Joelyn suspiró, aunque siguió sin verter una sola lágrima.
– Yo quería mucho a mi hermana. Mi madre acaba de ingresar en una residencia. Puede que no le queden más de seis meses y le sucede esto a su hija. La pérdida de un hijo es algo devastador.
Faith intentó colarle alguna pregunta más.
– ¿Tiene usted hijos?
– Cuatro -dijo muy orgullosa.
– ¿Jacquelyn no tenía…?
– Joder, no. Abortó tres veces antes de cumplir los treinta. Le daba pánico engordar. ¿Se lo pueden creer? La única razón por la que se deshizo de ellos fue conservar su puta figura. Y entonces se plantó al borde de los cuarenta y le entraron las prisas por ser madre.
Faith disimuló su sorpresa perfectamente.
– ¿Estaba intentando quedarse embarazada?
– ¿No me ha oído cuando le he contado lo de los abortos? Puede comprobarlo, no le he mentido en eso.
Will tenía asumido que cuando una persona insistía mucho en que no estaba mintiendo sobre un asunto en particular era porque estaba mintiendo en relación con otra cosa. Averiguar en qué mentía les daría la clave para poder manejar a Joelyn Zabel. No daba la impresión de ser una persona muy cautelosa, y seguro que querría alargar cuanto le fuera posible sus diez minutos de fama.
– ¿Buscaba Jackie una madre de alquiler? -le preguntó Faith.
Joelyn se percató de la importancia que tenían sus palabras. De repente, todos la escuchaban con atención. Se tomó su tiempo para responder.
– Una adopción.
– ¿Privada? ¿Pública?
– Y yo qué coño sé. Tenía mucho dinero. Estaba acostumbrada a comprar todo lo que se le antojaba. -Joelyn se agarraba con fuerza a los brazos de la silla y Will se percató de que habían tocado un tema del que le gustaba hablar-. Esa es la verdadera tragedia aquí: no poder ver cómo adopta a algún marginado para que acabe robándole o volviéndose esquizofrénico por su culpa.
Will notó que Faith se ponía en guardia y tomó el relevo.
– ¿Cuándo fue la última vez que habló con su hermana?
– Hace cosa de un mes. Me soltó un sermón sobre la maternidad, como si supiera de qué estaba hablando. Me habló de adoptar a un niño chino o ruso, o no sé qué. Ya saben, algunos de esos niños acaban siendo unos asesinos. Abusan de ellos y eso les trastorna. Nunca están del todo bien.
– Hemos visto muchos casos, sí. -Will meneó la cabeza con aire compungido, como si fuera una tragedia de lo más común-. ¿Y había hecho algún progreso? ¿Sabe con qué agencia estaba tramitando la adopción?
Joelyn empezó a mostrarse reticente cuando le pidió más detalles.
– Jackie no hablaba mucho de sus cosas. Protegía su intimidad de forma verdaderamente obsesiva. -Inclinó la cabeza hacia los abogados del estado, que hacían todo lo posible por mimetizarse con el mobiliario-. Sé que estos idiotas que están ahí sentados no van a dejar que se disculpe, pero al menos podía reconocer que la cagó bien cagada.
Amanda se apresuró a intervenir.
– Señora Zabel, la autopsia demuestra…
Joelyn se encogió de hombros con expresión beligerante.
– Lo que demuestra es lo que ya sabía: que ustedes estaban ahí como pasmarotes sin hacer absolutamente nada mientras mi hermana se moría.
– Puede que no haya leído el informe con la debida atención, señora Zabel. -Amanda hablaba en tono suave, precisamente la clase de tono que había utilizado en el pasillo justo antes de humillar a Will-. Su hermana se quitó la vida.
– Únicamente porque ustedes no movieron un puto dedo para ayudarla.
– ¿Es usted consciente de que estaba ciega y sorda? -le preguntó Amanda.
Por el modo en que Joelyn miró a su abogado, Will se dio cuenta de que no tenía la menor idea de ello.
Amanda sacó otra carpeta del cajón superior de su escritorio. Comenzó a pasar páginas y Will vio las fotos en color de Jacquelyn Zabel colgada del árbol y en la mesa de autopsias. Le pareció de una crueldad algo excesiva incluso para Amanda. Por muy odiosa que fuera Joelyn Zabel, acababa de perder a su hermana de la forma más espantosa posible. Vio que Faith se revolvía en su asiento y supo que ella estaba pensando lo mismo.
Amanda se tomó su tiempo para llegar a la página que buscaba, que parecía estar enterrada entre las fotografías más aterradoras. Por fin encontró un fragmento que hablaba del examen externo del cadáver.
– Segundo párrafo -le indicó.
Joelyn vaciló un momento y se sentó al borde de la silla. Intentaba acercarse para ver mejor las fotos, como hay gente que reduce la velocidad para ver un accidente de tráfico especialmente truculento. Finalmente cogió el informe y se recostó en su silla. Will la vio mover los ojos mientras leía pero, de pronto, dejó la mirada fija en un punto y Will se dio cuenta de que no estaba viendo nada en absoluto.
Joelyn tragó saliva con dificultad. Se puso en pie y murmuró «discúlpenme» antes de abandonar la habitación.
– Eso ha sido un golpe bajo, Mandy -le dijo el abogado.
– Así es la vida, Chuck.
Will se levantó también.
– Voy a estirar las piernas.
Salió del despacho sin esperar a que nadie dijera nada.
Caroline, la secretaria de Amanda, estaba en su mesa. Will la saludó haciendo un gesto con la cabeza y ella le susurró:
– Está en el baño.
El agente salió al pasillo con las manos en los bolsillos. Se detuvo frente a la puerta del lavabo de señoras y la abrió con el pie. Se asomó al interior. Joelyn estaba delante del espejo. Tenía un cigarrillo encendido en la mano y dio un respingo al ver a Will.
– No puede entrar aquí -le dijo, levantando el puño como si estuviera buscando pelea.
– No está permitido fumar en el edificio -dijo Will, entrando en el lavabo y apoyando la espalda contra la puerta cerrada sin sacar las manos de los bolsillos.
– ¿Qué está haciendo?
– Quería asegurarme de que estaba usted bien.
Joelyn dio una profunda calada al cigarrillo.
– ¿Colándose por la fuerza en el lavabo de señoras? Esto está fuera de su jurisdicción, ¿vale? No puede estar aquí.
Will echó un vistazo alrededor. Nunca había entrado en un lavabo de señoras. Había un sofá que parecía bastante cómodo y una mesita al lado con un jarrón lleno de flores. El aire olía a perfume, había papel en los dispensadores y el lavabo no estaba lleno de salpicaduras como en el de caballeros, de modo que te podías lavar las manos sin empaparte los pantalones. Ahora entendía por qué las mujeres pasaban tanto tiempo en los baños.
– Tú, pirado, sal del lavabo de señoras.
– ¿Qué es lo que no me está contando?
– Les he contado todo lo que sé.
Will meneó la cabeza.
– Aquí no hay cámaras, ni abogados, ni público. Cuénteme lo que no está contando.
– Que le den.
Will notó que alguien empujaba la puerta con suavidad y volvía a cerrarla de inmediato.
– Su hermana no le caía demasiado bien -le dijo.
– Como el culo, Sherlock. -Se llevó el cigarrillo a la boca con mano temblorosa.
– ¿Qué le hizo para que la odiase tanto?
– Era una zorra.
Lo mismo podría decirse de Joelyn, pero Will se guardó para sí el comentario.
– ¿Se manifestaba eso de alguna manera en concreto en relación con usted, o habla en general?