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– Estamos haciendo el gilipollas. Deberíamos dar parte a Amanda. A buenas horas iba ella a permitir que nos torearan de esta manera.

Will se apoyó contra la pared y se metió las manos en los bolsillos.

– Si involucramos a Amanda en todo esto, ellos ya no tendrían nada que perder. Deja que se desahoguen un poco a nuestra costa. ¿Qué más da si al final conseguimos la información que necesitamos?

Faith miró fugazmente el falso espejo, preguntándose si estarían todos detrás observándolos.

– Cuando esto haya terminado pienso presentar una queja por escrito. Por obstrucción a la justicia, por obstaculizar una investigación en curso, por mentir a un oficial de policía. A ese gilipollas de Fierro ya le han quitado su placa de detective, y Galloway tendrá suerte si le destinan a la perrera del condado.

Faith oyó en el pasillo una puerta que se abría y se volvía a cerrar. Unos segundos más tarde Galloway apareció por la puerta con la misma pinta de cateto ignorante de la noche anterior.

– Me han dicho que querían hablar conmigo.

– Venimos de hablar con los Coldfield -dijo Faith.

El hombre saludó a Will con un gesto de la cabeza. Este hizo lo propio.

– ¿Puedo saber por qué no me habló del otro vehículo anoche? -preguntó ella.

– Creí haberlo hecho.

– Y una mierda. -Faith no sabía qué la irritaba más, si que Galloway se lo tomara como un juego, o que se sintiera obligada a usar con él el mismo tono que con Jeremy cuando lo castigaba. El policía alzó las manos sonriendo a Will.

– ¿Su compañera es siempre así de histérica? Quizás es que está en esos días…

Faith sintió que sus puños se contraían con fuerza. Estaba a punto de mostrar lo que era una mujer verdaderamente histérica.

– Vamos -terció Will interponiéndose entre los dos-, tú cuéntanos lo del coche y todo lo que hayas averiguado hasta ahora. No vamos a meterte un puro. No queremos tener que sacarte la información por las malas.

Will se fue hacia la silla y quitó de encima el bolso de Faith antes de sentarse. Se quedó con él en el regazo, lo que le daba un aspecto un tanto ridículo, como si estuviera esperando a su mujer mientras se probaba ropa. Hizo un gesto a Galloway para que se sentara al otro lado de la mesa y dijo:

– Tenemos a una víctima ingresada en el hospital, probablemente en estado de coma irreversible. La autopsia de Jacquelyn Zabel, la mujer del árbol, no ha arrojado ninguna luz sobre el caso. Ahora mismo hay otra mujer desaparecida, secuestrada en el aparcamiento de una tienda de alimentación. Su hijo se quedó solo en el asiento delantero. Se llama Felix y tiene seis años. Está bajo la tutela de los servicios sociales, al cuidado de gente a la que no conoce. Solo quiere que su mamá vuelva a casa.

Galloway permaneció impasible. Y Will prosiguió:

– No te dieron esa placa de detective por tu cara bonita. Anoche pusiste controles en las carreteras. Sabías que los Coldfield habían visto un segundo coche. Estuviste parando a la gente. -Decidió cambiar de táctica-. No le hemos ido con el cuento a tu jefe y no te hemos echado encima a nuestra jefa porque no podemos darnos el lujo de perder el tiempo. La madre de Felix ha desaparecido. Podría estar en otra cueva, atada a otra cama, bajo la cual no tardará en haber otra víctima. ¿De verdad quieres llevar todo ese peso sobre tu conciencia?

Por fin Galloway exhaló un profundo suspiro y se sentó. Se recostó en la silla y sacó su libreta del bolsillo de atrás, gruñendo como si le provocara dolor físico.

– ¿Os dijeron que era blanco, probablemente un sedán? -preguntó Galloway.

– Sí -respondió Will-. Henry Coldfield no conocía el modelo. Dijo que parecía antiguo.

Galloway asintió. Le pasó su libreta a Will, que fijó la vista en las palabras y pasó las páginas como si estuviera leyendo antes de pasársela a Faith. Ella vio tres nombres con direcciones de Tennessee y números de teléfono. Le cogió el bolso a Will para copiar los detalles.

– Dos mujeres, hermanas, y el padre -les explicó el detective-. Venían de Florida y se dirigían a Tennessee. Su coche se averió a unas seis millas de donde el Buick atropelló a nuestra primera víctima. Vieron un sedán blanco que venía en la otra dirección y una de las hermanas intentó pararlo. Aminoró un poco, pero no se detuvo.

– ¿Pudo ver al conductor?

– Negro, con una gorra de béisbol y la música a todo trapo. Me dijo que se alegró de que no parara.

– ¿Vio la matrícula?

– Solo tres letras: Alfa, Foxtrot, Charlie. Eso reduce las posibilidades a unos trescientos mil coches, de los cuales dieciséis mil son blancos, y la mitad están registrados en esa zona.

Faith anotó las correspondientes letras -A, F, C- pensando que la matrícula no les serviría de nada a no ser que tropezaran con un coche que respondiera a la descripción. Hojeó el cuaderno de Galloway, tratando de averiguar qué más les ocultaba.

– Me gustaría hablar con los tres -dijo Will.

– Demasiado tarde -replicó el policía-. Regresaron a Tennessee esta mañana. El padre es muy mayor y no se encuentra muy bien. Me dio la impresión de que se lo llevaban de vuelta para que muriera en su casa. Podríais llamarles, o desplazaros hasta allí, pero os aseguro que no os contarán nada nuevo.

– ¿Encontrasteis algo más en la escena del crimen? -preguntó Will.

– Lo que leísteis en los informes, nada más.

– Todavía no los tenemos.

Galloway parecía casi arrepentido.

– Lo siento. La secretaria tendría que habéroslos mandado por fax inmediatamente. Probablemente estarán en su mesa, enterrados bajo un montón de papeles.

– Podemos pasar a recogerlos antes de irnos -le dijo Will-. ¿Te importa hacerme un resumen?

– Más o menos lo que cabría esperar. Cuando llegó la patrulla, el tipo que se detuvo a ayudar, el enfermero, estaba atendiendo a la víctima. Judith Coldfield estaba fuera de sí, junto a su marido, pensando que había sufrido un ataque al corazón. Llegó la ambulancia, se llevó a la víctima y el viejo ya se encontraba mejor, así que se quedó esperando a la segunda, que vino a los pocos minutos. Nuestros chicos llamaron a los detectives y acordonaron la zona: nada fuera de lo habitual. Esta vez no os miento: no encontramos nada.

– Nos gustaría hablar con el agente que llegó primero para conocer sus impresiones de primera mano.

– Ahora mismo está en Montana de pesca con su suegro -dijo Galloway encogiéndose de hombros-. No os estoy tomando el pelo, de verdad. Tenía planeadas esas vacaciones desde hace tiempo.

Faith había visto un nombre en las notas de Galloway que le resultaba familiar.

– ¿Qué pinta aquí Jake Berman? -preguntó Faith, y le explicó a Will-: Rick Sigler y Jake Berman son los dos tipos que se detuvieron para socorrer a Anna.

– ¿Anna? -preguntó Galloway.

– Es el nombre que la víctima nos dio cuando la ingresaron -explicó Will-. Rick Sigler era el TES que no estaba de servicio, ¿verdad?

– Eso es -confirmó Galloway-. Esa historia de que habían ido al cine a ver una película me pareció un tanto imprecisa.

Faith emitió un gruñido, preguntándose en cuántos callejones sin salida podía meterse aquel tipo antes de caerse de puro idiota.

– El caso -continuó ignorando a Faith- es que estuve comprobando sus antecedentes. Sigler está limpio, pero Berman tiene antecedentes.

Faith sintió un nudo en el estómago. Esa misma mañana se había pasado dos horas frente al ordenador y no se le había ocurrido comprobar los antecedentes de los implicados.

– Una condena por exhibicionismo y provocación sexual. -Sonrió al ver la cara de sorpresa de Faith-. El tipo está casado y tiene dos hijos, y lo pillaron hace seis meses follándose a otro tío en el centro comercial Georgia. Por lo visto, un chaval entró y se los encontró en plena faena. Un degenerado de mierda. Mi mujer compra allí.