

– Esto no tiene ningún sentido. Es un callejón sin salida. Necesitamos un hilo del que podamos tirar -conjeturó Faith.

– Pauline McGhee…

– Leo no ha podido localizar al hermano. Dice que la casa de Pauline está limpia: no hay documentos ni nada que tenga que ver con sus padres ni otros parientes. Tampoco parece tener ningún alias, aunque sería fácil ocultarlo; bastaría con pagar lo suficiente a la gente adecuada. Los vecinos de Pauline mantienen su versión: o no la conocen o no es santo de su devoción; en cualquier caso no saben nada de su vida. Leo ha hablado también con los profesores del colegio del niño: lo mismo. Por el amor de dios, su hijo está con los de servicios sociales porque la madre no tiene ningún amigo que quiera hacerse cargo de él.

– ¿En qué está ahora Leo?

Faith miró su reloj de pulsera.

– Probablemente intenta encontrar un modo de liquidar todo esto cuanto antes -dijo frotándose los ojos de nuevo-. Está comprobando las huellas de McGhee, pero no creo que saque nada en limpio. A menos que haya sido detenida alguna vez.

– ¿Sigue molesto por que nos hayamos metido en su caso?

– Más que antes. -Faith apretó los labios-. Yo creo que es porque ha estado enfermo hace poco. Ya sabes cómo funciona: calculan lo que les cuesta tu seguro y buscan la manera de deshacerse de ti si generas demasiados gastos. Y más te vale no tener una enfermedad crónica que requiera un tratamiento más o menos caro.

Por suerte, ni Will ni Faith tenían motivos para preocuparse por eso todavía.

– Podemos dejar de lado el secuestro de Pauline; a lo mejor fue una simple discusión y su hermano acabó perdiendo los papeles, o la secuestró un extraño. Es una mujer muy atractiva.

– Si no tiene relación con nuestro caso, lo más probable es que fuera alguien de su entorno.

– El hermano.

– No habría prevenido al niño en ese sentido a menos que realmente estuviera preocupada -razonó Faith-. Y también está el tal Morgan… Un cabrón arrogante; cuando hablé con él por teléfono sentí ganas de abofetearle. A lo mejor había algo entre Pauline y él.

– Trabajaban juntos. Puede que ella lo presionara demasiado y se le fuera la mano. Les pasa mucho a los hombres que trabajan con marimandonas.

– Ja, ja -replicó Faith-. Pero ¿no crees que Felix lo habría reconocido?

Will se encogió de hombros. Los niños podían bloquear cualquier cosa. Y a los adultos tampoco se les daba mal.

– Ninguna de las otras dos víctimas que conocemos tiene hijos. Y nadie ha dado parte a la policía de su desaparición, que sepamos. El coche de Jacquelyn Zabel ha desaparecido. No sabemos si Anna tiene coche, ni siquiera sabemos aún su apellido. -El tono se iba haciendo más agudo según avanzaba en la enumeración-. ¿Qué digo su apellido? Igual ni siquiera se llama Anna. ¿Quién sabe lo que oyó Sara en realidad?

– Yo también lo oí -dijo Will, defendiéndola-. Oí que dijo «Anna».

Faith lo ignoró.

– ¿Todavía crees que podría haber dos secuestradores?

– Ahora mismo no estoy seguro de nada, excepto de que quienquiera que sea no es un aficionado. Su ADN está por todas partes, lo que probablemente indica que no está fichado y no le preocupan nuestras bases de datos. No tenemos ninguna pista porque no las ha dejado. Es bueno. Sabe cómo cubrir su rastro.

– ¿Un poli? -Dejaron la pregunta en el aire y Faith continuó razonando-: De algún modo se las arregla para que las mujeres no desconfíen de él… Le dejan acercarse lo suficiente como para que pueda secuestrarlas sin que nadie lo vea.

– Un traje -dijo Will-. En principio las mujeres, y los hombres también, suelen fiarse más de un extraño si va bien vestido. Suena clasista, pero es la verdad.

– Genial. Ahora ya solo tenemos que interrogar a todos los hombres de Atlanta que llevaban traje esta mañana. No había huellas en las bolsas de basura que encontramos dentro de las dos víctimas. Nada en la cueva que podamos rastrear. La huella ensangrentada en el carné de Jaquelyn Zabel es de Anna. No sabemos su apellido. No sabemos dónde vive, ni dónde trabaja, ni si tiene familia. -Fue contando con los dedos.

– Es evidente que el secuestrador tiene un método. Y es paciente: excavó la cueva y la preparó para acomodar a sus víctimas. Como has dicho antes, seguramente vigila a las mujeres antes de secuestrarlas. No es la primera vez que lo hace; a saber cuántas víctimas habrá habido ya.

– Sí, pero ninguna ha vivido para contarlo, o habríamos encontrado algo en la base de datos del FBI.

En ese momento sonó el teléfono y Faith lo cogió.

– Mitchell.

Escuchó unos segundos y sacó su libreta del bolso. Anotó en grandes mayúsculas lo que le decían, pero Will no era capaz de leer las palabras.

– ¿Podrías seguir buscando a ver si averiguas algo más? -Esperó-. Genial. Cualquier cosa, llámame al móvil-. Era Leo: ya tiene los resultados de las huellas que encontramos en el todoterreno de Pauline McGhee. Su verdadero nombre es Pauline Agnes Seward. Alguien denunció su desaparición en Ann Arbour, Michigan, en 1989, cuando tenía diecisiete años. Según la denuncia, sus padres dijeron que habían tenido una fuerte discusión. Por lo visto iba por mal camino: consumía drogas y no volvía a casa a dormir. Tenían sus huellas porque fue acusada de robar en una tienda, aunque ella se declaró inocente. La policía local siguió el protocolo habitual y archivaron sus huellas; hacía veinte años que nadie preguntaba por ella. Eso concuerda con lo que dijo Morgan. Pauline le contó que su hermana se escapó de casa con diecisiete años. Sobre el hermano no ha encontrado nada, pero va a investigar sus antecedentes más a fondo. -Faith volvió a guardar la libreta en su bolso-. Está intentando localizar a sus padres. Esperemos que sigan viviendo en Michigan.

– Seward no es un apellido muy común.

– No. Pero habríamos encontrado algo en las bases de datos si el hermano hubiera estado implicado en algún delito grave.

– ¿Tenemos un rango de edad? ¿Algún nombre?

– Leo ha dicho que volverá a llamar en cuanto averigüe algo nuevo.

Will se recostó en su silla y apoyó la cabeza en la pared.

– Pauline sigue sin formar parte del caso, de momento. No tenemos ninguna pauta que nos permita conectarla con las otras víctimas.

– Pero se parece mucho a ellas: no cae muy bien a los que la conocen; no tiene amigos, ninguno íntimo, al menos.

– Quizás ella y su hermano fueran íntimos -sugirió Will-. Leo dice que Pauline recurrió a un donante de esperma para tener a Felix. ¿Y si el hermano hubiera sido el donante?

Faith soltó un gruñido de repugnancia.

– Por Dios, Will.