– Esos sitios no están tan mal -dijo Will en su defensa. Y sin ser consciente de lo que decía añadió-: Yo me crié bajo la tutela del estado.
Sara se quedó tan sorprendida como él, aunque evidentemente por razones bien distintas.
– ¿Qué edad tenías?
– Era un crío. -Deseaba retirar sus palabras, pero ya no podía contenerse-. Un bebé. Tenía cinco meses.
– ¿Y nunca te adoptaron?
Hizo que no con la cabeza. La cosa empezaba a complicarse y, peor aún, se estaba volviendo muy embarazosa.
– Mi marido y yo… -Sara se quedó mirando al frente, con la vista perdida-… pensábamos adoptar un niño. Llevábamos mucho tiempo en lista de espera y… -Se encogió de hombros-. Cuando lo mataron fue demasiado para mí.
Will no sabía si debía mostrarse comprensivo, pero en lo único que podía pensar en ese momento era en todos los pícnics y las barbacoas a las que había tenido que asistir de niño, pensando que después volvería a casa con sus nuevos padres, para acabar volviendo una vez más a su habitación en el orfanato.
Sintió un inconmensurable alivio al oír el estridente claxon del Mini de Faith, que había aparcado de forma completamente ilegal enfrente de la cafetería. Faith se bajó del coche dejando el motor en marcha.
– Amanda quiere vernos en su despacho -dijo saludando a Sara con un gesto de la cabeza-. Joelyn Zabel ha cambiado su cita para la entrevista. Nos va a hacer un hueco entre Buenos días América y la CNN. Tendremos que llevar a Betty a casa más tarde.
Will se había olvidado de que llevaba a la perra en la mano. Tenía el hocico metido entre los botones de su chaleco.
– Yo me quedo con ella -se ofreció Sara.
– No creo…
– Voy a estar todo el día en casa haciendo la colada -explicó-. Estará bien. Puedes pasar a recogerla cuando termines de trabajar.
– Eso es muy…
Faith parecía más impaciente de lo habitual.
– Dale la perra de una vez, Will -le dijo, y volvió a meterse en el coche mientras él miraba a Sara como disculpándose.
– ¿En los Milk Lofts? -le preguntó como si no se acordara.
Sara cogió a Betty en brazos y rozó accidentalmente a Will, que notó que tenía los dedos muy fríos.
– ¿Betty? -preguntó Sara. Will asintió y ella le tranquilizó-. No te preocupes si se te hace tarde. No tengo planes para hoy.
– Gracias.
Sara sonrió, alzando a la perra como en un brindis.
Will cruzó la calle y se subió al coche de Faith. Se alegró de que nadie se hubiera sentado en el asiento del acompañante desde la última vez, pues así no parecería un mono contorsionándose para encajar en un espacio tan pequeño.
Faith se alejó de la acera y salió zumbando de allí.
– ¿Qué hacías con Sara Linton?
– Me la he encontrado por casualidad.
Se preguntó por qué estaría tan a la defensiva, lo que le llevó a cuestionarse por qué Faith había adoptado una actitud tan hostil hacia él. Imaginó que aún seguía enfadada por el modo en que se había comportado con Max Galloway el día anterior, y no sabía qué podía hacer salvo distraerla.
– Sara tenía una pregunta, o una teoría, bastante interesante sobre nuestro caso.
Faith se sumó al denso tráfico.
– Me muero por oírla.
Will sabía que no era cierto, pero le explicó la teoría de Sara de todos modos, poniendo especial énfasis en lo del número once y enumerando las demás cuestiones que había planteado.
– El domingo es Pascua -le dijo-. Todo esto podría tener algo que ver con la Biblia.
En honor a la verdad le dio la impresión de que Faith se tomaba la cosa en serio.
– No lo sé -dijo ella finalmente-. Podríamos coger una Biblia de la comisaría y hacer una búsqueda en el ordenador a ver si encontramos algo sobre el número once. El mundo está lleno de meapilas, y seguro que muchos tienen página web.
– ¿En qué libro de la Biblia se cuenta eso de que Dios creó a Eva a partir de una costilla de Adán?
– En el Génesis.
– Eso es la parte vieja, ¿no? No los libros nuevos.
– El Antiguo Testamento. Es el primer libro de la Biblia, el que narra el principio de todo. -Faith lo miró con la misma extrañeza que Sara-. Ya sé que no puedes leer la Biblia, pero ¿nunca has ido a la iglesia?
– Sí que puedo leer la Biblia -le espetó Will. Prefería aguantar sus impertinencias antes que su furia, así que continuó hablando-. Acuérdate de dónde me crié. Separación Iglesia-Estado.
– Oh, no lo había pensado nunca.
Probablemente porque era una mentira como un piano. El orfanato no podía organizar actividades religiosas, pero había voluntarios de todas las parroquias cercanas que todas las semanas fletaban furgonetas para recoger a los niños y llevarlos a la escuela dominical. Will había ido una vez, pero cuando se dio cuenta de que era una escuela de verdad, donde se esperaba de ti que leyeras las lecciones, decidió no volver más.
– ¿Nunca has ido a la iglesia? ¿De verdad? -insistió Faith.
Will mantuvo la boca cerrada pensando que había sido una estupidez abrir esa puerta.
Faith aminoró la velocidad al ver el semáforo en rojo.
– Creo que nunca había conocido a nadie que no haya pisado una iglesia -murmuró Faith.
– ¿Podemos cambiar de tema?
– Es que se me hace raro.
Will miró distraídamente por la ventanilla pensando que nunca había conocido a nadie que, antes o después, no le hubiera llamado raro. El semáforo se puso en verde y el Mini siguió su camino. El edificio del lado este de la alcaldía estaba a cinco minutos en coche del parque. Esa mañana el trayecto se le estaba haciendo eterno.
– Aun suponiendo que Sara tuviese razón, ya lo está haciendo otra vez, ya está intentando meterse en nuestro caso.
– Es forense. O lo era, al menos. Atendió a Anna en el hospital. Es normal que quiera saber qué está pasando.
– Es la investigación de un asesinato, no un episodio de Gran Hermano -replicó Faith-. ¿Sabe dónde vives?
Will no se había planteado esa posibilidad, pero él no era tan paranoico como Faith.
– ¿Cómo iba a saberlo?
– A lo mejor te ha seguido hasta allí.
Will se echó a reír, pero dejó de hacerlo cuando vio que Faith se había puesto seria.
– Vive prácticamente al lado. Ha salido a correr con sus perros, nada más.
– Mucha coincidencia me parece a mí.
Will meneó la cabeza, exasperado. No iba a permitir que le hiciera pagar a Sara Linton los problemas que tenía con él.
– Tenemos que acabar con esto de una vez, Faith. Sé que estás enfadada conmigo por lo de ayer, pero para poder sacar algo en claro de esta entrevista tenemos que trabajar en equipo.
Faith aceleró en cuanto se abrió el semáforo.
– Es que somos un equipo.
A pesar de ello no hablaron mucho durante el resto del corto trayecto. Faith no se decidió a abrir la boca hasta que llegaron a su destino, ya dentro del ascensor.
– Llevas la corbata torcida.
Will se arregló el nudo. Sara Linton debía de haberse llevado una mala impresión.
– ¿Mejor ahora?
Su compañera estaba enredando con su BlackBerry, pese a que allí dentro no había cobertura. Lo miró de refilón y asintió antes de volver a concentrarse en el aparato.
Will estaba pensando en algo que decir cuando se abrieron las puertas. Amanda les estaba esperando junto a la puerta, comprobando su correo igual que Faith, aunque ella tenía un iPhone. Will se sentía como un idiota con las manos vacías, exactamente igual que cuando vio aparecer a Sara con sus impresionantes perros y tuvo que coger a Betty en la mano como si fuera un carrete de hilo.
Amanda siguió comprobando su correo mientras les hablaba en tono distraído de camino a su despacho.
– Ponedme al día.