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– ¿Anna? -repitió Sara, tratando de que su voz se mantuviera serena-. Necesito que te despiertes ya.

Volvió a mover la cabeza, pero esta vez estaba claro que la inclinaba hacia Sara. Esta continuó hablando con voz firme.

– Sé que es difícil, cariño, pero necesito que te despiertes. -los párpados de Anna se despegaron levemente. Sara se levantó y se colocó en su línea de visión, aunque sabía que la mujer no podía verla-. Despierta, Anna. Ya estás a salvo. Nadie va a hacerte daño.

Sus labios se movieron, pero estaban tan secos y cortados que la piel se rompió.

– Estoy aquí -le dijo Sara-. Puedo oírte, cielo. Intenta despertarte, hazlo por mí.

La respiración de Anna se aceleró, tenía miedo. La mujer estaba empezando a recordar lo que había sucedido, la agonía que había soportado y el hecho de que estaba ciega.

– Estás en el hospital. Sé que no puedes ver nada, pero oyes mi voz. Estás a salvo. Dos policías vigilan tu puerta día y noche. Nadie va a hacerte daño.

Anna alargó una mano temblorosa y sus dedos rozaron el brazo de Sara. La doctora le cogió la mano y la apretó cuanto pudo sin causarle dolor.

– Ya estás a salvo -le prometió Sara-. Nadie más te va a hacer daño.

De pronto Anna estrujó la mano de Sara con tal fuerza que sintió una punzada aguda en los dedos.

– ¿Dónde está mi hijo?

Capítulo dieciséis

Cuando aprietas el gatillo de una Taser se disparan dos dardos conectados al arma por unos alambres y propulsados por gas nitrógeno que se proyectan a unos cincuenta metros por segundo. En unidades para uso civil cinco metros de cable metálico aislado administran una descarga de cincuenta mil voltios a la persona que lleva adheridos los electrodos contenidos en los dardos. Los impulsos eléctricos bloquean las funciones motoras y sensoriales, además del sistema nervioso central. A Will le habían disparado con una Taser en una sesión de entrenamiento. Todavía seguía sin recordar lo sucedido en el lapso de tiempo inmediatamente anterior y posterior a la descarga, solo recordaba que había sido Amanda la que había apretado el gatillo y que, cuando por fin logró levantarse del suelo, su jefa lucía una amplia sonrisa de satisfacción.

Como las balas de un arma de fuego, la Taser requería el uso de unos cartuchos que venían ya cargados con los cables y los dardos. Dado que los redactores de la Constitución no podían prever la invención de un arma de estas características, no existía ningún derecho inalienable en relación con la posesión de una Taser. Algún brillante pensador se las había arreglado para introducir un codicilo en su manufactura: todos los cartuchos para Taser debían incluir unos PIPUC, o Puntos Identificativos para la Prevención del Uso Criminal, que se liberaban por centenares cada vez que se disparaba un cartucho. A primera vista esos pequeños puntos parecían confeti. El diseño era deliberado: eran tantos los puntos que se disparaban, que al delincuente le resultaba imposible recogerlos todos para cubrir su rastro. Y lo mejor de todo era que, examinado a través de una lente de aumento, el confeti revelaba un número de serie que servía para identificar el cartucho. Taser Internacional quería tener de su lado a la comunidad legal, así que había elaborado su propio programa de seguimiento. Lo único que había que hacer era llamarles y darles el número de serie de uno de los confetis para que ellos te proporcionaran el nombre y la dirección de la persona que había comprado el cartucho.

Faith solo tuvo que esperar tres minutos para que la empresa le proporcionara un nombre.

– Mierda -susurró Faith. Al darse cuenta de que seguía al teléfono añadió-: No gracias. Con eso me basta.

Cerró su móvil mientras se inclinaba para arrancar el Mini.

– El cartucho de la Taser fue adquirido por Pauline Seward. La dirección que me han dado es la de la casa vacía que hay enfrente de la de Olivia Tanner.

– ¿Y cómo abonaron la compra?

– Con una tarjeta de regalo de American Express. La tarjeta no estaba a nombre de nadie, no hay manera de seguirle la pista. -Le lanzó a Will una mirada significativa-. Compraron los cartuchos hace dos meses, lo que implica que ha estado vigilando a Olivia Tanner durante todo ese tiempo como mínimo. Y puesto que utilizó el nombre de Pauline, debemos suponer que también estaba planeando secuestrarla.

– La casa vacía es propiedad del banco, pero no de la entidad en la que trabaja Olivia. -Will había llamado al número de la inmobiliaria que figuraba en el cartel que había en el jardín delantero mientras Faith hablaba con Taser-. Lleva vacía casi un año. Nadie se ha interesado en ella desde hace seis meses.

Faith se volvió para salir marcha atrás. Will alzó la mano para despedirse de Michael Tanner, que estaba sentado en el interior del Ford Escape, agarrando el volante con ambas manos.

– No reconocí los papelitos que había en la mochila de Felix -se lamentó Will.

– ¿Y por qué ibas a hacerlo? Era la mochila de un niño y lo más lógico era que fuera confeti. Hace falta una lupa para leer el número de serie. Si quieres culpar a alguien échale la culpa a la policía de Atlanta por no haberlos recogido en la escena del crimen. Sus chicos de la científica estaban allí. Imagino que pasarían un aspirador por las alfombras del coche, pero todavía no lo han analizado porque la desaparición de una mujer no es un asunto prioritario.

– La dirección del comprador del cartucho nos habría llevado hasta la casa que está justo detrás de la de Tanner.

– Olivia Tanner había desaparecido ya cuando inspeccionaste la mochila de Felix -le recordó Faith-. Fue la policía de Atlanta la que procesó la escena. Son ellos los que la han cagado.

Sonó el móvil de Faith. Miró la pantalla para ver quién llamaba y decidió no contestar.

– Además, saber que los puntos de la mochila de Felix provienen del mismo lote que los que encontramos en el jardín trasero de Olivia Tanner tampoco nos ha servido de mucho. Lo único que nos indica es que nuestro hombre lleva mucho tiempo planeando esto y que es bueno cubriendo su rastro. Pero eso ya lo sabíamos cuando nos levantamos esta mañana.

Will pensó que sabían mucho más que eso. Ahora tenían una conexión que vinculaba a las cuatro mujeres.

– Podemos vincular a Pauline con las demás mujeres. La frase «no voy a sacrificarme» establece una conexión entre Anna y Jackie, y los puntos la relacionan con Olivia.

Se quedó pensando en ello unos segundos, preguntándose qué más habría pasado por alto. Faith estaba en el mismo punto.

– Vamos a repasarlo todo desde el principio. ¿Qué es lo que tenemos?

– A Pauline y a Olivia las secuestraron ayer. A las dos las asaltaron con una pistola Taser cargada con el mismo cartucho.

– Las tres, Pauline, Jackie y Olivia padecen trastornos de la alimentación. Y por lo tanto debemos suponer que Anna también los padece, ¿no?

Will se encogió de hombros. No era un gran avance, pero era algo nuevo.

– Sí, vamos a suponerlo.

– Ninguna de ellas tiene amigos que puedan echarlas de menos. Jackie tenía a la vecina, Candy, pero tampoco es lo que se dice una amiga íntima. Las tres son mujeres muy atractivas, delgadas, morenas y con los ojos castaños. Todas ellas se ganan muy bien la vida.

– Todas vivían en Atlanta, excepto Jackie -dijo Will a modo de advertencia-. Así que, ¿cómo la escogió? Solo llevaba una semana en Atlanta, vino para recoger las cosas de su madre.

– Debió de venir antes para ayudar con el traslado a la residencia de Florida -elucubró Faith-. Y nos estamos olvidando del chat. Podrían haberse conocido a través de él.

– Olivia no tenía ordenador en casa.

– A lo mejor tenía un portátil y se lo robaron.

Will se rascó el brazo pensando en la primera noche en la cueva, con todas aquellas enloquecedoras no-pistas que habían estado siguiendo desde entonces, todos los callejones sin salida en los que habían acabado.