A la mañana siguiente se fue de su casa.
A pesar de todo, Faith no pudo evitar enternecerse pensando en Víctor mientras cerraba la bolsa de la basura. Esa era otra diferencia entre su hijo y su ex amante: a este no había que pedirle seis veces que sacara la basura. Era una de las tareas que más odiaba Faith, y -por ridículo que pueda parecer- sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas mientras pensaba que tenía que sacar la basura, bajar con la bolsa por las escaleras y tirarla en el contenedor.
Alguien llamó a la puerta: tres golpes cortos y luego el timbre.
Se enjugó las lágrimas de camino a la puerta; tenía las mejillas tan húmedas que tuvo que usar la manga. Todavía llevaba encima la pistola, así que no se molestó en mirar por la mirilla.
– Esto sí que es nuevo -dijo Sam Lawson-. Normalmente las mujeres lloran cuando me voy, no cuando llamo a su puerta.
– ¿Qué quieres, Sam? Es tarde.
– ¿No vas a invitarme a entrar? -preguntó moviendo las cejas-. Lo estás deseando.
Faith estaba demasiado cansada para discutir, así que se dio media vuelta y le invitó a seguirla hasta la cocina. Había estado saliendo unos años con Sam Lawson, pero ya ni siquiera sabía qué había visto en él. Bebía demasiado, estaba casado, no le gustaban los críos. Le resultaba cómodo y sabía cuándo marcharse, lo cual significaba que se iba en cuanto había cumplido su función.
Vale, ahora ya recordaba qué era lo que había visto en él.
Sam se sacó el chicle de la boca y lo tiró a la basura.
– Me alegro de haber tropezado hoy contigo. Tengo que contarte algo.
Faith se preparó para escuchar las malas noticias.
– Tú dirás.
– Ya no bebo. Llevo un año completamente sobrio.
– ¿Has venido a hacer las paces?
Sam se echó a reír.
– Por Dios, Faith. Debes de ser la única persona en mi vida a la que no he dejado tirada.
– Solo porque yo te di la patada antes de que tuvieras ocasión
– replicó Faith cerrando la bolsa de la basura de un tirón.
– Esa bolsa se va a romper.
No había terminado la frase cuando el plástico se rajó.
– Mierda -masculló Faith.
– ¿Quieres que…?
– Puedo sola.
Sam se inclinó sobre el mostrador.
– Me encanta observar a una mujer haciendo las tareas del hogar.
Faith lo fulminó con la mirada.
Sam sonrió de nuevo.
– Creo que hoy en Rockdale te has despachado a gusto.
Faith blasfemó mentalmente al recordar que Max Galloway todavía no les había enviado los informes relativos a la escena del crimen. Estaba tan furiosa que no había estado pendiente, y no estaba dispuesta a permitir que volviera a salirle con que todo era mera rutina.
– Faith, te estoy hablando.
– La policía de Rockdale colabora sin reservas en la investigación -respondió sin salirse de lo acordado.
– Es la hermana la que debería preocuparte. ¿Has visto las noticias? Joelyn Zabel va por ahí culpando a tu compañero de la muerte de su hermana.
Aquello era algo que no pensaba permitir.
– Lee el informe de la autopsia.
– Ya lo he leído -replicó Sam. Faith imaginó que Amanda había filtrado el informe a ciertas personas para que divulgaran su contenido lo antes posible-. Jacquelyn Zabel se suicidó.
– ¿Le has dicho eso a la hermana? -le preguntó Faith.
– A ella no le importa la verdad.
Faith le miró con ironía.
– Como a la mayoría.
El periodista encogió los hombros.
– Ya consiguió lo que quería de mí. Ahora prefiere salir en televisión.
– El Atlanta Beacon no es lo suficientemente bueno para ella, ¿eh?
– ¿Por qué te pones tan borde conmigo?
– No me gusta tu trabajo.
– A mí tampoco me enloquece el tuyo, ¿sabes? -Se fue hacia el armario del fregadero para sacar una bolsa de basura-. Métela dentro de otra bolsa.
Faith cogió una nueva bolsa y trató de no pensar en lo que Pete había hallado durante la autopsia.
– ¿Qué dice él? Me refiero a tu compañero, Trent -preguntó Sam con aire distraído mientras volvía a guardar el paquete de bolsas en el armario.
– El departamento de relaciones públicas te dará la información que necesites.
No era de los que aceptaban un no por respuesta.
– Francis me dijo que Galloway le ha dejado hoy a la altura del betún. Me lo ha pintado como un gorila con pocas luces.
La agente se olvidó por un momento de la basura.
– ¿Quién es Francis?
– Fierro.
Mentalmente Faith se regodeó en lo afeminado del nombre.
– Y tú vas y publicas lo que te dice ese capullo sin molestarte en contrastar la información con alguien que te contaría la verdad.
Se apoyó en el mostrador de la cocina.
– Afloja un poco, ¿quieres? Me limito a hacer mi trabajo.
– ¿Te dejan poner excusas en Alcohólicos Anónimos?
– No publiqué lo del asesino del riñón.
– Porque se demostró que no era verdad antes de que lo hicieras.
Se echó a reír.
– No hay manera de colarte un farol -dijo observándola mientras forcejeaba con la basura para meterla en la segunda bolsa-. Dios, cómo te he echado de menos.
Faith le fulminó con la mirada, pero sus palabras no le dejaron indiferente. Sam había sido su salvavidas durante muchos años; podía recurrir a él cuando de verdad lo necesitaba, pero no la agobiaba con sus atenciones.
– No he publicado nada sobre tu compañero -le dijo.
– Gracias.
– Pero ¿qué es lo que pasa con Rockdale? Es evidente que van a por vosotros.
– Tienen más interés en dejarnos en evidencia que en encontrar al tipo que secuestró a esas mujeres.
– Faith no se paró a pensar en que estaba verbalizando los sentimientos de Will-. Sam, es algo terrible. He visto a una de ellas con mis propios ojos. Ese asesino… quienquiera que sea…
Tardó demasiado en darse cuenta de con quién estaba hablando.
– Off the record -dijo él.
– Nada es off the record.
– Por supuesto que sí.
Faith sabía que era sincero. En el pasado le había contado secretos que él había guardado celosamente. Cosas relacionadas con algunos de sus casos. Secretos sobre su madre, una buena policía que había perdido su trabajo porque habían pillado a algunos de sus detectives metiendo la mano en alijos de droga. Sam jamás había publicado nada de lo que Faith le había contado, y por eso debía confiar en él ahora. Pero no podía, porque no se trataba solo de ella, también concernía a Will. Puede que en ese momento odiara a su compañero por ser tan pusilánime, pero por nada del mundo iba a dejar que nadie le cuestionara.
– ¿Qué te pasa, nena?
Faith miró la bolsa de basura rasgada que tenía a sus pies, sabiendo que si levantaba la vista él podría leerlo todo en su cara. Recordó el día en que descubrió que a su madre la habían expulsado del cuerpo. Evelyn no quiso que nadie la consolara; prefirió que la dejaran sola, y su hija se sintió igual hasta que apareció Sam, que se había colado en su casa exactamente igual que ahora. Al sentir sus brazos alrededor de su cuerpo, Faith se desmoronó y rompió a llorar como un bebé.