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Will no dijo nada, así que Faith preguntó:

– ¿Y qué pasa con la casa vacía que hay detrás de la de Olivia Tanner?

– Las huellas son de unas zapatillas Nike de talla 45 y se venden en unas mil doscientas tiendas en todo el país. Encontramos algunas colillas en la lata de Coca-Cola que había detrás del bar. Vamos a intentar conseguir unas muestras de ADN, pero a saber de quién serán.

Faith preguntó:

– ¿Se sabe algo de Jake Berman?

– ¿Tú qué coño crees? -Amanda respiró hondo para calmarse-. Hemos difundido un dibujo y su foto de archivo por la red del estado. Estoy segura de que en cualquier momento saltará a la prensa, pero ya les hemos pedido que la retengan durante al menos veinticuatro horas.

Faith tenía un montón de preguntas en la cabeza, pero no le salió ninguna. Hacía menos de una hora que había estado en la cocina de Olivia Tanner y no podía recordar ni el más mínimo detalle de la casa. Will habló por fin. Su voz, como su rostro, era la viva expresión de la derrota.

– Deberías despedirme.

– No te vas a librar de esto tan fácilmente.

– No estoy bromeando, Amanda. Deberías despedirme.

– Yo tampoco estoy de broma, capullo ignorante. -Puso los brazos en jarras, y ahora sí se pareció más a la Amanda borde que Faith tan bien conocía-. El bebé de Anna Lindsey está a salvo gracias a ti. Creo que eso es un triunfo para el equipo.

Will se rascó el brazo. Faith vio que sus nudillos estaban despellejados y sangraban. Recordó aquel momento en el descansillo cuando le sujetó la cara con las manos, y en cómo deseó que volviera a su ser porque no sabía como podría seguir viviendo si Will Trent dejaba de ser el hombre con el que había compartido su vida cotidiana desde hacía un año.

Amanda miró a la agente.

– Danos un minuto.

Faith abrió la puerta y salió al descansillo. Había bastante ajetreo en la UCI, pero ni remotamente parecido al que se vivía abajo, en la sala de urgencias. Los policías habían vuelto a su puesto y vigilaban la entrada de la habitación de Anna. Ambos la siguieron con la vista cuando pasó por delante de ellos.

– Están en la sala de exploración número tres -le dijo una de las enfermeras.

Faith no sabía por qué le daba esa información, pero de todos modos fue hacia allí. Sara Linton estaba en la sala, junto a un moisés de plástico. Tenía al bebé de Anna cogido en brazos.

– Se está recuperando -le dijo a Faith-. Tardará un par de días en ponerse bien del todo, pero lo conseguirá. De hecho, creo que estar otra vez con su madre les hará mucho bien a los dos.

Faith no podía comportarse como un ser humano en ese momento, así que se obligó a ser una policía.

– ¿Ha dicho algo más Anna?

– No mucho. Tiene muchos dolores. Ahora que está despierta le han subido la morfina.

Faith pasó su mano por la columna vertebral del niño y percibió la elasticidad de su piel y sus diminutas vértebras.

– ¿Cuánto tiempo crees que ha estado solo?

– El TES tenía razón. Yo diría que dos días, como máximo. Si no la situación sería muy diferente. -Sara se pasó el bebé al otro hombro-. Alguien le ha dado agua. Está deshidratado, pero he visto casos mucho peores.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó Faith. Su pregunta era completamente inocente. Al oírla le pareció una buena cuestión, así que la repitió-. ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué estabas con Anna?

Sara volvió a dejar al niño en el moisés con mucho cuidado.

– Es mi paciente. Vine a ver cómo estaba. -Tapó al bebé con una manta-. Del mismo modo que intenté llamarte a ti esta mañana para ver cómo estabas. En la consulta de Delia Wallace me dijeron que todavía no te habías puesto en contacto con ella.

– He estado algo ocupada rescatando a un bebé de un cubo de basura.

– Faith, no soy el enemigo. -Sara adoptó el irritante tono de quien intenta ser razonable-. Ya no se trata solo de ti. Llevas un niño en tu vientre, otra vida de la que también eres responsable.

– Esa es decisión mía.

– Pues se te está agotando el tiempo, más vale que decidas ya. No dejes que tu cuerpo decida por ti, porque entre la diabetes y el niño aquella tiene todas las de ganar.

Faith respiró hondo, pero no le sirvió de gran cosa. Se dejó llevar.

– Mira, puede que estés intentando meterte con calzador en mi caso, pero estás muy equivocada si crees que voy a permitir que te entrometas en mi vida privada.

– ¿Perdón? -Sara tuvo el descaro de aparentar sorpresa.

– Ya no eres forense, Sara. Ya no estás casada con un jefe de policía. Está muerto: lo viste saltar en pedazos con tus propios ojos. Rondando por el anatómico y entrometiéndote en una investigación en curso no vas a conseguir que vuelva.

Sara se quedó con la boca abierta, incapaz de articular una respuesta. Increíblemente, Faith rompió a llorar.

– ¡Oh, Dios mío, lo siento mucho! Eso… es horrible. -Se tapó la boca-. No puedo creer que haya dicho…

Sara meneó la cabeza y miró al suelo.

– Lo siento mucho. Dios, lo siento. Por favor, perdóname.

La doctora se tomó su tiempo antes de hablar.

– Supongo que Amanda te habrá puesto al día de los detalles.

– Lo busqué en el ordenador. No debería…

– ¿El agente Trent también lo ha leído?

– No -Faith habló con voz firme-. No. Él dijo que no era asunto suyo, y tiene razón. Tampoco es cosa mía. No debería haberlo hecho. Lo siento. Soy una persona horrible, espantosa, Sara. No puedo creer que te haya dicho esas barbaridades.

Sara se inclinó y acarició la cara del bebé.

– No pasa nada.

Faith no sabía qué decir, así que se puso a recitar todas las cosas horribles que se le ocurrieron sobre sí misma.

– Verás, te mentí en cuanto al peso. He ganado siete kilos, no cinco. Como bollos de mermelada para desayunar, y a veces también para cenar, pero eso sí, con una Coca-Cola Light. Nunca hago ejercicio. Jamás. Solo corro para ir al baño antes de que se acaben los anuncios, y si te digo la verdad, desde que tengo un disco duro ni eso. -Sara seguía callada-. Lo siento muchísimo.

La doctora continuaba enredando con la manta, remetiéndola por los lados, asegurándose de que el bebé estuviera cómodo y bien abrigado.

– Lo siento -repitió Faith, que se sentía tan mal que pensaba que iba a vomitar.

Sara guardaba sus pensamientos para sí. La agente estaba intentando encontrar la manera de abandonar la habitación sin perder la dignidad cuando la médica le dijo:

– Sabía que eran siete kilos.

Faith percibió que la tensión empezaba a disiparse. Y no estaba dispuesta a arruinarlo todo otra vez abriendo la boca.

– Nadie me habla nunca de él. Quiero decir, al principio sí lo hacían, claro, pero nadie se atreve a pronunciar su nombre. Es como si no quisieran disgustarme, como si pronunciar su nombre pudiera provocar que yo volviera a… -Sara meneó la cabeza-. Jeffrey. No puedo recordar cuándo fue la última vez que lo dije en voz alta. Se llama, se llamaba Jeffrey.

– Es un nombre muy bonito.

Sara asintió y tragó saliva.

– He visto alguna foto -admitió Faith-. Era muy guapo.

La doctora esbozó una sonrisa.

– Sí, lo era.

– Y un buen policía. Lo sé por lo que decían de él los informes.

– Era un buen hombre.

Faith se quedó sin palabras y se puso a pensar qué más podía decir. Sara se le adelantó.

– ¿Y qué me dices de ti? -le preguntó.