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– ¿Le llamaron del banco?

Se llevó la mano al cuello y se frotó una cicatriz de color rojo brillante. Faith imaginó que le habrían hecho una traqueotomía o alguna otra operación de garganta.

– En el banco no tienen mi teléfono -les explicó-. Fui yo quien se puso en contacto con ellos cuando no tuve noticias de ella ayer por la mañana. Los llamé nada más aterrizar. No tienen la menor idea de dónde puede estar. Es la primera vez que falta al trabajo.

– ¿Tiene usted alguna fotografía reciente de su hermana?

– No. -De pronto, cayó en por qué Faith le pedía la foto-. Lo siento. Olivia detesta que le saquen fotos. Desde siempre.

– No se preocupe -le dijo Faith-. La sacaremos de su carné de conducir si es necesario.

Will bajó por las escaleras. Meneó la cabeza y Faith entró en la casa con Michael.

– Es una casa muy bonita.

– Es la primera vez que vengo -confesó.

Miraba a su alrededor igual que Faith, probablemente pensando lo mismo que ella: aquello parecía un museo.

El pasillo atravesaba toda la planta y desembocaba en la cocina, que resultaba muy luminosa con la encimera de mármol y los armarios blancos. La escalera tenía una moqueta blanca de pelo largo, y la sala de estar era igualmente espartana; todo, desde las paredes hasta los muebles pasando por la moqueta era de un blanco inmaculado. Incluso los cuadros de las paredes eran lienzos blancos enmarcados en blanco.

Michael se estremeció.

– Hace mucho frío aquí.

Faith sabía que no hablaba de la temperatura.

Los llevó hasta la sala de estar. Había un sofá y dos sillas, pero Faith no sabía muy bien si sentarse o quedarse de pie. Al final se sentó en el sofá; el asiento estaba tan duro que apenas se hundió bajo su peso. Will se sentó en la silla que había al lado de su compañera y Michael en la que había al otro lado del sofá.

– Vamos a empezar por el principio, señor Tanner -dijo Faith.

– Doctor -la corrigió, y frunció el ceño-. Lo siento. Da lo mismo. Por favor, llámeme Michael.

– Muy bien, Michael -Faith le hablaba con voz serena, tranquilizadora, pues percibió que el hombre estaba al borde del pánico. Empezó por una pregunta sencilla-. ¿Es usted médico?

– Soy radiólogo.

– ¿Trabaja en un hospital?

– En el Centro Metodista de la Mama.

Parpadeó. Faith se percató de que estaba intentando contener las lágrimas. Fue directa al grano.

– ¿Qué le impulsó a llamar a la policía ayer?

– Ahora Olivia me llama todos los días. Antes no lo hacía. Estuvimos distanciados muchos años, se fue a la universidad y nos distanciamos aún más. -Sonrió débilmente-. Tuve un cáncer hace dos años. La tiroides. -Se tocó la cicatriz del cuello de nuevo-. ¿Solo sentí una especie de vacío? -dijo en tono interrogativo, y Faith asintió como si lo entendiera-. Quería estar con mi familia, recuperar a Olivia. Sabía que tendría que aceptar sus condiciones, pero estaba dispuesto a hacer ese sacrificio.

– ¿Qué condiciones impuso?

– No puedo llamarla. Es ella la que me llama siempre.

Faith no sabía muy bien qué decir.

– ¿Sus llamadas siguen alguna clase de pauta? -preguntó Will.

Michael asintió con la cabeza, parecía aliviado al ver que alguien entendía por fin por qué estaba tan preocupado.

– Sí. Los últimos dieciocho meses me ha llamado a diario. A veces no me cuenta gran cosa, pero me telefonea cada mañana a la misma hora siempre, pase lo que pase.

– ¿Por qué no le cuenta gran cosa? -preguntó Will.

Michael se miró las manos.

– Es difícil para ella. Tuvo algunos problemas cuando era más joven. No es de las que piensan en la palabra «familia» y sonríe. -Se frotó la cicatriz una vez más y Faith percibió que una profunda tristeza se apoderaba de él-. En general no sonríe demasiado, esa es la verdad.

Will miró a Faith para confirmar que no le importaba que él continuara con las preguntas. Ella asintió discretamente. Era evidente que Michael Tanner se sentía más cómodo hablando con Will. Lo que tenía que hacer Faith ahora era quedarse en un segundo plano.

– ¿Su hermana no es feliz? -preguntó Will.

Michael meneó la cabeza lentamente y su tristeza se extendió por toda la habitación. Will se quedó callado para no agobiar al hombre.

– ¿Quién abusó de ella?

A Faith le sorprendió la pregunta, pero las lágrimas de Michael confirmaron que Will había dado en el clavo.

– Nuestro padre. Algo muy de moda ahora.

– ¿Cuándo?

– Nuestra madre murió cuando Olivia tenía ocho años. Supongo que debió de empezar poco después. Estuvo haciéndolo varios meses, hasta que Olivia acabó en el médico. El médico dio parte a la policía, pero mi padre…

– Michael rompió a llorar-. Mi padre dijo que se lo había hecho ella a propósito. Que se había metido algo… ahí abajo… para herirse. Dijo que solo intentaba llamar la atención porque echaba de menos a su madre. -Se secó las lágrimas con rabia-. Nuestro padre era juez. Conocía a todo el departamento de policía, y ellos creían conocerlo. Dijo que Olivia mentía, así que todo el mundo dio por supuesto que era una mentirosa, sobre todo yo. Durante muchos años no la creí.

– ¿Y qué le hizo cambiar de opinión?

Michael rio con desgana.

– Pura cuestión de lógica. No tenía sentido que ella… que ella fuera de esa manera a no ser que le hubiera pasado algo espantoso.

Will continuó mirando directamente a los ojos de Michael.

– ¿Su padre llegó a hacerle daño a usted en algún momento?

– No -respondió demasiado deprisa-. No abusó sexualmente de mí, quiero decir. A veces me castigaba; se quitaba el cinturón. Podía ser brutal, pero yo pensaba que eso era lo que hacían todos los padres. Era lo normal. La mejor manera de evitar que me diera una paliza era ser un buen hijo, así que eso fui.

Will se tomó su tiempo antes de formular la siguiente pregunta.

– ¿Cómo se castigaba Olivia por lo que sucedió?

El hombre estaba hecho un manojo de nervios, intentaba controlar sus emociones, pero no podía. Por fin, se presionó los ojos con el índice y el pulgar y se echó a llorar. Will se quedó quieto, sin decir nada, y Faith lo imitó. Sabía por puro instinto que lo peor que podía hacer en ese momento era intentar consolar a Michael Tanner. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano.

– Olivia era bulímica -dijo, por fin-. Es posible que siga siendo anoréxica, pero me juró que ya no vomitaba.

Faith se dio cuenta de que había estado conteniendo la respiración. Olivia Tanner padecía un trastorno de la alimentación, igual que Pauline McGhee y Jackie Zabel.

– ¿Cuándo comenzó el problema? -preguntó Will.

– Cuando tenía diez u once años, no lo recuerdo. Yo soy tres años menor que ella. Lo único que recuerdo es que era espantoso. Ella… empezó a consumirse.

Will se limitó a asentir y a dejar que el hombre continuara hablando.

– Olivia siempre ha estado obsesionada con su aspecto. Era guapa, pero nunca pudo aceptar… -Michael hizo una pausa-. Imagino que mi padre empeoró todavía más la cosa. Siempre pinchándola y diciendo que tenía que deshacerse de esos michelines. No estaba gorda. Era una niña normal, muy guapa, preciosa. ¿Sabe lo que ocurre cuando uno deja de comer?

Michael miraba a Faith, y ella dijo que no con la cabeza.

– Le salieron costras en la espalda, unas heridas grandes en los puntos en los que los huesos sobresalían por debajo de su piel. Ni siquiera podía sentarse, no podía ponerse cómoda. Tenía frío todo el tiempo, se le dormían las manos y los pies. Algunos días no tenía energía suficiente ni para ir al baño y se lo hacía encima. -Hizo una pausa, abrumado por los recuerdos-. Dormía diez o doce horas al día. Se le cayó el pelo. Le daban unas tiritonas que no podía controlar. Tenía taquicardias. Su piel era como… era repugnante. Estaba llena de escamas que se le desprendían sin más. Y ella pensaba que merecía la pena. Pensaba que así estaba más guapa.